domingo, 11 de marzo de 2018

Significado y propósito de una vida




22 de abril de 1958
Calle Perry 57
Ciudad de Nueva York


Querido Hume, 

Tú pides consejo, ¡ah qué cosa tan humana y tan peligrosa! Pues dar consejo a un hombre que pregunta sobre qué hacer con su vida implica algo muy cercano a la egomanía. Asumir que se puede dirigir a un hombre hacia la meta máxima y correcta, al punto de señalar con un dedo tembloroso la dirección indicada es algo que sólo cometería un tonto. 
Yo no soy un tonto, pero respeto tu sinceridad al pedirme mi consejo. Sin embargo te pido que cuando escuches lo que tengo que decir, concuerdes con que todos los consejos son sólo un producto del hombre que los da. Lo que puede ser verdad para uno, puede significar un desastre para otro. No veo la vida a través de tus ojos, ni tú a través de los míos. Si fuera a intentar darte un consejo específico sería como un ciego guiando a otro ciego. 
“Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Qué es más noble para el alma: sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna o tomar las armas contra un mar de adversidades…?”
(Shakespeare) 
De hecho esa es la cuestión: si flotar con la corriente o nadar hacia una meta. Es una decisión que todos debemos tomar ya sea consciente o inconscientemente en algún momento de nuestra vidas. Muy pocas personas entienden esto. Piensa en cualquier decisión que hayas hecho y que tuviera una influencia en tu futuro: puede ser equivocada, pero no veo cómo podría ser cualquier cosa excepto una decisión –aunque sea indirecta– entre las dos cosas que he mencionado: flotar o nadar. 
Pero ¿por qué no flotar si no tienes una meta? Esa es otra cuestión y es incuestionablemente mejor disfrutar la flotación que nadar en la incertidumbre. Entonces ¿cómo encuentra un hombre una meta? No un castillo en las estrellas, sino una cosa real y tangible. ¿Cómo puede un hombre estar seguro de que no va en pos de una “gran montaña de dulce”, una meta hecha de caramelo y azúcar que tiene poco sabor y nada de sustancia? 
La respuesta (que es, en cierto sentido, la tragedia de la vida) es que buscamos entender la meta y no al hombre. Ponemos una meta que demanda de nosotros ciertas cosas: y hacemos estas cosas. Nos ajustamos a las demandas de un concepto que NO PUEDE ser válido. Cuando eras joven, vamos a suponer que querías ser bombero. Me siento razonablemente seguro de decir que ya no quieres ser un bombero. ¿Por qué? Porque tu perspectiva ha cambiado. No es el bombero quien ha cambiado, sino tú. Cada hombre es la suma total de sus reacciones a la experiencia. Como sus experiencias difieren y se multiplican, tú te convertirás en un hombre diferente y por lo tanto tu perspectiva cambia. Esto sigue y sigue. Cada reacción es un proceso de aprendizaje sumamente significativo, que altera tu perspectiva. 
Así que parecería tonto ajustar nuestras vida a las demandas de una meta que vemos desde un ángulo diferente cada día ¿o no? ¿Cómo podemos esperar lograr algo más que una neurosis galopante?
La respuesta entonces no debe de tratar de metas en absoluto, o al menos no de metas tangibles en todo caso. Tomaría montones de papel desarrollar este tema a satisfacción. Sólo Dios sabe cuántos libros se han escrito sobre “el sentido del hombre” y ese tipo de cosas, sólo dios sabe cuántas personas han ponderado el tema. (Utilizo el término “sólo Dios sabe” puramente como una expresión”). Hay muy poco sentido en que yo intente dártelo en un proverbial resumen, porque soy el primero en admitir mi absoluta falta de certificaciones para reducir el significado de la vida a uno o dos  párrafos. 
Voy a alejarme de la palabra “existencialismo”, aunque puedes mantenerla en tu mente como una suerte de clave. Quizá también puedas tratar de leer algo llamado El ser y la nada, de Jean-Paul Sartre, y otra cosita llamada Existencialismo de Dostoyevsky a Sartre. Estas son meras sugerencias. Si te sientes genuinamente satisfecho con quien eres y lo que estás haciendo, entonces puedes olvidarte de esos libros. (Dejar a los perros que duermen acostarse). Pero de vuelta a la pregunta. Como dije, poner tu fe en las metas tangibles, sería, en el mejor de los casos, poco sabio. Así que no aspiramos a ser bomberos, no aspiramos a ser banqueros, ni policías ni doctores.  ASPIRAMOS A SER NOSOTROS MISMOS. 
Pero no me malentiendas. No quiero decir  que no podemos ser bomberos, banqueros o doctores, sino que debemos hacer de la meta conformarnos con el individuo, en lugar de hacer que el individuo se conforme con la meta. En cada hombre, herencia y entorno se han combinado para producir una criatura con ciertas habilidades y deseos, incluyendo una necesidad muy arraigada de funcionar de tal forma que su vida TENGA SIGNIFICADO. Un hombre debe ser algo, debe importar. 
Tal y como yo lo veo, la fórmula va más o menos así: un hombre debe escoger un camino que permita a sus HABILIDADES funcionar con un grado de eficiencia máxima hacia la gratificación de sus DESEOS. Al hacer esto, él está satisfaciendo una necesidad (dándose a sí mismo una identidad al funcionar en un rumbo fijo hacia una meta), él evita frustrar su potencial (al escoger un camino que no le pone límites a su desarrollo personal) y evita el terror de ver su meta languidecer o perder su encanto conforme se acerca a ella (en lugar de someterse a las demandas que busca, ha sometido su meta a adaptarse a sus propias habilidades y deseos. 
En resumen, no ha dedicado su vida a alcanzar una meta predefinida, sino escogido una forma de vida que SABE que disfrutará. La meta es absolutamente secundaria: lo importante es el mecanismo que lleva a la meta. Y parece casi ridículo decir que un hombre DEBE funcionar en un patrón que él mismo ha elegido, ya que dejar que otro hombre defina tus metas es renunciar a uno de los aspectos más significativos de la vida: el acto definitivo de voluntad que hace a un hombre un individuo. 
Vamos a asumir que tú piensas que tienes que decidir entre ocho caminos a seguir (predefinidos, por supuesto). Y vamos a asumir que no puedes ver ningún propósito real detrás de ninguno de los ocho. Entonces –y aquí está la esencia de todo lo que he dicho– DEBES ENCONTRAR UN NOVENO CAMINO. 
Naturalmente no es tan fácil como suena. Pues has vivido una vida relativamente estrecha, una existencia más vertical que horizontal. De tal manera que no es muy difícil entender por qué te sientes así. Pero un hombre que procrastina al ELEGIR, inevitablemente verá que esta decisión es tomada por las circunstancias y no por él.
Así que si ahora te cuentas entre los desencantados, entonces no tienes otra opción más que aceptar las cosas como son, o seriamente buscar algo más. Pero cuídate de buscar metas: busca una forma de vida. Decide cómo quieres vivir y luego ve cómo puedes ganarte la vida DENTRO de ese modo de vida. Pero dirás: “No sé por dónde empezar buscar. No sé qué debo buscar”. 
Y ese es el punto medular. ¿Vale la pena dejar algo para buscar algo mejor? Yo no lo sé, ¿lo es? ¿Quién puede hacer esa decisión si no tú? Pero aun si DECIDIERAS BUSCAR, has avanzado un gran camino para tomar la decisión. 
Si no paro me voy a descubrir a mí mismo escribiendo un libro. Espero que no sea tan confuso como se ve a primera vista. Mantén en mente, por su puesto, que esta es MI FORMA de ver las cosas. Yo pienso que esto es aplicable de manera general, pero quizá tú no.  Cada uno de nosotros debe crear su propio credo, éste es meramente el mío. 
Si cualquier parte de esto no te hace sentido, por favor señálamelo. No estoy tratando de ponerte “en el camino” en busca del Valhalla, sino simplemente señalando que no es necesario aceptar las opciones que te da la vida tal y como la conoces. Hay más en ello que eso: nadie TIENE QUE hacer algo que no quiere por el resto de su vida. Pero de nuevo, si eso es lo que terminas haciendo, convéncete como sea de que DEBÍAS hacerlo. Entonces tendrás mucha compañía. 
Eso es todo por ahora. Hasta que tenga noticias tuyas de nuevo, sigo siendo tu amigo, 

Hunter


En la primavera de 1958 Hunter S. Thompson recibió una carta de un amigo pidiéndole consejo, de tal manera que el escritor redactó una carta sobre el significado y el propósito de la vida.  



jueves, 8 de marzo de 2018

Mujeres en los hombres



Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.

Atención atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las últimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus manos.

Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.

Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté,
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él movera mi boca por la última vez.



También así ven a las mujeres algunos hombres...

lunes, 5 de marzo de 2018

Saberte cerca...




¿Crees que acaso te he preguntado si tú me quieres?
Yo no pretendo que tú me quieras;
solo deseo saberte cerca, y que en silencio,
de vez en cuando,
me des tu mano...

Hermann Hesse

domingo, 4 de marzo de 2018

Transformación Silenciosa




¿De dónde viene aquello que se produce incansablemente ante nuestros ojos, aquello que es lo más efectivo, que es patente, ciertamente, pero no se ve?
Es efectivo, sin duda alguna: tiene un efecto tan real que, a fin de cuentas, es lo que sentimos más intensamente y nos asalta en pleno rostro. Porque no se trata de una invisibilidad interior, secreta, psicológica, como la de los sentimientos; ni de la invisibilidad de las ideas, que la filosofía ha decretado de entrada que tiene otra esencia que lo sensible. No, la invisibilidad de la que hablo es propia del "fenómeno" y paradójica: aquello que no cesa de producirse y de manifestarse abiertamente ante nosotros -continua y globalmente- y, sin embargo, no discernimos.
Es discreto por su lentitud al mismo tiempo que demasiado quieto para que lo distingamos. No produce un deslumbramiento súbito que cegaría la mirada si surgiera; sino, por el contrario, algo más banal: se ofrece a la vista en todos los lugares y todo el tiempo, y por eso mismo nunca lo percibimos. No constatamos más que el resultado.
Crecer, no vemos crecer: ni los árboles, ni a los niños. Pero un día, cuando los volvemos a mirar, nos sorprendemos de que el tronco sea ya tan grueso o de que el niño nos llegue ya a los hombros. Envejecer: no vemos envejecer. No solo porque envejecemos sin cesar y el envejecimiento es demasiado progresivo y continuo para que salte a la vista; sino también porque todo en nosotros envejece. Todo: no solo los cabellos encanecen, sino que también las ojeras se ahondan, los rasgos se abotargan, las formas se ablandan y el rostro se vuelve inexpresivo. Y la piel cambia de color y se agrieta, a la vez que la carne se hunde y se afloja, etc. Lo dejo. Hace mucho tiempo que, con ironía o piedad, en todas las literaturas del mundo se describe el proceso del envejecimiento, y, por larga sea la enumeración, nunca abarcará ese todo. "Todo", es decir que nada se escapa de él: la mirada envejece y la sonrisa y el timbre de la voz y el gesto de la mano; todo se encorva y, por supuesto, nuestro "porte", con suelas de plomo, como dice Proust, que se pegan a los pies.
Ahora bien, como es todo lo que se modifica y nada es aislable, la manifestación de ese proceso, aunque ocurre ante nuestros ojos, no lo vemos. Quizá una mañana nos hayamos dado cuenta de que tenemos en la sien algunos cabellos blancos que antes tenían color, pero, lo tomamos como algo anecdótico. Porque no son los cabellos blancos los que nos harán tener el aspecto de viejo y que un día alguien se levante para cedernos el asiento en el autobús. No, es el "aspecto", es decir, es todo, está en todo…Los que se someten a la cirujía estética, ¿no se han dado cuenta de eso? Al intentar reparar el envejecimiento en el rabillo de los ojos o en el rostro, aquel se vuelve más patente por contraste con la espalda encorvada o con el timbre debilitado de la voz. En resúmen, esos pocos cabellos blancos no son más que un indicio accidental, tal vez un poco más llamativo, de la "transformación silenciosa" que no vemos desarrollarse. 
"Silencioso" es más exacto que invisible, incluso más expresivo. Porque no solamente esa transformación no se percibe, sino que se produce sin llamar la atención, sin alertar, "en silencio": sin hacerse notar y como independientemente de nosotros; se diría que no quiere molestarnos, aunque es en nosotros donde sigue su trayectoria hasta destruirnos. Un día encuentra una fotografía de hace veinte años y la impresión repentina es irreprimible. La mirada escrutadora se centra en la pregunta: ¿este rostro es el mío? No soy "yo", ¿pero quién es, si no? Es verdad que poco a poco me voy reconociendo en él, recomponiendo pacientemente los rasgos, pero solo de manera alusiva y desde fuera: ante la mirada perpleja. el "yo" se deshace. O, también, al cruzarnos con un amigo al que no habíamos visto desde hace años: "...mantenía muchas cosas de antes. Pero no podía comprender que fuese él" (Proust, al final de El tiempo recobrado)...
...¿Qué brecha se ha abierto entre los dos, que la razón no consigue estrechar? ¿Qué carencia -ola carencia de qué- opone ahí su resistencia? Incluso reconocemos que la pregunta que surge entonces y nos mantiene perplejos nos parece que repentinamente prevalece sobre cualquier otra pregunta (con ella empezamos a tirar de un hilo desde lo anodino y lo cotidiano, y presentimos que nos puede llevar demasiado lejos...) Y, sin embargo, ¿no será esa pregunta, en el fondo, la más importante? En cualquier caso está claro que nos conduce, de pronto, a una profundidad, una radicalidad, mayor que las demás al abrirse a lo imprevisto, como por descuido, a algo más verdadero que cualquier otra verdad. Es la pregunta más viva, la más clara, la más discreta.
Claro que se trata de una "revelación", como se suele decir en esa tesitura, pero en este caso no tiene nada que ver con una tentación mística, porque lo que tenemos ante nosotros es tan patente que nos arrastra en su remolino. "He envejecido". Pero ¿es suficiente una palabra para decirlo? ¿O esa palabra es más "grande" que cualquier otra palabra? Porque, silenciosa hasta ese momento, la transformación se impone entonces de la manera más estridente y brutal, y su efecto real nos salta en pleno rostro. Eso es lo que se ha producido secretamente en mi "yo" (hasta el punto de que ya ni hay "yo") y, sin embargo, ha escapado a mi conciencia. Algo que expulsa repentinamente fuera de nosotros -como elementos abstractos o secundarios- los famosos problemas del conocimiento en los que tanto se ha complacido la filosofía.

Las Transformaciones Silenciosas - Francois Jullien (Edicions Bellaterra)
ISBN 972-84-7290-480-4


Un texto que es un disparador impresionante.
Muchas cosas pueden pensarse sobre él. La foto que elegí dice, al menos para mí, que a pesar de la destrucción hay cosas que se conservan intactas. Que son intangibles, es cierto, invisibles y silenciosas también, pero están ahí, como siempre estuvieron. Parece que la mano las hubiera apresado simbólicamente y las trajo hasta hoy, sin soltarlas.

También puede pensarse, desde un punto de vista muy antiguo o muy moderno, que el envejecimiento no es tal. Que son estados sucesivos y distintos, sin una hilación material, no se si lo explico bien, presentes sucesivos en los que solo una pauta, reconocible, eso sí, es lo que permanece, pero que no necesariamente es nuestra, sino de la naturaleza en su conjunto.
No necesariamente es un "yo".
Este viejo que hoy transcribe lo que transcribe no es el mismo tipo que está en esa foto, es otro... con una pauta común y la memoria de un largo camino recorrido que fue guardándose en pequeñísimas partículas y, de algún modo, transmiten información que puede ser rastreada en el tiempo…todo esto puede ser un desvarío, claro, pero estaba ahí y se disparó con el texto y la interlocución que hizo de combustible. Lo agrego porque me gusta y porque, quien sabe, quizás haya más esperando por salir...

Los Napoleones del fin de semana

  Hay un brillo inquietante en sus ojos cuando acuden cada sábado a la cita. Llegan uno tras otro, casi furtivamente, con sus cajas y reglam...