lunes, 21 de marzo de 2016

La elegancia del mono




En el curso de sus peregrinaciones entre los cinco picos cubiertos  por brumas centelleantes, Zhuangzi se cruzó con el rey y su séquito, que habían ido a hacer una comida campestre a orillas del lago de la Tranquilidad celestial. El sabio llevaba puesto un vestido de tela toscamente remendada, sus sandalias agujereadas estaban atadas con trozos de cordel.
-¡En qué miseria has caído, Maestro!-, exclamó el monarca.
-La indigencia no es desamparo -contestó Zhuangzi-. La única desgracia de un sabio es no poder transmitir su comprensión del Tao. ¡Esta época no es fausta para los filósofos, eso es todo!
-¿Qué quieres decir? -preguntó el rey.
-Cuando el mono está en los árboles, vuela de rama en rama, tan airoso como un pájaro. ¡Pero cuando se desplaza entre monte bajo y hierbas altas, su paso es ridículo! Así como el sabio que no tiene adeptos entre los príncipes de su tiempo pasea andrajoso. ¡Pero qué importa! Si tiene discípulos que ponen en práctica sus palabras, su corazón está plenamente satisfecho. ¡En ésto consiste su verdadera riqueza, pues el conocimiento que transmites te pertenece para la eternidad!

Cuentos de los sabios taoístas - Pascal Fauliot


sábado, 19 de marzo de 2016

Hemos amado juntos tantas cosas




Hemos amado juntos tantas cosas
que es difícil amarlas separados.
Parece que se hubieran alejado de pronto
o que el amor fuera una hormiga
escalando los declives del cielo.

Hemos vivido juntos tanto abismo
que sin ti todo parece superficie,
órbita de simulacros que resbalan,
tensión sin extensiones,
vigilancia de cuerpos sin presencia.

Hemos andado tanto sin movernos
que los viajes ahora se descuelgan
como abrigos inútiles.
Movimiento y quietud se han desunido
como grados de dos temperaturas.

Hemos perdido juntos tanta nada
que el hábito persiste y se da vuelta
y ahora todo es ganancia de la nada.
El tiempo se convierte en antitiempo
porque ya no lo piensas.

Hemos callado y hablado tanto juntos
que hasta callar y hablar son dos traiciones,
dos sustancias sin justificación,
dos substitutos.

Lo hemos buscado todo,
lo hemos hallado todo,
lo hemos dejado todo.

Únicamente no nos dieron tiempo
para encontrar el ojo de tu muerte,
aunque fuera también para dejarlo.

(a Antonio Porchia)



Roberto Juarroz


lunes, 14 de marzo de 2016

Casi un credo




... creo que -a diferencia de lo que ocurre con los individuos- las instituciones y colectividades humanas son impenetrables a la gracia. Y, aunque ésta no sea más que una opinión, considero que las naciones, las iglesias, los partidos, las clases políticas y las asociaciones formales de casi todo tipo muestran un nivel muy bajo de inteligencia y sensibilidad moral. Tal vez esto se deba, en parte, a que las instituciones no están organizadas del mismo modo que los individuos. Comparadas con la complicación del sistema nervioso, las organizaciones funcionan según normas y comunicaciones verbales muy rudimentarias. Quizás sea por esto por lo que la mayor parte de los problemas sociales nos dan la impresión de ser demasiado complejos, del mismo modo que el cuerpo humano nos parecería demasiado complicado de no ser porque el sistema nervioso (a diferencia de la atención y la memoria consciente) puede manejar simultáneamente un inmenso número de variables. Las sociedades están limitadas a un tipo de comunicación lineal y, en este sentido, pueden manejar muy pocas variables. Por consiguiente, los gobiernos y las corporaciones intentan seguir el paso infinitamente variado y multimensional de la naturaleza, recurriendo para ello a palabras sobre el papel -redactando leyes, informes y otros documentos- cuya lectura -no hablemos ya de su asimilación- requeriría vidas enteras a cualquier ser inteligente. Y aún así, todas estas montañas de papel cubiertas de letras solo han descrito una ínfima cantidad de procesos naturales y ni siquiera sabemos si lo que decidimos describir son solamente los rasgos más importantes del proceso. Dicho en pocas palabras, nuestras organizaciones sociales distan mucho de ser orgánicas.
Cuanto más complejas y mecanizadas, las organizaciones sociales se vuelven menos orgánicas, porque su comunicación -por más rápida y elaborada que sea-, se basa en una confusión entre el símbolo y la realidad, entre la palabra y los números por un lado, y los acontecimientos naturales por el otro. Cuando nos representamos verbalmente los procesos naturales, parece que existan cosas y acontecimientos que puedan ser tratados individualmente de un modo secuencial. Pero lo cierto es que la cosa no funciona así. Cualquier acontecimiento de la naturaleza implica o conlleva, en diversos grados, a todos los demás, y solo tenemos una idea muy burda acerca de la forma de medir estos grados, ya que ¿con qué frecuencia surgen los hechos más importantes de los más triviales? Un encuentro casual precipita un matrimonio y un accidente en un laboratorio provoca un importante descubrimiento científico. Creo, por consiguiente, que, desde hace mucho tiempo, nos hemos enfrascado en un método impracticable y destructivo para controlar y desarrollar tanto el orden social como el entorno natural, y que nuestra principal esperanza de hallar algo mejor estriba en una investigación del sistema nervioso... que nos permita representarlo como algo muy distinto a un proceso mecánico. Pero, hasta que demos con ella -y tal vez esto consista en aprender a desarrollar nuestra facultades intuitivas en lugar de las intelectuales-, tengo pocas esperanzas de que se produzcan cambios sociales constructivos a gran escala. Hasta entonces la sociedad seguirá siendo un lodazal únicamente redimido por algunas flores individuales, relativamente escasas, de fructífera belleza.
Pero me resulta difícil entrar en un estado de conciencia en el que desaparecen todos estos problemas. Me doy cuenta de que la naturaleza no comete errores, de que el hombre y sus instituciones son tan naturales como todo lo demás y, además, de que mis quejas sobre cualquier situación son tan naturales como la idea de que carezco de razón para quejarme. Obviamente esta sensación no implica ningún curso concreto de acción y, por tanto, puede ser desdeñada en tanto que mera filosofía o misticismo carente de todo valor. Pero, por otra parte, nadie ha desarrollado una filosofía, un conjunto de principios o leyes generales que nos proporcione normas adecuadas de acción que tengan tantas excepciones que resulten inaplicables. Y, cuanto más agudicemos nuestro intelecto, más rápidamente encontraremos razones para considerarnos más excepción que norma. Comenzamos estudiando griego en la escuela con la conjugación de los verbos regulares para terminar descubriendo que los más comunes son los irregulares. En la medida en que el lenguaje se enriquece con el uso y las expresiones idiomáticas, va alejándose de la gramática o, mejor dicho, de las descripciones que hacen los gramáticos y tenemos que terminar aprendiendo de oído. De igual modo, la vida hay que tocarla de oído, y con ello quiero decir que no solo debemos confiar en las reglas simbólicas y los principios lineales, sino en nuestros cerebros y en nuestra naturaleza. Pero, para ello, debemos desarrollar la confianza en que la naturaleza no se equivoca. En tal universo, nuestra muerte no es un error sino tan solo el momento de morir en el momento adecuado.
Pero nada puede estar bien en un universo en el que no cabe el error y toda percepción se basa en la toma de conciencia de un contraste, de una situación del tipo correcto/incorrecto, es/no es, brillante/oscuro, duro/suave. Si ésta es la naturaleza misma de la consciencia, todas y cada una de las circunstancias, por afortunadas que sean, solo podrán ser experimentadas en términos de buena/mala o más/menos. Estas reflexiones son las que me sumen en el silencio y, cuando las escribo, ayudo a que otras personas -interesadas también en éstas cuestiones- llenas de palabras y de pensamientos, puedan alcanzar también este silencio que implica la toma de conciencia de que ningún código lineal puede representar un mundo no-lineal. Pero este silencio intelectual no tiene nada que ver con el fracaso, la derrota o el suicidio, sino que constituye un retorno a la conciencia desnuda, a la visión no ensombrecida por comentario alguno de la que gozábamos cuando éramos niños en los días en que no existía diferencia alguna entre el conocedor y lo conocido, ni entre el autor y la acción. Ahora somos como niños que han vuelto a nacer, pero niños que recuerdan todas las reglas y trucos de los juegos humanos y que, en consecuencia, pueden comunicarse como adultos con los demás. Y también podemos sentir -a diferencia de lo que ocurre con el niño recién nacido- compasión por las confusiones de nuestros semejantes.
Ahora bien, desde el punto de vista de éste niño sabio, las confusiones del adulto normal no pueden ser corregidas sin confundirse todavía más. No hay más alternativa que recuperar la visión del niño y comprender que las confusiones no son realmente serias sino meros juegos con los que pierden el tiempo los adultos pretendiendo ser importantes. Desde esta perspectiva, el mundo se torna inconmensurablemente rico de colores y detalles, puesto que ya no ignoramos los aspectos de la vida que los adultos dejan de lado alegando que tienen cosas más importantes que hacer. Como ocurre con el caso de la música, la razón de la vida es su forma en cada uno de los estadios de su desarrollo, y en un mundo en el que no hay "yo" y "los demás", la única identidad es simplemente Esto, la totalidad, la energía, Dios más allá de todos los nombres.

Alan Watts - Memorias 1915-1965


Los Napoleones del fin de semana

  Hay un brillo inquietante en sus ojos cuando acuden cada sábado a la cita. Llegan uno tras otro, casi furtivamente, con sus cajas y reglam...