jueves, 26 de septiembre de 2013

La Noche de Getsemaní - Capítulo III




III

Pascal cita delante del tribunal de Dios no solamente a Roma, sino a la razón misma. Justo delante del tribunal de Dios, y no ya delante del de la razón como, antes que él, lo habían hecho otros filósofos (y algunos lo hacen aún ahora). Si bien, a decir verdad, Pascal no conoció a muchos, a éstos los conocía. No era un erudito; y casi solo de Montaigne extraía toda su sabiduría de historiador y de filósofo. Pero, aunque alabara a Montaigne, aunque se arrodillara delante de él, comprendía muy claramente cuan inútil era recurrir a la razón en la lucha con la razón: porque al ser la razón juez supremo, se puede estar seguros de que no se rendirá voluntariamente y que se justificará siempre.
Pero ¿cómo debe interpretarse el juicio de Dios respecto de la razón? ¿En qué consiste semejante juicio; qué puede traer a los hombres? La razón nos da seguridad, certeza, invariabilidad; nos procura juicios claros y precisos, concretos y definidos. Al haber renegado de la razón y al haberla arrojado de su trono, ¿es posible confiar en alcanzar una invariabilidad y certeza mayores? Si así fuera, por cierto que seguiríamos voluntariamente a Pascal. Nos resultaría accesible, cercano, comprensible. Pero el juicio final en nada se asemeja a los juicios a que estamos acostumbrados en la tierra, y las sentencias del tribunal supremo en nada recuerdan las de los tribunales terrenos: precisamente como la verdad celeste en nada se asemeja a la terrena. Esta última es siempre igual a sí misma: ésta es la ley primera y constante no solo de nuestro pensamiento, sino de nuestra misma vida: lo saben el filósofo más sabio y el jornalero más humilde. La esencia de la verdad reside en su estabilidad y en su invariabilidad. Los hombres están convencidos de ello, hasta el punto de no saber imaginarse otro género de verdad. "Se aman las cosas seguras", dice Pascal; "gusta que el Papa sea infalible en la fe, y que los graves doctores lo sean en las costumbres, de modo de sentirse seguros". Nada en la tierra es más estimado que esta invariabilidad y esta seguridad. La estima que a ellas se tributa fue enseñada a los hombres por la razón, precisamente por esa razón que provee todas las seguridades y certidumbres necesarias para vivir tranquilamente y para dormir profundamente. Recordemos que las llaves terrenas del reino de los cielos le correspondieron en suerte a San Pedro y a sus sucesores precisamente porque Pedro sabía dormir, y dormía mientras Dios -descendido entre los hombres- se preparaba a morir en la cruz. Pero la agonía de Cristo no ha terminado aún. Continúa y durará hasta el fin del mundo. "No hay que dormir", nos dice Pascal. Nadie debe dormir. Nadie debe buscar lo que es estable y seguro. "Si no se debiera hacer nada, excepto por las cosas ciertas, no se debería hacer nada por la religión: puesto que no es cierta". Solo quien ha asumido el deber de distraer y no de atraer a sus semejantes hacia la "religión" podría hablar así. Parece que hubiera aquí algún error, un equívoco; parece que Pascal hubiera dicho otra cosa de la que quería decir. Pero no, no hay ningún error; en otro punto se expresa en modo más rudo, aún más decisivo: "Ardemos por el deseo de hallar un lugar estable y una base última de seguridad para construir una torre que se eleve al infinito. Pero todos nuestros cimientos se derrumban, y la tierra se abre hasta los abismos. NO BUSCAMOS, PUES, NINGUNA SEGURIDAD, NINGUNA ESTABILIDAD". He aquí lo que siente, lo que ve y prueba aquel que se ha decidido o, mejor, que ha sido condenado a no dormir hasta el fin de los sufrimientos de Cristo; y este fin llegará solamente con el fin del mundo. Tales son los mandamientos, éstas las verdades que se le revelan. Pero ¿podemos llamar verdad a lo que se le ha revelado a él? La verdad tiene por primera señal de reconocimiento la "seguridad" y la "invariabilidad". Una verdad que no es segura e inmutable es una contradictio in adjecto, porque justamente tales señales sirven para reconocer la mentira. La mentira no permanece nunca fiel a sí misma: ya es esto, ya aquello.
¿Ha llegado entonces Pascal a adorar la "mentira" y a repudiar la verdad?
No podría ser de otro modo, desde que el momento que la victoria sobre la razón le ha dado un punto de arranque para tal triunfo. Hace poco nos dijo: "Cuánto me gusta ver a esta razón soberbia humillada y suplicante". Y precisamente él, que ha hecho tanto ruido y suscitado mucha indignación, no tiene miedo de recomendar a los hombres un reniego total de la razón, como medio para llegar a lo cierto: "Ello os hará creer y os volverá autómatas". Sabemos de muchos intentos hechos para mitigar el valor de estas palabras: pero ninguno satisface, como, por lo demás, ninguno es necesario. Una vez para siempre renunciamos a estimar a Pascal "históricamente". No lo juzgamos. No nos convence que "sepamos" más o mejor que él, y por esto no tenemos derecho a extraer de él solo lo que responde al nivel de la ciencia de nuestro tiempo. Tal orgullo al juzgar, o tal insolencia, podría ser justificada en caso de que fuéramos atacados desde el punto de vista hegeliano, si buscáramos en la historia las huellas de un "desarrollo". Entonces, los hombres del pasado serían para nosotros como acusados, y nosotros -hombres del presente- seríamos para ellos como jueces aplicados a cumplir sin pasión las órdenes de la razón eterna e inmutable, sin tener que rendir cuentas a nadie. Pero Pascal no quiere reconocer por encima de él el poder legislativo de la razón; no nos reconoce el derecho de juzgar y pretende que comparezcamos -con él- delante del tribunal del Altísimo. Y nuestra seguridad, la seguridad de quien ha llegado al mundo después que él, no lo inquieta en nada, tal como lo deja indiferente el hecho de que nosotros estemos vivos y él, muerto. Su voz severa e imperiosa nos llega del más allá, donde su alma, sin paz en la tierra, halla asilo. Nuestras más incontestables, mejor probadas, más evidentes verdades, las veritatis aeternae, como a Descartes, antes que Pascal, gustaba llamarlas; éstas "verdades de la razón" como, después de Pascal, dirá Leibniz y, a continuación, los otros custodios legítimos de las ideas heredadas del Renacimiento; estas verdades nuestras nunca influyeron en él. Se puede estar seguros de que en él tendrían hoy una influencia aún menor que en un tiempo; ciertamente, el Pascal de ultratumba es mucho más libre y mucho más audaz de cuanto pudo serlo, cuando, vivo y entre los hombres, citaba a Roma y a la razón y a la humanidad y al universo al tribunal del Señor.
Órdenes llegan de Roma y de la razón: con que, no es menester seguirlas. Ésta es la lógica de Pascal. En otros tiempos, algo semejante le ocurrió a Tertuliano cuando exclamó, casi como si presintiera a Pascal: Crucifixus est Dei filius; non pudet, quia pudendum est. Et mortuus est Dei filius; prorsus credibile est, quia ineptum est. Et sepultus resurrexit; certum est, quia impossibile est. O sea, con otras palabras: No hay que avergonzarse cuando la razón dice: es vergonzoso; y cuando afirma: no tiene sentido, entonces la verdad se muestra; y donde indica una imposibilidad absoluta -allí y solo allí- se encuentra la certidumbre perfecta. Estando vivo, Tertuliano hablaba en esta forma, y han transcurrido casi dos mil años. ¿Pensais quizá que, una vez muerto, ha renegado de sus palabras, y que, por tanto, si hoy la razón declara "es vergonzoso", él considera que tengamos que avergonzarnos? ¿Y cuando decide: "es incongruente", debamos apartarnos? ¿Y que cuando decide: "es imposible", debamos cruzarnos de brazos? ¿Pensáis quizá que Descartes, Leibniz y nuestro maestro Aristóteles continúan aún hoy sosteniendo sus "verdades eternas", y que la lógica de ellos resulte delante de Dios tan irresistible como ya lo fue para los hombres?
Todo esto, se dirá, es hasta demasiado fantástico. No es posible comparar entre ellos a hombres que hace mucho tiempo han muerto: ni Pascal ni Tertuliano ni Descartes ni Leibniz defienden ya causa alguna. Si tenían una para defender, debían hacerlo aquí, en la tierra, y la historia -nacida en la tierra- no se deja en absoluto arrastrar hacia el cielo.
Hoy, y entre los hombres, todo eso puede ser justo, o sea que puede considerarse como verdadero. Pero nosotros, junto con Pascal (¿debo recordarlo aún?), hemos decidido llevar la controversia delante de otro tribunal. Ya no nos juzga la razón con sus "está permitido", "está prohibido", "es vergonzoso", y otras leyes y principios. Nos hemos colocado en el banquillo de los acusados, y, con nosotros, están ahí las leyes y los principios. Hemos reconocido iguales derechos a muertos y vivos: el juicio ya no compete a los hombres. Puede suceder también que no se comprenda la sentencia: Pascal nos dijo que no hay ni estabilidad ni seguridad; quizá, no hay mayor justicia. Deben olvidarse todos estos bienes terrenos. Lo que os será revelado "os hará creer y os volverá autómatas".
¿Deseais continuar siguiendo a Pascal? ¿o bien, en el límite de vuestra paciencia, preferís buscar otros maestros, más comprensibles y menos exigentes? No esperéis de Pascal ninguna dulzura, ninguna indulgencia. Tal como es infinitamente cruel hacia sí mismo, lo es hacia los demás. Si deseaís investigar en compañía suya os tomará consigo, pero declarandoos en seguida que tales búsquedas no os procurarán alegría alguna: "Apruebo solamente a aquellos que buscan gimiendo". Sus verdades (o las que él define sus verdades) son duras, penosas, implacables. No lleva consigo ningún aliento, ningún consuelo. Aniquila cualquier clase de consuelo. Apenas el hombre se detiene para descansar y volver en sí, aparece en seguida con su angustia: no hay que detenerse, no hay que descansar; hay que caminar, y caminar ininterrumpidamente. Estás cansado, extenuado; precisamente esto se quiere: hay que estar cansados, hay que hallarse en el límite de las fuerzas. "No daña el estar extenuados por la búsqueda inútil del verdadero bien, con tal que se puedan tender los brazos al liberador" Según Pascal, el mismo Dios lo ordena. "La guerra más cruel que Dios pueda hacer a los hombres mientras se hallen en esta tierra consiste en dejarlos sin la guerra que ha venido a traernos. 'He venido a traer la guerra', dice; y para iluminarnos respecto de esta guerra: 'He venido a traer el hierro y el fuego'. Antes de su llegada, el mundo vivía en esta falsa paz.
Tal es la lección de Pascal, para ser más exactos, de este modo nos participa todo lo que ha oído en el tribunal de Dios. Evita todo lo que es querido a los hombres. Los hombres aman la firmeza, él acepta la inconstancia; los hombres aman la tierra sólida, él elige el abismo; los hombres aprecian, sobre todo, la paz interior, él celebra la guerra y la tempestad; los hombres aspiran al descanso, él promete la fatiga, una fatiga sin término; los hombres van a la caza de verdades claras y precisas; él confunde todos los papeles, lo confunde todo, transformando la vida terrena en un caos horrible. ¿Qué le es necesario? Ya lo dijo: nadie debe dormir.


Cap I: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani.html
Cap II: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-ii.html
Cap IV: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iv.html
Cap V: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-v.html
Cap VI: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vi.html
Cap VII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vii.html
Cap VIII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-viii.html
Cap IX: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-ix.html
Cap X: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-x-final.html


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