sábado, 9 de noviembre de 2013

La Noche de Getsemaní - Capítulo V





V

Pascal chocó por primera vez con Roma cuando escribió las Cartas Provinciales. Desde el comienzo parece que empieza la defensa de la propia causa. Pero ello es inexacto. En las provinciales defiende a Port-Royal (Jansenio, Arnauld, Nicole) y la obra "común". por ello su alcance histórico es tan grande: aún hoy muchos críticos ven en ellas el verdadero mérito de Pascal. Emprende la lucha contra los jesuitas armado con pruebas intelectuales y morales: por tanto, por encima de sí y de Roma reconoce una instancia común, o sea la razón, ciertamente la moral; y en una de sus últimas cartas deja escapar la confesión de no tener necesidad de nada y de no temer a nadie: pero la confesión ha sido hecha a escape, y no bate a sus enemigos con esa arma. Ni Port-Royal ni otros (ni siquiera el espíritu más penetrante) podrían discernir en las Provinciales la frase terrible: Ad te, Domine, appello: y ésta es la frase inspiradora de sus Pensamientos. Por el contrario, en sus cartas (a igual que Arnauld, Nicole y otros) tiene un único deseo: decir, y solamente decir lo que semper ubique et ab omnibus creditum est. Toda su fuerza consiste en esto: sentir sobre los hombros -con razón o sin ella- no el apoyo problemático de Dios, muy lejano y por nadie visto, sino la real aprobación de todos los hombres que piensan de manera razonable y justa. Todos comprenden como "una gracia suficiente de nombre e insuficiente de hecho" es un ridículo y clamoroso absurdo.
Más tarde, al escribir los Pensamientos, habrá hecho suyo el convencimiento de que no hay que contar con el apoyo de "todos", y que el semper ubique et ab omnibus no es mejor que la "gracia suficiente de nombre y no de hecho".
Dirá: "Somos tan presuntuosos que, en la tierra, quisiéramos ser conocidos por todos, aún por aquellos que llegarán cuando nosotros ya no existamos; y somos tan vanidosos que nos divierte y nos satisface la estima de cinco o seis personas que nos rodean." No creáis que este "nosotros" se diga por educación, que con este "nosotros" Pascal quiera decir "ellos", es decir los demás y no él mismo. No, realmente habla de sí mismo. Mientras escribía las Provinciales, precisamente a él la aprobación de cinco o seis personas que estaban en torno le bastaba para darle la sensación de ser aprobado por el universo entero: por los hombres vivos en ese momento y por aquellos que aún habrían de venir. Si todavía os queda alguna duda, leed otro pasaje, donde tal pensamiento está expresado con plena franqueza y donde nada hay que intuir: "La vanidad tiene tales raíces en el corazón de un hombre, que un soldado, un jornalero, un pinche de cocina, un ganapan se jactan y quieren tener, cada uno de ellos, sus propios admiradores; y hasta los filósofos los quieren. Y aquellos que escriben en contra, quieren ufanarse de haber escrito bien, y aquellos que los leen quieren el de haberlos leído; y yo, que escribo estas líneas, tengo quizá deseo semejante..." Aquí todo es claro e incontrastable: si el hombre habla, escribe, incluso piensa, no es para aprender a encontrar la verdad. Aquí abajo nadie se interesa por la verdad; en el lugar de la verdad se desean juicios cómodos, útiles o convenientes al mayor número "posible" de hombres, de modo que, si no puedes hablar urbi et orbi, si te resulta imposible hacerte oír y aceptar por Roma y por el universo entero, la aprobación de cinco o seis personas debe bastarte: Port-Royal para Pascal, una remota villa para César. De éste modo quedará a salvo la ilusión del semper ubique et ab omnibus y podremos considerarnos como posesores de una verdad "ecuménica".
En las Provinciales no se halla ni siquiera una palabra relativa al "abismo". Pascal tiene solo un propósito: hacer de manera que la razón y la moral estén de parte suya, y de parte de sus amigos de Port-Royal. En conjunto, las Provinciales están a la altura de la época, y los historiadores consideran estas cartas como un acontecimiento conforme con la condición humana. No hay en ellas -repito- ninguna huella del "abismo" y mucho menos de un propósito de sustituir la razón por el arbitrio de un ser fantástico.
He aquí por qué, hablando con más exactitud, en las Provinciales no hallamos al verdadero Pascal y a su "idea". Cuando polemiza con los jesuitas no dice nada de sí mismo, y vilipendia solamente las tesis ridículas o insoportables de sus adversarios o, mejor, de los enemigos de Port-Royal. Llama a los jesuitas delante del tribunal del buen sentido y de la moral; si no pueden justificarse, quiere entonces decir que son culpables y que deben callar. Condenados por un tribunal así, ¿puede ser que se permanezca, sin embargo, en el propio derecho? Sobre este punto Pascal nada dice. Y mantiene un silencio igual, casi absoluto, en lo que a la "salvación por medio de la fe", en lo que a esa enigmática concepción de la "gracia" de acuerdo con la cual hay que renegar de todo lo que los hombres consideran razonable y justo. Tales reflexiones están reservadas a la obra futura, a la "apología del cristianismo". Si Pascal la hubiera llevado a término, habría cumplido con su deber en forma muy inferior a todo lo que habría hecho con los pensamientos que nos han llegado. Mientras ágilmente los escribía, olvidaba que en la tierra los hombres piensan y deben pensar solamente para los otros. Imposible olvidar esto en una apología; el intento de una apología es el de obtener una adhesión "universal", si no real, por lo menos imaginaria, sino del "universo entero", por lo menos -como dijo Pascal- de cinco o seis personas, la de un grupo de íntimos. Ahora bien, gran parte de sus Pensamientos no podía contar con una semejante, aunque limitada, adhesión. Sabemos que Port-Royal los censuró severamente. Así, hasta el mismo Port-Royal era incapaz de aceptar estas verdades nuevas. Y en realidad, una apología debe ser escrita por un hombre que, debajo de los pies, siente tierra firme y no un abismo; por un hombre que puede justificar a Dios ante Roma y el mundo, y no por quien llama al mundo y a Roma a la presencia del tribunal divino. He aquí por qué la interpretación bíblica propuesta por Pascal en sus Pensamientos no solo no convenía a Roma, que emitía leyes, sino al entero universo, casi a su mitad: ni siquiera convenía a la pequeña comunidad jansenista, la que, si bien devotamente fiel a san Agustín (y quizá precisamente porque le era devotamente fiel), pretendía al igual que Roma y de manera otro tanto igual la potestas clavium. Ya dije que san Agustín nunca se atrevió a rehusar a la razón sus derechos soberanos: tan grande era el poder que ejercían sobre él las tradiciones del estoicismo y del neoplatonismo, para adoptar enteramente las ideas de los estoicos. Sabiéndolo, Pascal escribe: "San Agustín. Nunca se sometería la razón si no estimara que hay casos en que debe someterse. Justo es entonces que se someta cuando juzga que debe someterse." Como muy bien advirtió un comentarista de Pascal, estas palabras están ligadas de modo directo con el siguiente pasaje de la carta CXX de san Agustín: "Que la fe deba preceder a la razón, también éste es principio razonable. Porque, si tal precepto no es razonable, significa entonces que es irrazonable: ¡No quiera Dios cosa semejante! Si entonces razonablemente la fe (para alcanzar alturas que no podemos aún tocar) precede a la razón, es por tanto evidente que la misma razón, por la que hemos sido persuadidos de ello, precede a la fe."
Pascal, que desea ligarse con san Agustín, repite este pensamiento con formas diversas. Así: "Nada es más conforme a la razón que un semejante negar la razón". Y aún, casi como si lanzara un desafío a sí mismo: "Al genio como a idiota se los tacha igualmente de locos. Aparte de la mediocridad nada es bueno..., salir del camino trillado quiere decir salir de la humanidad..." Cuando Montaigne predica ideas de este tipo: "Permaneced en el camino común", etc., es de veras normal. La filosofía de Montaigne, como él mismo confesaba, es solamente un suave almohadón que favorece un sueño profundo. Estaba destinado a cantar el "justo medio", que Aristóteles -padre de la filosofía "científica"- había transmitido a la humanidad. Pero Pascal no duerme, ni dormirá: los sufrimientos de Cristo no lo dejarán dormir hasta el fin del mundo. ¿Podrá la razón bendecir, o, por lo menos, justificar, una decisión tan loca? La razón es la encarnación del "justo medio". Y nunca, con ninguna condición, firmará de buena gana el acta de su abdicación. Se la puede obligar, pero todos los medios de persuasión no pesarán sobre ella, porque -por su naturaleza misma- es la única fuente de las pruebas. Que san Agustín diga lo que quiera: pero a la razón le repugna más que nada ceder los propios derechos a la fe, su enemiga eterna. La famosa controversia entre san Agustín y Pelagio es el mejor comentario a esta verdad; y esa controversia sirvió a Pascal como punto de partida para sus investigaciones. ¿Qué querían los discípulos de Pelagio? Solo una cosa: "reconciliar" la fe con la razón. Pero como la reconciliación solamente podía ser ilusoria, por fin se vieron obligados a someter a la fe a la razón. La tesis principal de ellos es ésta: Quod ratio arguit non potest auctoritas vindicare (Lo que la razón, la fe no puede reivindicarlo). Sosteniendo tal principio, los discípulos de Pelagio repetían justamente la conclusión de la filosofía griega, o para decir mejor, de la filosofía común del género humano, que, en Europa, por primera vez se había encontrado delante del dilema fatal: ¿qué debe hacer el hombre? ¿Tener confianza en la razón invariable, que le es inmanente y que en sí misma encuentra los principios eternos, o bien, por encima de ella, reconocer el poder de un Ente vivo y, en consecuencia, "contingente" y "caprichoso" (desde el momento en que todo lo que vive es "contingente" y "caprichoso")? Cuando Platón declaraba que el volverse misólogos es la más grave desgracia posible al hombre, ya decía lo que más tarde debía enseñar Pelagio. Tal tesis se la había dejado Sócrates, su grande e incomparable maestro. Y se la había dejado no solo a él: todas las escuelas filosóficas de Grecia habían recibido de Sócrates el mismo mandamiento: no podemos fiarnos de nada y de nadie; todo nos puede engañar; solo la razón no nos engañará; solo ella puede poner un límite a nuestra inquietud, procurarnos una base estable, y la seguridad.
En realidad, Sócrates no ha sido nunca tan coherente como se piensa de costumbre. En algunas importantes, importantísimas circunstancias de su vida, y sin esconderlo por nada, ha desobedecido a la razón, escuchando la voz de un ser enigmático al que llamaba su demonio. Es igualmente cierto que Platón -en lo que a esto concierne- fué aún menos coherente que Sócrates. Su filosofía roza siempre la mitología y frecuentemente se confunde con ella. Pero la "historia" no aceptó el demonio de Sócrates y purificó la filosofía de Platón, quitándole sus mitos. Por una parte, el "porvenir" pertenecía a Aristóteles y, por otra, a los estoicos, a estos augustos socráticos que -en su angustia- supieron satisfacer mejor los gustos de la historia, logrando así acaparar para ellos la conciencia de la humanidad pensante. De Sócrates y Platón los estoicos habían sacado todo lo que se puede sacar en defensa de la razón. Y empleaban siempre el mismo argumento que Sócrates (el más sabio entre los hombres, reconocido como tal por Dios mismo, el dios pagano que le había confiado -por intermedio de su oráculo- las llaves del reino celeste) había desarrollado algunas horas antes de morir: el volverse misólogos es la mayor desdicha que pueda golpear a un hombre.
¿Habéis perdido las riquezas, la gloria, los padres, la patria? Todo eso es nada. Pero si habéis renunciado a la razón, habéis perdido todo. Porque los amigos, la gloria, la patria, las riquezas son todas cosas transitorias; alguien, o el "azar", nos las ha dado sin interpelarnos antes y, a cada momento, aún sin consultarnos, puede volver a tomarlas. Pero la razón no nos la ha dado nadie, no nos pertenece ni a mí ni a ti, no la hallas en los amigos, o en los enemigos, o en los padres, o en los extraños: no está aquí o allá, no está antes o después. La razón está en cada lugar y siempre, en todos y por encima de todo. Solamente hay que aprender a amar a esta razón eterna, siempre igual a sí misma, nunca sometida a nadie; debe el hombre ver en ella la propia esencia: entonces, en este mundo antes enigmático y terrible no habrá ya nada de misterioso y asustador. Ya no habrá motivo para temer al invisible Déspota que en un tiempo era la fuente de todos los bienes y el creador de los destinos humanos. Tan fuerte y omnipotente era este déspota, que sus bienes eran apreciados y sus amenazas asustaban. Pero si nos decidimos a amar solamente los dones de la razón, a reconocer como cosa preciosa solamente sus alabanzas o sus lamentos (la razón, dirán los discípulos de Pelagio, es eso por lo que nos laudabiles vel vituperabiles sumus), y al considerar los dones del déspota carente de importancia -adiáfora- ¿quién, entonces, podrá decirse igual al hombre? ¡El hombre que logra emanciparse de Dios! Desde ese punto de vista Sócrates, Platón, Aristóteles, los epicúreos (recordad el De rerum natura de Lucrecio), los estoicos y todas las escuelas griegas han estado unánimes. Los estoicos (sobre todo aquellos de tendencias platónicas, Epicteto y Marco Aurelio) no han hecho otra cosa que concentrar la atención sobre el pensamiento antiguo; se han apoyado, por decirlo así, y demasiado, en él. Pero la naturaleza humana no puede soportar una cosa semejante: lo demasiado, en todo, le repugna.
Sin embargo, queda firme el hecho de que Sócrates y Platón son los antepasados de los estoicos; que Aristóteles está tan cerca del estoicismo como puede estarlo cualquier estoico puro. Antes bien, digamos que Aristóteles ha logrado hacerse cargo y salvar a esa razón objetiva y autónoma "descubierta" por Sócrates. En efecto, a creado la teoría del "justo medio", ha enseñado a los hombres esa gran verdad por la que no hay que cansar a la razón -si se la quiere mantener íntegra- con interrogantes que superan sus fuerzas. Mejor: Aristóteles enseñó a los hombres a formular cualquier interrogante de manera tal que no importe prejuicios a los derechos soberanos de la razón. Ha inventado esa ficción (veritatem aeternam) por la que las preguntas a las que no se puede contestar son preguntas en sí mismas carentes de sentido: por tanto, inexistentes. Los hombres -desde Aristóteles a nuestros días- formulan preguntas a propósito de esas cosas sobre las cuales la razón permite que se formulen. Para nosotros, como para los estoicos, todo el resto es adiáforon, indiferente. El exponente más notable de la nueva filosofía, que (con razón) se consideraba continuador de la obra de Aristóteles, ofrece, como primer e irremovible mandamiento de la filosofía, la indiferencia estoica para todo eso que sucede en el mundo. En su lógica -que, al mismo tiempo, es también una ontología- erige en principio la regla de Horacio: Si fractus illabatur orbis, impavidum ferient ruinae.
Y no solamente Hegel, sino también el primer llegado entre nuestros contemporáneos (admitido que piensa, y que se decide a pensar de manera franca), deberá repetir las palabras de Hegel. En suma: lo que es cierto para los antiguos, permanece cierto para nosotros; las ideas de que vivimos son las del estoicismo. Perezcan los hombres y los mundos, los reinos y los pueblos; aniquílese lo real, lo animado, lo inanimado, todo ello es adiáforon, indiferente; todo está a salvo, con tal de que nadie trate de arañar el reino del ideal donde la razón y sus leyes gobiernan incontrastadas. La razón es anterior al mundo, sus leyes son ideales, sus principios son eternos; y no se han tomado a nadie. Cuando ella establece: pudet, todos deben avergonzarse; cuando establece: ineptum, todos deben indignarse; cuando establece: impossibile, todos deben inclinarse. Protestar es insensato, apelar es inadmisible. Lo dijo Pelagio: quod ratio arguit, non potest auctoritas vindicare; y, recordémoslo, san Agustín repite a Pelagio; y Pascal, de cuando en cuando, hallaba que era mejor desobedecer al Déspota que desobedecer a la razón. En efecto, una alabanza de la razón es lo que de más grande pueda tocarle en suerte al hombre, ya sea en la tierra como en el cielo. Y un reproche de la razón es para el hombre el peor mal. ¿Puede ser de otro  modo? ¿Se puede, en el dominio de la filosofía, vencer al estoicismo, repudiar las teorías de Pelagio? E, invirtiendo el pensamiento de Pascal, ¿puede decirse, podrá alguna vez decirse: el Déspota ordena más imperiosamente que la razón? Porque, si has desobedecido a la razón, serás solamente un estúpido; pero, si has desobedecido al Déspota, perderás tu alma.


Cap I: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani.html
Cap II: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-ii.html
Cap III: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iii.html
Cap IV: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iv.html
Cap VI: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vi.html
Cap VII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vii.html
Cap VIII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-viii.html
Cap IX: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-ix.html
Cap X: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-x-final.html


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