domingo, 21 de febrero de 2016

Antonio Porchia





Hoy no podría habituarme a cómo seré mañana; mañana sí.


Tanto universo, tanto universo para hacer funcionar un cerebro, un pobre cerebro.


Herir al corazón es crearlo.


Cuando ya nada me quede, no pediré más nada.


Iría al paraíso, pero con mi infierno; solo, no.


Te depuras, te depuras… ¡Cuidado! Podría no quedar nada.


Quien te quiere, si te quisiera solamente a ti, no podría quererte, porque no sabría como a quién ni como a qué quererte.


El hombre es débil y cuando ejerce la profesión de fuerte es más débil.


Se va igualando todo. Y es así como se acaba todo: igualándose todo.


He sido para mí, discípulo y maestro. Y he sido un buen discípulo, pero un mal maestro.


Un amigo, una flor, una estrella no son nada, si no pones en ellos un amigo, una flor, una estrella.


Nadie es luz de sí mismo: ni el sol.


Los niños que nadie lleva de la mano son los niños que saben que son niños.


Un corazón grande se llena con muy poco.


Nadie te ha dado nada por nada si nadie te ha dado el corazón, porque sólo el corazón se da por nada.


A veces necesito la luz de un fósforo para alumbrar las estrellas.


Quien ha hecho mil cosas y quien no ha hecho ninguna, sienten iguales deseos: hacer una cosa.


Cuando me acerco a un alma, no llevo el deseo de conocerla; cuando me alejo, sí.


No me hables. Quiero estar contigo.


Quien hace un paraíso de su pan, de su hambre hace un infierno.



Antonio Porchia



miércoles, 17 de febrero de 2016

La sombra en la tradición Zen




Durante la ceremonia de la comida uno toma unos pocos granos de arroz del Buda y los deposita en el extremo de un raspador como ofrenda a los espíritus del mal. Entonces acude el servicio, los retira y los ofrece a una planta o a un animal, restituyéndolos así al ciclo vital. Este rito constituye una especie de reconocimiento consciente de los espíritus del mal, de la sombra, una manera de alimentarlos- sin saciarlos- con nuestra mejor comida. 
Más tarde, si a lo largo del día nos topamos con los espíritus del mal, podemos decirles: "Ya os he dado de comer. No tengo por qué seguir alimentándolos." 
En la tradición budista se cree que existe un reino de espíritus malignos que tienen un apetito devorador pero cuya garganta tiene el grosor de un alfiler. Por ese motivo nunca están satisfechos y-como la sombra- tienen un hambre voraz. Sin embargo, si los alimentamos poco a poco y de manera regular la sombra dejará de adoptar una actitud agresiva.
Es imposible eliminar el reino de los espíritus famélicos, lo único que podemos hacer es cuidar de ellos. Entonces el alboroto de sus gruñidos disminuirá. Lo mismo ocurre con la sombra.


Relatado por Peter Leavitt y citado en "Encuentros con la Sombra". Pág. 227 y 228.


sábado, 6 de febrero de 2016

Delia Elena San Marco



Nos despedimos en una de las esquinas del Once. Desde la otra vereda volví a mirar; usted se había dado vuelta y me dijo adiós con la mano. Un río de vehículos y de gente corría entre nosotros; eran las cinco de una tarde cualquiera; cómo iba yo a saber que aquel río era el triste Aqueronte, el insuperable.
Ya no nos vimos y un año después usted había muerto.
Y ahora yo busco esa memoria y la miro y pienso que era falsa y que detrás de la despedida trivial estaba la infinita separación.
Anoche no salí después de comer y releí, para comprender estas cosas, la última enseñanza que Platón pone en boca de su maestro. Leí que el alma puede huir cuando muere la carne.
Y ahora no sé si la verdad está en la aciaga interpretación ulterior o en la despedida inocente.
Porque si no mueren las almas, está muy bien que en sus despedidas no haya énfasis.
Decirse adiós es negar la separación, es decir: Hoy jugamos a separarnos pero nos veremos mañana. Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros.
Delia: alguna vez anudaremos ¿junto a qué río? este diálogo incierto y nos preguntaremos si alguna vez, en una ciudad que se perdía en una llanura, fuimos Borges y Delia.


Jorge Luis Borges - El hacedor


viernes, 5 de febrero de 2016

Amar y ser amado




«Supe que ser amado no es nada, que amar, sin embargo, lo es todo. Y creí ver cada vez más claro que lo que hace valiosa y placentera la existencia es nuestro sentimiento y nuestra sensibilidad. Donde quiera que viese en la tierra algo que pudiera llamarse “felicidad”, ésta se componía de sentimientos. El dinero no era nada, el poder tampoco. Veía a muchos que poseían ambas cosas y eran desdichados. La belleza no era nada; veía a hombres y mujeres bellos, que a pesar de toda su belleza eran desdichados. Tampoco la salud contaba demasiado. Cada cual era tan sano como se sentía; había enfermos que rebosaban de vitalidad hasta poco antes de su fin, y personas sanas que se marchitaban, angustiadas por el temor de sufrir. La dicha, sin embargo, siempre estaba allí donde un hombre tenía sentimientos fuertes y vivía para ellos, sin reprimirlos ni violarlos, sino cuidándolos y disfrutándolos. La belleza no hacía feliz al que la tenía, sino al que sabía amarla y venerarla.
Aparentemente existían muy diversos sentimientos, pero en el fondo todos eran uno. A cualquiera de ellos puede llamársele voluntad o cualquier otra cosa. Yo lo llamo amor. La dicha es amor y nada más. El que es capaz de amar es feliz. Todo movimiento de nuestra alma en el que ésta se sienta a sí misma y sienta la vida, es amor. Por tanto es dichoso aquel que ama mucho. Sin embargo, amar y desear no es exactamente lo mismo. El amor es deseo hecho sabiduría; el amor no quiere poseer, sólo quiere amar. Por eso también era feliz el filósofo que mecía en una red de pensamientos su amor al mundo y que lo envolvía una y otra vez con su red amorosa. Pero yo no era filósofo».


Hermann Hesse


Sunzi




Sun Wu, oriundo del Estado de Qi, fue recibido en audiencia por el rey de Wu, He Lu, con la intención de discurrir sobre el arte de la guerra.
El monarca dijo: "He leído vuestros trece capítulos, pero ¿podría concederme una prueba de su arte?".
"Por supuesto", contestó Sun Wu.
"Y ¿se atrevería a hacerlo con mujeres?", insistió el soberano.
"Por qué no", replicó el estratega.
Con tal fin el monarca le concedió las ciento ochenta mujeres más hermosas de su corte. Sun Wu las dividió en dos grupos,dispuso que las dos concubinas favoritas del rey tomaran el mando de cada una delas dos unidades y las armó con alabardas.
Entonces preguntó a las mujeres: "¿saben dónde se encuentra el corazón, la derecha, la izquierda y la espalda?".
"Si", contestaron las mujeres.
"Cuando diga "Adelante", marchad en la dirección de vuestro corazón; cuando diga "Izquierda", hacedlo en la dirección de vuestra mano izquierda; cuando diga "Derecha", hacedlo en la dirección de vuestra mano derecha; y cuando diga "Atrás",hacedlo en la dirección de vuestra espalda".
"Entendido", dijeron ellas.
Habiendo establecido esas órdenes, preparó el hacha de mando, se dirigió hacia ellas y les explicó varias veces el sentido de las instrucciones. Tras esto batió el tambor con la orden de marchar hacia la izquierda, mas las mujeres se echaron a reír.
El Maestro Sun dijo entonces: "Si las órdenes no están claras y las instrucciones nohan sido debidamente explicadas, la culpa es del general".
Repitió las órdenes y volvió a explicar las instrucciones varias veces. Después batió el tambor con la orden de marchar hacia la izquierda, pero las mujeres estallaron de nuevo en carcajadas.
El Maestro Sun dijo en esta ocasión: "Si las órdenes no están claras y las instrucciones no han sido debidamente explicadas, la culpa es del general; pero si, tras haber sido perfectamente aclaradas los soldados no las obedecen, la culpa es de los oficiales".
Y se dispuso a decapitar a las responsables de cada sección. El monarca que contemplaba el suceso desde la terraza, al ver con horror que sus dos amadas concubinas iban a ser ejecutadas envió un mensajero al Maestro Sun con la siguiente súplica: "Ya estoy convencido de que es capaz de conducir las tropas. Sin esas dos concubinas los manjares más exquisitos se volverán insípidos para mí. Ruego les perdone la vida".
El Maestro Sun respondió: "He sido investido como general responsable de estas tropas y, en tanto que general, no estoy obligado a obedeceros".
Y, como medida ejemplar, ejecutó a las dos concubinas responsables de cada sección al mismo tiempo que las sustituía por las dos siguientes. Entonces, batió una vez más el tambor: izquierda, derecha, adelante, atrás, todas las mujeres efectuaron los ejercicios a la perfección sin atreverse a pronunciar una sola palabra.


Anécdota redactada por el historiador Sima Quian, sobre el primer encuentro entre el conocido estratega Sun Zi y el monarca He Lu

El Arte de la Guerra - Sunzi, traducción de Albert Galvany, Editorial Trotta, Pliegos de Oriente

jueves, 4 de febrero de 2016

Al margen




Todo cuanto el hombre expone o expresa es una nota al margen de un texto borrado por completo. Con más o menos suerte, por el sentido de la nota, inferimos el sentido que podría ser el del texto, pero queda siempre una duda, y los sentidos posibles son muchos.

(Fragmento 148) Fernando Pessoa - Libro del Desasosiego

Los Napoleones del fin de semana

  Hay un brillo inquietante en sus ojos cuando acuden cada sábado a la cita. Llegan uno tras otro, casi furtivamente, con sus cajas y reglam...