jueves, 21 de noviembre de 2013

La Noche de Getsemaní - Capítulo VI




VI

Pascal se atrevió a hacerlo: de aquí el carácter paradojal, de aquí también la fuerza, el potente atractivo ejercido por su filosofía. Las alabanzas y las aprobaciones, los lamentos y reproches de la razón (de esa razón qua nos laudabiles vel vituperabiles sumus, y que, ateniéndonos a la doctrina de los estoicos y de los discípulos de Pelagio, es única en poder elevar o disminuir a los hombres), de repente se vuelven para él adiáfora, indiferentes.
La inversión es total. Indiferente, según la concepción griega, era lo real; para Pascal, indiferente es el reino de las ideas. El Summum bonum de los filósofos se vuelve para él objeto de burlas continuas y extremadamente mordaces: "Aquellos que os creen", escribe de esos filósofos, "son los más vacíos y los más estúpidos..." Y aún, con tono más provocador y fuerte: "Los animales", dice en alguna parte, "no se admiran entre ellos. Un caballo no admira a su compañero. No es que les falte emulación en la carrera, pero no comporta consecuencias: porque, vueltos al establo, el más lento y desgarbado no cede su avena al otro, como los hombres quieren que se haga con ellos. La virtud de aquellos se satisface en sí misma." De este modo Pascal encuentra el ideal de los estoicos -la virtud como recompensa de sí misma- realizado en los establos. Se sabe que san Agustín experimentaba desmesurado disgusto por el estoicismo, denigrándolo de todas las maneras, siempre, viniera o no viniera a cuento. Si no pronunció la frase que se le atribuyó largamente: virtutes gentium splendida vitia sunt (las virtudes de los gentiles son vicios maravillosos), manifestó por lo menos un juicio casi semejante: virtutes gentium potios vitia sunt (las virtudes de los gentiles son mas bien vicios). Sin embargo, nunca se le ocurrió buscar o encontrar la realización del ideal estoico cerca de los animales: estaba demasiado apegado a la filosofía antigua, y su "cristianismo" estaba demasiado embebido de helenismo.
Tampoco a Pascal le fue fácil sustraerse al poder de la ideología que dominaba en su época. Se ríe de los estoicos; se siente indignado por la virtud "que se satisface en sí misma", o, para decirlo con lenguaje moderno, por la "moral independiente": encuentra que su lugar está en el establo, encuentra que corresponde a los caballos y no a los hombres. Ello no le impide declarar, hasta la saciedad: "El yo es odiable", principio en que la moral está otro tanto contenida plenamente como en este otro que ridiculiza y rechaza: "La virtud se satisface en sí misma". Toda moral, sea la de Epícteto o de Marco Aurelio, de Kant o de Hegel, alcanza la propia fuerza en el odiar el yo humano. ¿Qué quiere decir esto? ¿Pascal vuelve, como san Agustín, a la moral? ¿A las teorías de Pelagio? Así piensan muchos críticos, deseando ver en él un moralista; pero es un grave error.
Por cierto, Pascal había heredado de la filosofía antigua la idea de que "el yo es odiable". Ello no obstante, el odio de nuestro yo tiene para él un significado muy distinto de aquel que le dan todos los filósofos, antiguos y modernos. Su sumisión al destino no tiene nada en común con la de los estoicos; lo mismo su ascetismo, que provocó, y provoca todavía, tanta irritación hasta entre sus más fervientes admiradores. Los estoicos perseguían el "Yo", y realmente lo perseguían, para matarlo y aniquilarlo, porque solamente con este criterio podían asegurar el triunfo de sus "ideas" y de sus principios.
Para que un principio pueda celebrar su victoria definitiva es menester que ya nadie luche contra él, que ya nadie lo contradiga. Ahora, desde el comienzo de los siglos, ¿quién si no este "Yo" se ha opuesto al principio del estoicismo y lo ha combatido? ¿Qué enemigo le ha procurado mayor afán y más inquietud? En la creación del Señor, el "Yo" es la cosa más "irracional": personifica la no sumisión. Pascal lo sabe, no olvida las palabras: Subjicite et dominamini -somete y domina- que Dios, luego de la bendición, había dirigido al primer hombre. ¿Estaría tal vez a punto de abandonar al hombre al poder de los principios absolutos y muertos? Escuchadlo: "Aunque un hombre estuviera persuadido de que las proporciones de los números son verdades abstractas, eternas, dependientes de una primera verdad en que subsisten y que llamamos Dios, no me parecería muy adelantado para su salvación" Así habla Pascal, mientras toda la nueva filosofía, que deriva de la antigua, no ha hecho mas que soñar (después de Descartes, y también antes que él) en poder expresar en fórmulas matemáticas la esencia de la creación. Una verdad única, eterna y abstracta, de donde brotan -con inexorable naturalidad- muchas verdades igualmente abstractas e igualmente eternas: y bien, no podríais hallar definición mejor del ideal de la nueva filosofía. Efectivamente, hasta hoy, trescientos años después de Descartes, los hombres no han progresado ni un paso en la realización de este ideal, pero lo aprecian tanto que lo veneran y lo cuidan como si ya lo hubieran realizado: Nasciturus pro jam nato habetur (Que se considere nacido al que debe nacer). Pero Pascal, que ha llevado un ideal así a la presencia del tribunal supremo, donde no se tiene en cuenta ni nuestra "miserable justicia" ni nuestra "razón incurablemente presuntuosa", declara: Aunque lograseis procuraros estas eternas y abstractas verdades, que tan bien se entrelazan las unas a las otras, su valor sería nulo. No os ayudarían a salvar vuestra alma.
La razón y la moral protestan: Lo cierto, si es inútil al alma, ¿sería quizás menos cierto? ¿lo cierto se pondrá al servicio del alma? ¿hay alguien suficientemente descarado para rehusarse a obedecer a la moral y difamar a la justicia? La verdad y la moral son autónomas, y legisladoras ellas mismas. No se someten, no obedecen: mandan. Han brotado de esa razón de la que Pascal mismo decía no había mas terrible que desobedecerlas. ¿Qué, entonces, se yergue contra la razón, contra sus eternas y abstractas verdades? ¡El alma! O sea este "Yo" ínfimo, que Pascal -pasado a través de la escuela de Epicteto- nos enseña a odiar. En efecto, se ve, con evidencia perfecta, que nada sabría humillar mejor las tendencias "egoístas" del hombre que la verdad abstracta y eterna anunciada por los filósofos; en consecuencia, si fuera necesario buscar el principio capaz de domar la oposición de individuos revoltosos, no se podría inventar un Dios más eficaz que el dios griego, propuesto a Pascal por los "filósofos". Nada podría servir mejor para "domar" que el Summum bonum de ellos, sobre todo el Bien Supremo de Epicteto y de sus discípulos hasta Marco Aurelio, el filósofo laureado. En efecto, vivir a la manera de los estoicos, conforme con la naturaleza -té fúsei- quiere decir: vivir según la razón, esto es, contra la naturaleza. Los estoicos hasta habrían aprobado el cinturón de hierro de Pascal, que simbolizaba su voluntad de someter su "Yo" a una, o más, verdades eternas y abstractas. A igual que Pascal, los estoicos veían claramente esto: sin matar antes nuestro "Yo", no se habría obtenido nunca ninguna unidad, ningún orden. Infinitamente numerosos son estos "Yo" humanos; cada uno se considera como el centro del universo, y exige que nos comportemos en sus relaciones como si fuera el único que existe. Evidentemente, no hay ninguna posibilidad de conciliar y de satisfacer todas estas exigencias. Hasta que no se suprima el "Yo", habrá siempre -en de la unidad y de la armonía- un caos y una "incongruencia" increíbles. Deber de la razón es precisamente el de introducir el orden en la creación, y por ello ha recibido la potestad de exigir obediencia. A ella se debe -siempre para que haya orden en el mundo- la creación de la moral, y con ésta ha codividido sus prerrogativas supremas. La suerte última del hombre consiste en humillarse frente a las exigencias de la razón y de la moral, de someterse a sus principios autónomos. Tal obediencia contiene en sí, contemporáneamente, nuestro supremo bien, Summum bonum.
Los filósofos (hago notar) enseñaron todo esto, y Pascal -después de ellos- lo repite. Pero es singular su modo de seguirlos: aún repitiendo sus palabras, dice exactamente lo contrario de lo que ellos enseñan. Pascal no muestra ningún interés por esa tranquilidad que la razón y la moral prometen a los hombres. A sus ojos significa solamente el fin, el no-ser, la muerte. De aquí proviene esa enigmática regla "metodológica" suya: Buscar gimiendo, de la que no oiréis hablar ni en los manuales de lógica contemporánea de Pascal, y tampoco en las obras modernas. Por lo contrario: el sabio debe olvidar sus deseos, sus temores, sus esperanzas y estar pronto a aceptar una verdad cualquiera, que -por su misma esencia- ignora la necesidad del hombre. Todo ello es de tal modo obvio, que en el Discurso del Método no se dice casi una palabra. Verdad es que en Bacon se hallan varias consideraciones sobre todas las especies de Idola que impiden nuestras investigaciones objetivas; pero solamente Spinoza (casi como si contestara a Pascal, de quien, probablemente, nunca oyó hablar) declara con impaciencia e irritación: Non ridere, non lugere, neque detestari sed intelligere (No hay que reír ni llorar ni odiar, sino comprender).
Pascal pretende otra cosa: hay absolutamente que ridere, hay absolutamente que lugere, hay absolutamente que detestari; si no de nada valdrán vuestras búsquedas. ¿Dónde alcanzó Pascal el poder de hacer brotar semejantes exigencias, que -quizás- no poseen significado alguno? La pregunta es fundamental: nacen aquí todas las divergencias entre Pascal y la filosofía moderna. Adoptando la regla metodológica pascaliana tendréis una verdad; adoptando la de Spinoza tendréis otra, del todo distinta. Spinoza tenía como ideal la inteligencia; y para él, en realidad, el "Yo" ha sido siempre "odiable". En efecto, nuestro "Yo" -nunca debemos olvidarlo- es la cosa menos domable, y por ello la más incomprensible, la más irracional que hay en el mundo. La "comprensión" se vuelve posible solamente cuando el "Yo" humano está despojado de todos sus derechos particulares, de todas sus prerrogativas, cuando se vuelve una "cosa" o un "hecho" en medio de otras cosas o hechos de la naturaleza. Hay que elegir: por una parte el orden ideal e intangible con sus verdades eternas y abstractas, orden rechazado por Pascal y cuya adopción nos lleva a considerar la idea "medieval" de la salvación del alma como la encarnación de todas las absurdidades: por otra parte, un "Yo" caprichoso, descontento, inquieto, agitado, y que no consiente en reconocer por encima de él el poder de "verdades" materiales o ideales. Quien asumiera la tarea de alcanzar la comprensión, debería (con los estoicos y con los otros maestros antiguos) ahuyentar el "Yo", odiarlo y matarlo, para poder así hacer posible la realización del orden objetivo del mundo. Pero ¿puede odiar el "Yo", quien (a igual que Pascal) en la "comprensión" ve solamente el principio de la muerte, y descubre que la vocación propia consiste en luchar contra la muerte? En el "Yo" y únicamente en él, en su irracionalidad, se encuentra la esperanza de que no es imposible llegar a disipar la hipnosis de la verdad matemática propuesta por algunos filósofos (seducidos por aquello que de "abstracto" y de "eterno" hay en ella) para ocupar el lugar de Dios.


Cap I: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani.html
Cap II: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-ii.html
Cap III: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iii.html
Cap IV: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iv.html
Cap V: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-v.html
Cap VII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vii.html
Cap VIII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-viii.html
Cap IX: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-ix.html
Cap X: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-x-final.html


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