lunes, 25 de noviembre de 2013

La Noche de Getsemaní - Capítulo VIII




VIII

Henos de frente a las mayores dificultades que encuentra la historia del pensamiento humano. El hecho mismo de formular la pregunta, tal como la he formulado parece inadmisible. ¿Qué hay que elegir? ¡Como si la verdad "objetiva" tuviera en cuenta lo que es mejor o lo que es peor! Como si dependiera de los hombres elegir entre Dios, el creador omnipotente que extrajo de la nada el universo con un libre acto de su voluntad, y la "ley", principio eterno y abstracto, del que el universo y los seres derivan con esa igual ineluctabilidad que, en matemáticas, hace brotar toda la serie de los teoremas, de las proposiciones y de los axiomas. ¡Cuál es la fuerza de estos "mejor" y de estos "peor" frente a la verdad objetiva? Y luego -si puede formularse pregunta semejante- ¿a quién le es dado contestar? ¿A Aristóteles y Descartes? ¿A Isaías y san Pablo? por más que sean pensadores geniales o profetas inspirados, son también hombres, y no puede confiarse a ellos el poder de decidir la suerte de la creación. En realidad, los pensadores geniales y los profetas inspirados han sido muchos: ¿quién podrá garantizarnos que lleguen a un acuerdo sobre una misma solución? Por cierto, no se pondrán de acuerdo, puesto que ahora están en desacuerdo. Para que el acuerdo fuera posible sería necesario abolir todos esos "mejor y todos esos "peor". Ellos han sido siempre el principio de la desunión y de la lucha (al igual que cada "Yo" humano). Sería menester por ello someterse a un principio impersonal y carente de pasión, de modo tal que quedara por encima de los "mejor" y de los "peor", y que -al mismo tiempo- poseyera ese carácter obligatorio que asegura la obediencia, in saecula saeculorum, aún de parte de los seres más recalcitrantes. Es el camino elegido por los filósofos y, seguramente, no sin "bastantes razones". Por los elogios y por las amenazas de la razón fueron obligados a olvidar enteramente la existencia del Déspota.
Por completo distinto es el caso de Pascal. Como al profeta Isaías y como a san Pablo, tampoco a él se le concedió elegir. Y no poseía ninguna "razón suficiente" para tomar su decisión. En un momento dado, una fuerza y un choque incomprensibles lo impulsaron justamente en dirección contraria a aquella a que se aferran los hombres. Y el choque enigmático experimentado por Pascal no se asemeja en nada al que ordinariamente tal palabra significa; y en cuanto a la dirección, si queremos comprenderla hay que olvidar los antiguos valores de la palabra. Recordamos lo que nos refieren sus biógrafos y los "solitarios" que se le acercaron: su enfermedad terrible, "incongruente"…Hasta sus directores jansenistas lo habían cuidado de la enfermedad y habían tratado de esconderle el abismo.
Parece que la "enfermedad" y el "abismo" hayan sido ese choque enigmático, ese don benéfico sin los cuales Pascal no habría descubierto nunca sus verdades. Como Nietzsche, puede repetir: "A una enfermedad debo mi filosofía". Todos los Pensamientos no son más que una descripción del abismo. Un gran milagro ha sucedido delante de nuestros ojos. Pascal se acostumbra al abismo y comienza a amarlo. La tierra firme falta debajo de sus pies, y ello asusta, asusta terriblemente. Queda sin sostén, un precipicio se ha abierto bajo sus pies, y brota un grito agudo: "¡Dios, Dios, por qué me has abandonado?" Parece que todo ha terminado. Efectivamente, algo termina, pero otra cosa comienza. Nuevas e incomparables fuerzas se han manifestado, han nacido nuevas revelaciones. Desvanecidos los sostenes sólidos, ya no es posible caminar como una vez se caminaba; hay, entonces, que volar. En una empresa semejante, las viejas verdades abstractas, tan sólidamente entrelazadas por el milenario trabajo del pensamiento, no solamente no ayudan al hombre, sino que lo estorban. Estas veritaes aeternae son para él el estorbo más grave; inexorablemente, no dejan nunca de repetir que el hombre -por su misma naturaleza- debe caminar y no volar; tender hacia la tierra, no hacia el cielo; y repiten que allá, donde reinan el horror y la angustia, no se puede encontrar nada bueno. Al no haber cosa más terrible que la violación de la "ley" y que la desobediencia al soberano autócrata (la razón, qua nos laudabiles vel vituperabiles sumus), es entonces necesario abandonar las tentaciones temerarias, someterse humildemente a lo inevitable, divisar en esta humildad la virtud, y en esta virtud buscar nuestro "Bien Supremo". La sumisión a las leyes de la razón y a la moral razonable es el intento más elevado del hombre. Dios, Dios mismo, delante de todo y por sobre todo, exige del hombre sumisión y obediencia.
A los ojos de los hombres Pascal es uno de esos raros e incomprensibles elegidos que sintieron (o a quienes ha sido concedido sentir) cómo la "obediencia" es el comienzo de todos los horrores terrestres, el comienzo de la muerte. "La ley ha llegado para que el delito aumente", nos dice el apóstol san Pablo; la ley es solamente un martillo en las manos de Dios para romper la natural seguridad del hombre, que cree que hay principios eternos, abstractos y soberanos por encima de los seres vivientes. O bien: la ley llegó cuando el hombre, olvidado del consejo dado por Dios, acercándose al árbol del bien y del mal cogió y saboreó sus frutos: estos innumerables pudet, ineptum, impossibile, que sostienen el edificio de nuestra ciencia. La luz de la ciencia, desconocida antes de la caída hizo conocer al hombre sus límites: le indicó los pretendidos límites de lo posible y de lo imposible, de lo que está permitido y de lo que no lo está; le mostró el principio enigmático y el fin inevitable. Hasta que no tuvo "luz", no tuvo límites; todo era posible, todo era "perfecto", como está escrito en la Biblia; había un principio, pero no había un fin, y la palabra "necesidad" tenía tan poco sentido como el que tiene, hoy, la palabra "libertad". La luz lleva consigo la vergüenza delante de la desnudez paradisíaco, y el miedo de la noche terrenal. Es imposible "explicar" todo esto a los hombres. Toda explicación es una aclaración, y la aclaración muestra hasta aquello de que hay que liberarse, y contra lo que es necesario luchar. Descartes buscaba cosas claras y precisas, los filósofos antiguos hicieron divina a la razón, y todos nosotros queremos la claridad y seguimos a la razón que nos devela todos los misterios, excepto uno: la existencia de un abismo bajo nuestros pies. Hasta los solitarios de Port-Royal, compañeros de Pascal, rehusan aceptar la narración bíblica de la caída en toda su extensión enigmática. de acuerdo con ellos -y alguna vez Pascal habla de la misma manera-, el pecado del primer hombre no ha sido el de haber probado del árbol del conocimiento del bien y del mal; por el contrario, habría sido un bien, porque el saber es el Summum bonum por encima del cual no hay nada en el mundo. La desdicha sobrevino solamente porque Dios tuvo la fantasía de prohibir al hombre que tocara ese árbol. El pecado original consiste en la desobediencia de Adán. Dios, a igual que los hombres, a igual que esas esencias ideales creadas por los hombres -la razón y la moral- perdona todo, menos la desobediencia. Así, si Dios hubiera prohibido comer ciruelas o peras, y si Adán le hubiera desobedecido, las consecuencias no habrían sido distintas: las enfermedades, los dolores, por fin la muerte. Y la raza de Adán habría sido tan responsable de su desobediencia como lo es hoy. Así se interpreta habitualmente la caída, desde que una interpretación semejante ha sido formulada por los hombres formados en el helenismo. En Dios quiere descubrirse el principio "absoluto" y "abstracto"; y este principio -como todos esos que conocemos- castiga automáticamente, por tanto implacablemente, todos los intentos que los seres vivientes hacen para alejarse -siguiendo una elección libre- de las leyes emanadas de él. Así, no obstante las palabras del profeta Isaías y las epístolas de san Pablo, se interpretaba la Biblia. En ello no hay nada que pueda maravillar: desde que la razón (esta razón, llegada a formar parte de un mundo a causa del error de Adán) se pone a interpretar la Biblia, necesariamente sustituye a esa Revelación que le es extraña con sus propias verdades. Y como la Revelación debe ser "razonable", Dios mismo teme los veredictos de la razón, ¡y en sus alabanzas halla el propio Summum bonum!


Cap I: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani.html
Cap II: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-ii.html
Cap III: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iii.html
Cap IV: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iv.html
Cap V: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-v.html
Cap VI: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vi.html
Cap VII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vii.html
Cap IX: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-ix.html
Cap X: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-x-final.html



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