miércoles, 25 de septiembre de 2013

La Noche de Getsemaní - Capítulo II






II


La agonía de Jesús continuará hasta el fin del mundo; por ello, durante todo este tiempo es menester no dormir. Desde el momento en que todo es decible, también puede decirse algo así. Pero ¿puede un hombre asumir, puede desempeñar tal tarea? Si no puede, ¿qué sentido cabe a estas palabras? A igual que Macbeth, Pascal "quiere asesinar el sueño"; más, parece pretender que todos los hombres se unan para llevar a cabo una empresa tan horrible. Sin vacilar, la razón humana declara irrealizable e insensato cuanto exige Pascal. Y no puede desobedecerse a la razón. Pascal mismo nos lo enseña: "La razón nos manda mucho más imperiosamente que un amo: porque, al desobedecer a éste, se es infeliz, y, desobedeciendo a aquella, se es tonto." ¿Cómo entonces rehusar obediencia a la razón? ¿Y quién se atreverá a hacerlo? El apóstol san Pedro no tuvo la fuerza de vencer el sueño cuando Jesús le pidió que se quedara a su lado para aliviarle los sufrimientos. Pedro dormía mientras Jesús oraba: "Apartad de mí este cáliz...", mientras gritaba: Tristis est anima mea usque ad mortem. Cuando Jesús fue aprisionado por los soldados y arrastrado delante de sus verdugos, Pedro continuaba durmiendo; y solo durmiendo un hombre ha podido renegar tres veces de su Dios en el transcurso de una noche. Ello no obstante, Él, que sabía que Pedro debía dormir y, en el sueño, renegar de Dios, justamente Él lo designa como vicario suyo en la tierra, entregándole las llaves terrenas del reino celestial. Entonces, ateniéndose a las inescrutables decisiones del Creador, su vicario en la tierra puede ser solamente aquel que sabe dormir tan profundamente, aquel que a tal punto se ha entregado a la razón que no se despierta ni siquiera cuando -en una pesadilla- reniega de su propio Dios.


En realidad, parece que ha sucedido así, y que así era el pensamiento de Pascal cuando componía sus cartas provinciales y cuando escribía las notas para la Apología del Cristianismo; esas notas que, trasmitidas hasta nosotros, forman sus Pensamientos. Por esto, creemos, Arnauld, Nicole y los otros solitarios de Port-Royal, sus amigos, al publicar el libro después de su muerte debieron abreviar y cambiar y cortar muchas cosas. Ese pensamiento, monstruoso según el entendimiento humano, se manifestaba de manera muy chocante en la noche que había dejado: el juicio final, que nos espera, no se halla en la tierra, sino en el cielo; o sea que los hombres no deben dormir, nadie debe nunca dormir. Arnauld, Nicole y ni siquiera Jansenio habrían aceptado semejante pensamiento. Aún para el mismo Pascal parece que fue una carga insoportable. Alternativamente lo rechazaba y lo aceptaba, sin poder nunca abandonarlo. Si se consulta a San Agustín, se convencerá uno de que ni siquiera él -no obstante su devoto respeto por San Pablo- se atrevía a considerar a fondo la palabra de Dios. En efecto, dijo, y repitió frecuentemente: Ego vero evangelio non crederem, nisi me catholicae (ecclesiae) commoveret auctoritas.


El hombre no puede, no se atreve a mirar el mundo con sus propios ojos: le son indispensables los ojos "comunes", el apoyo, la autoridad ajena. Más fácilmente acepta lo que le es extraño, hasta odioso, pero aceptado por todos, que no lo que le es conforme y querido, pero rechazado por todos. Y San Agustín -ya se sabe- fue el padre de la fides implicita, esto es, de esa doctrina según la cual el hombre no necesita comulgar personalmente con la verdad del cielo, bastándole observar esos principios declarados verdaderos por la Iglesia. Traduciendo la expresión fides implicita al lenguaje filosófico, o bien -lo que no cambia nada- al lenguaje del buen sentido, querrá decir que el hombre tiene el derecho, que el hombre está obligado a dormir mientras la Divinidad agoniza: cosa solicitada imperiosamente por la razón, a la que nadie puede desobedecer. En otras palabras: la curiosidad humana, superados ciertos límites, se vuelve inoportuna. Aristóteles dijo, en una célebre frase: no aceptar nada sin pruebas denota falta de educación filosófica.


En realidad, solamente quien no está educado desde el punto de vista filosófico, o quien está privado de buen sentido, podría pretender formular preguntas e investigar hasta el infinito. Porque -y resulta evidente- una vez que se comienza a formular preguntas en esta forma no es posible llegar a una respuesta definitiva. Pero como -y también esto es por igual evidente- se formulan preguntas solo para tener respuestas, es menester entonces saber detenerse a tiempo, renunciando a las preguntas. Es necesario estar preparados y dispuestos -en cierto momento- a una renuncia así, sometiendo la propia libertad individual, peligrosa e inútil, a una personalidad, una institución cualquiera, o bien a un principio inconmovible. En lo que a esto concierne, como a otras muchas cosas, San Agustín a permanecido fiel a las enseñanzas de la filosofía griega. En el lugar del principio o de los principios generales, cuyo conjunto constituía para los antiguos la Razón, coloca él la idea de la Iglesia, tan infalible, desde su punto de vista, como la Razón desde el punto de vista de los antiguos. Pero el valor teórico y práctico de la idea de la Iglesia era esencialmente igual al de la Razón. La Razón garantizaba a los antiguos la seguridad y la estabilidad, o sea ese derecho al sueño que el medioevo encontraba en la Iglesia Católica. En gran parte la importancia "histórica" de San Agustín está determinada por el deseo y por la fuerza mostrados al crear aquí abajo (porque poco se piensa en el cielo; hasta entre nosotros creyentes, no hay quien no aprecie la tierra mas de todo lo que pueda creerse)un tribunal que sea, o por lo menos que parezca serlo, tan fuerte que ni siquiera el infierno pueda sacudirlo. Nunca habría San Agustín repetido con Pascal: ad tuum, Domine, tribunal appello, y Port-Royal a lo más habría tenido valor de apelar al futuro concilio ecuménico. ¿o equivalía a atentar contra la "unidad" de la Iglesia el recurrir a Dios con un llamado? Lo mismo le ha sucedido a Lutero. Cuando, como Pascal, vio con sus propios ojos que las llaves terrenas del reino celestial estaban en las manos de quien -por tres veces- había renegado de Dios; cuando, aterrado por su descubrimiento, apartó la mirada de la tierra buscando la verdad en el cielo, se desarrolló en él la crisis y rompió sus relaciones con la Iglesia.


Lutero, como Jansenio y como Pascal, se remitía siempre a San Agustín. Verdaderamente, ni Lutero ni Jansenio ni Pascal estaban autorizados para un paso semejante. San Agustín, luego de contender con Pelagio obtuvo que fuera condenado; pero, cuando advirtió que la Iglesia, a semejanza de todas las instituciones humanas, no podía existir sin esa moral griega predicada por Pelagio, defendió esas mismas tesis que había combatido genialmente. Pascal, remitiéndose al tribunal de Dios, había ido mucho más lejos de todo lo que parecía necesario a sus amigos de Port-Royal. Para esos jansenistas, el verdadero Pascal (tal como se nos manifiesta ahora a nosotros) era más peligroso que los jesuitas y hasta que Pelagio. Porque, en efecto, ¿qué ideas no podría inventar alguien que no necesita nada, que nada teme, que ninguna autoridad reprime, pero que piensa sin tener en cuenta a nadie y sin conformarse con nada? Hoy estamos acostumbrados a Pascal, desde la infancia todos lo leen, aprenden de memoria algunos pasajes de sus Pensamientos. ¿Quién no conoce su "junco pensante"; quién no ha oído: "finalmente nos arrojan un poco de tierra sobre la cabeza, y está terminado para siempre"; quién no ha admirado su paradoja sobre la historia universal y la nariz de Cleopatra?, etc. Se oye todo esto como si sólo fueran observaciones innocuas, inteligentes y agradables; se piensa que, luego de haberlas leído, se puede vivir y dormir tranquilamente como después de cualquier otra lectura entretenida. Se le perdona todo al "sublime misántropo", y, probablemente, esta apatía, de la que hacemos gala, ha permitido a la historia "inteligente" hacer llegar hasta nosotros las obras de Pascal, aunque no respondan en nada a los "fines elevados" que ella se prefija. La historia "sabe" que los hombres no verán nunca lo que no han sido llamados a ver, aunque ello se les mostrara. Pascal lo dice con esa franqueza propia de quien nada teme y nada espera del mundo: "El mundo juzga muchas cosas que están en la ignorancia natural, verdadera sabiduría del hombre". Y parece que no hay ningún medio a nuestra disposición para combatir tal ignorancia natural, que constituye la verdadera sabiduría de la tierra. "No es éste el país de la verdad: vaga desconocida entre los hombres". Si la verdad, del todo develada, se mostrara hoy al hombre, éste no la reconocería, porque -acorde con el "criterio" de la verdad (o sea con ese conjunto de signos que, según nuestras convicciones, distinguen la verdad del error)- el hombre estará obligado a considerarla un error. Antes que nada se convencerá de que le es inútil; y luego, de que le es nociva. Casi todas las verdades descubiertas por Pascal, desde que debió recurrir contra el tribunal terreno y el de Roma al del Señor, aprendiendo de este último tribunal que el hombre no debe dormir hasta el fin del mundo, casi todas estas verdades son nocivas, peligrosas, y en modo excepcional, aterradoras y destructoras. Repitámoslo: por esto Port-Royal y hasta el indómito Arnauld estaban convencidos de que las verdades deben ser útiles y no nocivas. Estoy pronto a admitir que aún el mismo Pascal poseía una convicción semejante. Pero no tenía muy en cuenta las propias convicciones, como no tenía en cuenta casi nada (este "casi", ay, no exeptúa a nadie, ni siquiera al mismo Pascal) de lo que era querido a los hombres. Tal capacidad de sacrificar sus propias convicciones como las de los otros es, quizás, uno de los aspectos más enigmáticos de su filosofía y -digámoslo francamente- tal aspecto nos habría quedado probablemente desconocido si, en vez de las desordenadas notas que componen los Pensamientos, tuviéramos un libro cumplido, esto es la Apología del Cristianismo. En efecto, una "apología" debe defender a Dios frente a los hombres: es por tanto necesario, quiérase o no, reconocer como última instancia a la razón humana. Si Pascal hubiera logrado llevar a término su obra, habría podido expresar solamente lo que es aceptable a los hombres y a su razón. Hasta en sus pensamientos fragmentarios recuerda a veces los derechos soberanos de la razón. Entonces se apresura a testimoniarle sus sentimientos de sumisión: tiene miedo de aparecer, ante los ojos del prójimo, y de sí mismo, como un tonto. Pero esta sumisión queda por todo exterior. En lo íntimo de su alma desprecia y odia a esa autócrata, y solo piensa en romper el yugo del tirano detestado al que voluntariamente obedecían sus contemporáneos y hasta el gran Descartes: "Cuánto me place ver a esta soberbia razón humillada y suplicante". Pascal ha pensado solamente en humillar nuestra razón tan orgullosa y tan segura de sí misma, en quitarle el poder de juzgar a Dios y a los hombres. Todos hallan -para usar el lenguaje de los discípulos de Pelagio- que a la razón le está permitido dictar leyes:quibus nos (y no solo nosotros, sino también Dios mismo)laudabiles vel vituperabiles sumus. Pascal dibuja sus alabanzas y permanece indiferente a su vituperio "La razón puede gritar hasta que le plazca, pero no puede dar valor a las cosas".

Cap I: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani.html
Cap III: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iii.html
Cap IV: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iv.html
Cap V: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-v.html
Cap VI: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vi.html
Cap VII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vii.html
Cap VIII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-viii.html
Cap IX: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-ix.html
Cap X: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-x-final.html



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