domingo, 27 de septiembre de 2015

San Francisco de Asis




Desde tiempos remotos han vivido ocasionalmente sobre la tierra grandes y maravillosas personalidades, que no se empeñaron en hacerse fama mediante extraordinarios hechos puntuales o a través de obras poéticas y de libros. Sin embargo estos espíritus tuvieron una inmensa influencia sobre pueblos y épocas enteras; todos los conocían, hablaban de ellos con fervor y deseaban saber más sobre sus personas. Su nombre y alguna noticia de su existencia estuvieron así en boca de todos, y tampoco con el correr de los siglos llegaron nunca a perderse, pese al ir y venir y a la mutación de los tiempos. Pues aquellas personas así labradas no ejercían su influjo a través de obras o discursos o artes dispersas, sino meramente porque toda su vida parecía haber nacido de un único gran espíritu propio y se desplegaba ante la vista de todos como una luminosa y divina imagen y ejemplo.
Estos seres ejemplares,aún cuando no hayan realizado ni una sola gran obra visible, se adueñaron y conquistaron los corazones de manera inolvidable por medio de sus vidas, pues guiaron la totalidad de su quehacer y de su existencia a partir de un único espíritu superior, del mismo modo que un arquitecto y artista lleva infaliblemente a cabo una catedral o un palacio, no según sus correspondientes caprichos o vacilantes humores, sino siguiendo un pensamiento claro y un vívido plan. Todas ellas fueron almas fogosas y potentes, consumidas por una fuerte sed de infinito y eternidad que no les concedía descanso ni bienestar hasta que no reconocieron, por fuerza de las costumbres y los modos de sus días y de sus contemporáneos,una ley eterna según la cual regir sus acciones y esperanzas...
En aquel tiempo lejano, al que denominamos aevum medium o Medioevo, se fueron alzando entre los espíritus y los pueblos fuerzas colosalmente hostiles, y los países se hallaban atravesados por los temblores y los gemidos de las penurias bélicas y las grandes batallas. Sangrienta discordia ardía entre los reyes y los Papas, las ciudades combatían a los gobernantes, la nobleza y la plebe se hallaban aquí y allí en amarga querella. Y la Iglesia romana,como patrona del mundo, estaba más afanosamente ocupada en armamentos, alianzas y nunciaturas, excomuniones y castigos, que en la paz de las almas. Entre los angustiados pueblos surgió una profunda escasez. En varios lugares aparecieron nuevos maestros y comunidades, que hacían frente a las duras persecuciones de la Iglesia sin importarles su propia vida; otros siguieron en masa las violentas campañas hacia la tierra prometida. En ninguna parte había una guía o una seguridad, y la impresión era que el occidente y corazón de la Tierra, pese a su brillo exterior, estaba cerca de desangrarse.
Entonces sucedió que en Umbría, un joven desconocido, presa de dilemas morales y con una profunda humildad, decidió en su fuero interior, de modo ingenuo y desinteresado, ser con su vida un modesto y fiel discípulo del Redentor. Los feligreses lo siguieron, al principio dos y tres, luego cientos, más tarde muchos miles, y de ése humilde hombre de Umbría partió una luz de vida y una fuente de renovación y amor sobre la Tierra, de la que un rayo brilla aún en nuestros días.
Era él Giovanni Bernardone, llamado San Francisco de Asís, un soñador, héroe y poeta. De él se ha conservado un solo rezo o canción, pero en lugar de palabras y versos escritos nos ha legado el recuerdo de su vida sencilla y pura, que se ubica en belleza y silenciosa grandeza muy por encima de muchas obras poéticas. Por eso es que quien cuente su vida no precisa más palabras o reflexiones, de las que entonces yo me abstengo ahora con alegría.

Hermann Hesse - San Francisco de Asís


viernes, 25 de septiembre de 2015

Desobediente




“El amor no obedece a nuestras esperanzas, su misterio es puro y absoluto.”

Los Puentes de Madison


Estar




Vigilas desde este cuarto
donde la sombra temible es la tuya. 

No hay silencio aquí
sino frases que evitas oír.

Signos en los muros
narran la bella lejanía.

(Haz que no muera
sin volver a verte)

Alejandra Pizarnik


miércoles, 23 de septiembre de 2015

Habla el alma




Habla el alma que hay en mi
La que ríe la que espera
La que se ira cuando muera
O me canse de vivir

Habla el alma que hay en mi
La que mira desde adentro
La que sabe cuando miento
Cuando sufro , y cuando soy feliz

Habla el cuerpo que hay en mi
El que sufre los errores
El que bajara escalones
Si no creo en lo que soy

Habla el alma que hay en mi
La que le enseña a mi cuerpo
A alejarse del infierno
Acercándome al amor

Y habla el tiempo que hubo en mi
Buenos y malos momentos
El que me encontró sereno
Componiendo esta canción

Alejandro Lerner


lunes, 14 de septiembre de 2015

Como si fueramos inmortales




Todos sabemos que nada ni nadie
habrá de ahorrarnos el final
sin embargo hay que vivir
como si fuesemos inmortales.

Sabemos que los caballos y los perros
tienen las patas sobre la tierra
pero no es descabellado que en una nochebuena
se lancen a volar.

Sabemos que en una esquina no rosada
aguarda el ultimátum de la envidia
pero en definitiva será el tiempo
el que diga dónde es dónde
y quién es quién.

Sabemos que tras cada victoria el enemigo regresa
buscando más triunfos
y que volveremos a ser inexorablemente derrotados
vale decir que venceremos.

Sabemos que el odio viene lleno de imposturas
pero que las va a perder antes del diluvio 
o después del carnaval
sabemos que el hambre está desnuda
desde hace siglos
pero también que los saciados
responderán por los hambrientos.

Sabemos que la melancolía es un resplandor
y solo eso
pero a los melancólicos nadie les quita lo bailado
sabemos que los bondadosos instalan cerrojos de seguridad
pero la bondad suele escaparse por los tejados
sabemos que los decididores 
deciden como locos o miserables
y que mañana o pasado alguien decidirá que no decidan.

Sintetizando:
Todos sabemos que nada ni nadie
habrá de ahorrarnos el final
pero así y todo
hay que vivir
como si fuéramos inmortales!!!

Mario Benedetti


miércoles, 9 de septiembre de 2015

Juicio Final




El día del Juicio Final, Dios juzga a todos y a cada uno de los hombres.
Cuando llama a Manuel Cruz, le dice:

- Hombre de poca fe. No creíste en mí. Por eso no entrarás en el Paraíso.
- Oh Señor --contesta Cruz--, es verdad que mi fe no ha sido mucha. Nunca he creído en vos, pero siempre te he imaginado.
Tras escucharlo, Dios responde:
- Bien, hijo mío, entrarás en el cielo; mas no tendrás nunca la certeza de hallarte en él.


Jorge Luis Borges - Adolfo Bioy Casares, en "Cuentos Breves y Extraordinarios"


Los Napoleones del fin de semana

  Hay un brillo inquietante en sus ojos cuando acuden cada sábado a la cita. Llegan uno tras otro, casi furtivamente, con sus cajas y reglam...