martes, 31 de marzo de 2015

El profeta, el pájaro y la red




Cuenta una tradición israelita que un profeta pasó junto a una red tendida; un pájaro que estaba allí cerca le dijo:
-Profeta del Señor, ¿en tu vida has visto un hombre tan simple como el que tendió esa red para cazarme, a mí que la veo?
El profeta se alejó. A su regreso, encontró al pájaro preso en la red.
-Es extraño -exclamó-. ¿No eras tú quien hace un rato decías tal y tal cosa?
-Profeta -replicó el pájaro-, cuando el momento señalado llega no tenemos ya ojos ni orejas.

AH'MED ET TORTUCHI, Siradj el Moluk
Del libro Cuentos Breves y Extraordinarios - Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares


Der Traum Ein Leben




El diálogo ocurrió en Adrogué. Mi sobrino Miguel que tendría cinco o seis años, estaba sentado en el suelo, jugando con la gata. Como todas las mañanas le pregunté:
-¿Qué soñaste anoche?
Me contestó:
-Soñé que me había perdido en un bosque y que al fin encontré una casita de madera. Se abrió la puerta y saliste vos.- Con súbita curiosidad me preguntó: -Decime, ¿qué estabas haciendo en esa casita?

Francisco Acevedo, Memorias de un bibliotecario (Burzaco, 1955)
Del libro Cuentos Breves y Extraordinarios - Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares


Tempestad




"A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con a Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir atravesándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí solo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta como ésta. Y tú en verdad la atravesarás, claro está. La violenta tormenta de arena. La tormenta de arena metafísica y simbólica. Pero por más metafísica y simbólica que sea, te rasgará cruelmente la carne como si de mil cuchillas se tratase. Muchas personas han derramado allí su sangre y tu, asimismo, derramarás allí la tuya. Sangre caliente y roja. Y esa sangre se verterá en tus manos. Tu sangre y, también, la sangre de los demás. Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tu no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa si quedara clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena." 

 Haruki Murakami - Kafka en la orilla


Dejar el refugio




"...si, como pretende, quiere dejar a un lado las creencias y abraza el ateísmo, entonces no puede, al mismo tiempo, anhelar los consuelos del creyente. Si mata a Dios, también debe dejar el refugio del templo."

Friedrich Nietzsche

domingo, 29 de marzo de 2015

Meditación zen




Una historia tibetana cuenta que un estudiante de meditación, mientras meditaba en su habitación, creía ver a una araña descendiendo en frente de él. Cada día la criatura amenazadora volvía, creciendo más y más cada vez. Tan asustado estaba el estudiante, que fue donde su profesor a contarle su dilema. Le dijo que planeaba colocar un cuchillo en su regazo durante la meditación, así cuando apareciera la araña la mataría. El profesor le aconsejó en contra de este plan. En su lugar, le sugirió que trajera un pedazo de tiza a la meditación, y que cuando apareciera la araña, marcara una X en vientre de la araña. Y que luego le contara.

El estudiante volvió a su meditación. Cuando apareció la araña otra vez, se opuso al impulso de atacarla, e hizo lo qué el maestro sugirió. Cuando más tarde fue a contarle al maestro como le había ido, el profesor le dijo que se levantara su camisa y mirara su propio vientre. Ahí estaba la X.


Los dos monjes




Dos monjes, Tanzán y Ekido, viajaban juntos por un camino embarrado. Llovía a cántaros y sin parar. Al llegar a un cruce se encontraron con una preciosa muchacha, vestida con un kimono y un ceñidor de seda, incapaz de vadear el camino.
-Vamos, muchacha -dijo Tanzán sin más. Y, levantándola en sus brazos sobre el barro, la pasó al otro lado.

Ekido no dijo ni una sola palabra, hasta que, ya de noche, llegaron al monasterio. Entonces no pudo resistir más.

-Los monjes como nosotros -le dijo a Tanzán- no deben acercarse a las mujeres, sobre todo si son bellas jovencitas. Es peligroso. ¿Por qué lo hiciste?

-Yo la dejé allí -contestó Tanzán-. ¿Es que tú todavía la llevas?

Anónimo japonés




Carta de amor




Son las cinco y diez de la madrugada, está a punto de pasar el primer autobús; entra una brisa fresca por la ventana del estudio que me araña los hombros. Y suena Gershwin, bajito y dulce: I want to stay here. 
Se está acabando el paquete de cigarrillos que abrí mientras hablaba contigo por teléfono esta noche. 
He visto en la televisión dos películas estupendas seguidas (La mujer del teniente francés y Manhattan), me he tomado dos vasos largos de Havanna Club con mucho hielo. La vela de jazmín que he encendido hace unas horas se ha consumido hace un rato. 
De alguna manera (es absurdo, ya lo sé), estoy de guardia. Sosteniendo este extremo del universo para que no caiga sobre ti. 
Un extremo donde suena la música (muy bajito), la madrugada de verano es hermosa y fresca, y la luz, suave. Donde el alcohol no hace daño y las sonrisas son dulces. 
Ya sé que es absurdo, pero pienso que mientras esté aquí, despierta, no se desbaratará el cielo y la tierra seguirá girando bajo las estrellas con una cadencia perfecta. 
Pienso que, mientras tú duermes, alguien debe vigilar para que las pesadillas no te toquen. Alguien debe tener la luz encendida y quererte. Aunque sea armada tan sólo del tercer vaso de ron con hielo y el enésimo cigarrillo. Cabalgando sobre la música de Wonderful. Aunque sea sin escudo... Vestida únicamente con una camiseta de seda azul. Y una sonrisa. A través de la larga noche. 
Es absurdo, lo sé de sobra. Un clarinete no puede hacer nada frente a una tormenta de negrura y culpa, mi sonrisa no es nada si en este momento te giras en la cama y murmuras tu pesar entre sueños; Gershwin murió hace tiempo y además, con la música puesta, no oiré siquiera el autobús. Y si no oigo el autobús, puede que no amanezca nunca. 
Y aun así, aquí estoy, sujetando mi extremo del universo, como si éste fuera, en lugar del caos, un arco geométricamente perfecto que pudieran sostener a pulso mis brazos desnudos. Al mismo tiempo que un cigarrillo y un vaso de ron. Absurdo, realmente. 
They can't take that away from me. 
Un arco iris en medio de la lluvia, o unos labios curvados en una sonrisa. El arco de un violín. Un puente y, debajo, un río; o la luna en cuarto creciente y tú dormido en ella. 
No veo la luna desde aquí y el eclipse parcial de Torre Picasso tras el edificio Windsor está ya (o aún) a oscuras. Ahora suena The man I love y es tan dulce el clarinete... Y el piano suena tan ligero como siento yo el corazón mientras estoy aquí, imaginándote a salvo. 
Qué absurdo. ¿Cómo ponerte a salvo con un violín que preludia en la madrugada Someone to watch over me? 
Tan absurdo como sacarte a bailar. Bueno: estás dormido. No puedes negarte. Te pregunto sin hablar: «¿Bailas?». Y tú sonríes, y te tomo de la mano, apoyo la otra en tu hombro y giramos, cerca, muy cerca, mientras el clarinete se eleva y amanece sobre Madrid. Y el autobús pasa por fin, trayendo el día, frena con estrépito en la esquina, mete la primera y prosigue su ruta calle abajo. Tu barba me roza la frente cuando la música se amansa y el piano retoma la melodía, acompañado de los violines. Y bailamos, despacio, sin prisas. Tú, soñando, y yo, despierta. 
Escucha... No pienses: sólo escucha. 
Dentro de un rato despertarás y no recordarás nada. Se apagarán las luces del edificio Windsor bajo el empuje de la luz del sol (el amanecer es ya una certeza, una franja ancha donde antes había una línea de claridad). Y entonces yo me iré a dormir. Comenzará un nuevo día lleno de ruidos, el mundo volverá a ser un caos sostenido sobre pilares lógicos y razonables en lugar de un arco sujetado, en este extremo, por mi sonrisa. 
Huele bien la mañana recién hecha. Y la brisa es dulce sobre mis hombros. Es hermoso ver cómo es el mundo instantes antes de que sea real, con un trozo de hielo que se derrite con sabor a ron en la boca, mientras oigo que el reloj del vecino da las seis. 
Pasa el segundo autobús, y se acaba el disco: otra versión de Someone to watch over me. Un portero guarda los cubos de basura haciéndolos rodar con desgana. La calle se despereza. Pasa un coche. Alguien sube una persiana. Ahora suena una moto. Y yo apuro el baile hasta que suene tu despertador y te despiertes y te olvides de que bailamos esta canción, este amanecer imposible de tan suave. 
Estoy llorando, mi amor, y es de ternura. Y, seguramente, de ron. Pero son lágrimas dulces y porque me gusta cómo bailas y siento una mano en mi cintura y la otra sosteniendo la mía mientras giramos al mismo tiempo que la tierra. Al encuentro del día. 
Pronto se acabará mi turno de guardia y el día entero se pondrá en pie. Se ha disparado una alarma en la calle y su sonido se superpone a las últimas notas de la canción. Voy a lavarme los dientes y a quitarme las lentillas y la camiseta. 
Y a ponerme el alma porque ya llega el día. 
Nos cruzamos debajo del arco, tú camino del trabajo y yo de la cama. Buenos días, mi amor. 

Berna Wang

Carta ganadora del I Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor.


sábado, 28 de marzo de 2015

Espinas del alma




Parece que está bravo el carnaval
que el cielo nos aplasta la cabeza
que aliados para el alma
no es fácil encontrar
y que se mudó a casa la tristeza

Parece que el reloj no avanza más
pero llegás a viejo a cada rato
alguna de estas tardes 
me voy a regalar 
bailar una milonga en tu retrato

Quedate vení
Soñá que dormís
sacame las espinas del alma
la vida es así, 
no pude morir 
pensándote aquí 
del brazo de las sombras 
que me calman

Parece que los mudos no ven bien
y que los tuertos se muerden la lengua
va a haber que andar despacio
en medio del fangal
hasta que se desinfle esta tormenta

De todas las veces que te perdí
prefiero la que fue por más buscarte
alguna de estas noches
me voy a convidar
los besos que no pude contagiarte

Quedate vení
Soñá que dormís
sacame las espinas del alma
la vida es así, 
no pude morir 
pensándote aquí 
del brazo de las sombras 
que me calman

Gabriela Torres


Puedes alejarte




Puedes alejarte del dolor del mundo, eres libre de hacerlo y corresponde a tu naturaleza, pero quizá ese alejamiento sea precisamente el único dolor que tú podrías evitar.


Franz Kafka


Narcótico




El auténtico gran escritor no quiere escribir, quiere que el mundo sea un lugar en que pueda vivir la vida de la imaginación. La primera palabra estremecida que pone por escrito es la del ángel herido: dolor. El proceso de poner palabras por escrito es equivalente al de tomar un narcótico.


Henry Miller

El mandarín y la cortesana




Un mandarín estaba enamorado de una cortesana.

“Seré tuya, dijo ella, cuando hayas pasado cien noches esperándome sentado sobre un banco, en mi jardín, bajo mi ventana”. Pero, en la nonagésimo novena noche, el mandarín se levanta, toma su banco bajo el brazo y se va.


Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso




El Soldado y la princesa

Alfredo: —Una vez un rey celebró una fiesta. A ella fueron las princesas más bellas del reino. Bueno... un soldado que hacía la guardia vio pasar a la hija del rey. Era la más bella de todas, y se enamoró enseguida pero... pero ¿qué podía hacer un pobre soldado en comparación con la hija del rey? En fin, un buen día consiguió hablar con ella y le dijo que no podía vivir sin estar a su lado. La princesa quedó tan impresionada por su fuerte sentimiento que le dijo al soldado: «si consigues esperar cien días y cien noches bajo mi balcón, al final seré tuya». Y a partir de ese instante el soldado se fue allí y la esperó un día, y dos días, y diez, y luego veinte… y cada noche la princesa le observaba desde la ventana pero él no se movía nunca. Con la lluvia, con el viento, con la nieve... siempre estaba allí. Los pájaros se le cagaban encima, y las abejas se lo comían vivo, pero él no se movía. Después de noventa días, estaba tremendamente delgado, pálido. Al pobre le resbalaban las lágrimas de los ojos, y no podía contenerlas. Ya no le quedaban ni fuerzas para dormir. Mientras, la princesa seguía observándole. Y, al llegar la noche noventa y nueve, el soldado se incorporó, cogió la silla, y se largó de allí.

Totò: —¿No me digas? Al final...

Alfredo: —Sí, justo al final, Totò. Y no me preguntes cuál es el significado, yo no lo sé. Si lo entiendes, dímelo tú.


Giuseppe Tornatore, Cinema paradiso, 1988.


Badiou




La amistad es un amor calmo; el amor, una amistad excesiva.

El amor es un gesto muy fuerte porque significa que hay que aceptar que la existencia de otra persona se convierta en nuestra preocupación.

Entre el amor y la política hay más una tensión que una fusión, porque es verdad que los enamorados están solos en el mundo, no están con la comunidad.

El amor es una insurrección que te arranca de tu condición de existencia ordinaria y te saca de la experiencia individual, porque ves el mundo a dos, en lugar de a uno. Es salir del individuo.

El amor saca a la luz lo que es una diferencia. En el amor aceptamos ponernos de a dos para explorar no ya lo que creían los románticos, es decir, la fusión, sino lo que es aceptar la diferencia del otro, aceptarla apasionadamente.

El sentido del amor es una experimentación radical de la diferencia y es la construcción totalmente singular de la diferencia. En el amor usted trata de saber qué es realmente ser dos, crear una nueva visión del mundo, enfrentar la cuestión sobre cómo se ve el mundo siendo dos. No es lo mismo ver de a dos que ver de a uno, no es el mismo mundo.

El amor está amenazado por la sociedad contemporánea. Esa sociedad bien quisiera sustituir el amor por una suerte de régimen comercial de pura satisfacción sexual, erótica, etc. Entonces, el amor debe ser reinventado para defenderlo. El amor debe reafirmar su valor de ruptura, su valor de casi locura, su valor revolucionario como nunca lo hizo antes. No hay que dejar que el amor sea domesticado por la sociedad actual –que siempre busca domesticarlo–.

En el amor hay que ser fiel al encuentro con el otro porque vamos a crear un mundo a partir de ese encuentro. Claro, el mundo ejerce una presión contraria y nos dice "cuidado, defiéndase, no se deje abusar por el otro". Con eso se nos está diciendo "vuelvan al comercio ordinario". Entonces, como esa presión es muy fuerte, el hecho de mantener el timón hacia el rumbo, de mantener vivo un elemento de excepción, es ya extraordinario. Hay que pelear por conservar lo excepcional que nos ocurre.

Alain Badiou

No es una carta




“Esto no es una carta, sino mis brazos a tu alrededor durante un breve momento.”

Katherine Mansfield


viernes, 27 de marzo de 2015

Fragmentos de un discurso amoroso




"El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo."


Espero una llegada, una reciprocidad, un signo prometido. Puede ser fútil o enormemente patético. Todo es solemne: no tengo sentido de las proporciones.
Hay una escenografía de la espera: la organizo, la manipulo, destaco un trozo de tiempo en que voy a imitar la pérdida del objeto amado y provocar todos los afectos de un pequeño duelo, lo cual se representa, por lo tanto, como una pieza del teatro.
La espera es un encantamiento: recibí la orden de no moverme. La espera de una llamada telefónica se teje así de interdicciones minúsculas, al infinito, hasta lo inconfesable: me privo de salir de la pieza, de ir al lavabo, de hablar por teléfono incluso; sufro si me telefonean; me enloquece pensar que a tal hora cercana será necesario que yo salga, arriesgándome así a perder el llamado. Todas estas diversiones que me solicitan serían momentos perdidos para la espera, impurezas de la angustia. Puesto que la angustia de la espera, en su pureza, quiere que yo me quede sentado en un sillón al alcance del teléfono, sin hacer nada.
El ser que espero no es real. El otro viene allí donde yo lo espero, allí donde yo lo he creado ya. Y si no viene lo alucino: la espera es un delirio.

Como Relato (Romance, Pasión), el amor es una historia que se cumple, en el sentido sagrado: es un programa que debe ser recorrido. Para mí, por el contrario, esta historia ya ha tenido lugar; porque lo que es acontecimiento es el arrebato del que he sido objeto y del que ensayo (y yerro) el después. El enamoramiento es un drama, si devolvemos a esta palabra el sentido arcaico que le dio Nietzsche: "El drama antiguo tenía grandes escenas declamatorias, lo que excluía la acción". El rapto amoroso (puro momento hipnótico) se produce antes del discurso y tras el proscenio de la conciencia: el "acontecimiento" amoroso es de orden hierático: es mi propia leyenda local, mi pequeña historia sagrada lo que yo me declamo a mí mismo, y esta declamación de un hecho consumado (coagulado, embalsamado, retirado del hacer pleno) es el discurso amoroso.

Humboldt llama a la libertad del signo locuacidad. Soy (interiormente) locuaz, porque no puedo anclar mi discurso: los signos giran "en piñón libre". Si pudiera forzar el signo, someterlo a una sanción, podría finalmente encontrar descanso. Pero no puedo impedirme pensar, hablar; ningún director de escena está ahí para interrumpir el cine interior que me paso a mí mismo y decirme: ¡Corte! La locuacidad sería una especie de desdicha propiamente humana: estoy loco de lenguaje: nadie me escucha, nadie me mira, pero continuo hablando, girando mi manivela.

Para poder interrogar al destino es necesaria una pregunta alternativa (Me quiere / No me quiere), un objeto susceptible de una variación simple (Caerá / No caerá) y una fuerza exterior (divinidad, azar, viento) que marque uno de los polos de la variación. Planteo siempre la misma pregunta (¿seré amado?), y esta pregunta es alternativa: todo o nada; no concibe que las cosas maduren, que sean sustraídas a la oportunidad del deseo. No soy dialéctico. La dialéctica diría: la hoja no caerá, y después cae; pero entretanto habrás cambiado y no te plantearás ya la pregunta.

Para mostrarte dónde está tu deseo basta prohibírtelo un poco. X... desea que esté allí, a su lado, pero dejándolo un poco libre: ligero, ausentándome a veces, pero quedándome no lejos: es preciso, por un lado, que esté presente como prohibido, pero también que me aleje en el momento en que, estando en formación ese deseo, amenazaría con obstruirlo. Tal sería la estructura de la pareja "realizada": un poco de prohibición, mucho de juego; señalar el deseo y después dejarlo.

Desacreditada por la opinión moderna, la sentimentalidad del amor debe ser asumida por el sujeto amoroso como una fuerte transgresión, que lo deja solo y expuesto; por una inversión de valores, es pues esta sentimentalidad lo que constituye hoy lo obsceno del amor.
(Tomaré para mí el desprecio con el que se abruma todo pathos: en otro tiempo, en nombre de la razón, hoy, en nombre de la "modernidad", que requiere un sujeto, con tal que sea "generalizado".)
Dí con un intelectual enamorado: para él, "asumir" (no reprimir) la extrema tontería, la tontería desnuda de su discurso, es la forma necesaria de lo imposible y de lo soberano: una abyección tal que ningún discurso de la transgresión puede recuperarla y que se expone sin protección al moralismo de la antimoral. De ahí que juzgue a sus contemporáneos modernos como otros tantos inocentes: lo son los que censuran la sentimentalidad amorosa en nombre de una nueva moral (Nietzche): "El sello distintivo de las almas modernas no es la mentira sino la inocencia, encarnada en el moralismo falso" . (Inversión histórica: no es ya lo sexual lo que es indecente; es lo sentimental -censurado en nombre de lo que no es, en el fondo, más que otra moral.)
El enamorado delira ("desplaza el sentimiento de los valores"), pero su delirio es tonto. El daimon de Sócrates le soplaba: no. Mi daimon es por el contrario mi tontería: como el asno nietzscheano digo sí a todo, en el campo del amor. Me obstino, rechazo el aprendizaje, repito la misma conducta; no se me puede educar - y yo mismo no lo puedo hacer; mi discurso es continuamente irreflexivo; no sé ordenarlo, graduarlo, disponer de enfoques, las comillas; hablo siempre en primer grado; me mantengo en un delirio prudente, ajustado, discreto, domesticado, trivializado por la literatura.
Todo lo que es anacrónico es obsceno. Como divinidad (moderna), la Historia es represiva, la Historia nos prohíbe ser inactuales. Del pasado no soportamos más que la ruina, el monumento, el kitsch o el retro, que es divertido; reducimos ese pasado a su sola rúbrica. El sentimiento amoroso está pasado de moda (demodé), pero ese demodé no puede siquiera ser recuperado como espectáculo: el amor cae fuera del tiempo interesante; ningún sentido histórico, polémico, puede serle conferido; es en esto que es obsceno.
En la vida amorosa, la trama de los incidentes es de una increíble futilidad, y esta futilidad, unida a la mayor formalidad, es sin duda inconveniente. Cuando imagino seriamente suicidarme por una llamada telefónica que no llega, se produce una obscenidad tan grande como cuando, en Sado, el papa sodomiza a un pavo. Pero la obscenidad sentimental es menos extraña, y eso es lo que la hace más abyecta; nada puede superar el inconveniente de un sujeto que se hunde porque su otro adopta un aire ausente.
La carga moral decidida por la sociedad para todas las transgresiones golpea todavía más hoy la pasión que el sexo. Todo el mundo comprenderá que X... tenga "enormes problemas" con su sexualidad; pero nadie se interesará en los que Y... pueda tener con su sentimentalidad: el amor es obsceno en que precisamente pone lo sentimental en el lugar de lo sexual.
La obscenidad amorosa es extrema: nada puede concentrarla, darle el valor fuerte de una transgresión; la soledad del sujeto es tímida, carente de todo decoro: ningún Bataille le dará una escritura a ese obsceno. El texto amoroso está hecho de pequeños narcisismos, de mezquindades psicológicas; carece de grandeza: o su grandeza es la de no poder alcanzar ninguna grandeza. Es pues, el momento imposible en que lo obsceno puede verdaderamente coincidir con la afirmación, el amén, el límite grado de lo obsceno.

La catástrofe amorosa está quizás próxima de lo que se ha llamado, en el campo psicótico, una situación extrema, que es "una situación vivida por el sujeto como algo que debe destruirlo irremediablemente"; la imagen surge de lo que pasó en Dachau. ¿No es indecente comparar la situación de un sujeto con mal de amores a la de un recluso de Dachau? Estas dos situaciones tienen, sin embargo, algo de común: son, literalmente pánicas: son situaciones sin remanente, sin retorno: me he proyectado en el otro con tal fuerza que, cuando me falta, no puedo recuperarme: estoy perdido, para siempre.

Desde hace cien años se considera que la locura (literaria) consiste en esto: "Yo es otro": la locura es una experiencia de despersonalización. Para mí, sujeto amoroso, es todo lo contrario: es a causa de convertirme en sujeto, de no poder sustraerme a serlo, que me vuelvo loco. Yo no soy otro: es lo que compruebo con pavor. 
(Cuento zen: un viejo monje está ocupado a pleno sol en desecar hongos: "¿Por qué no hace que lo hagan otros? -Otro no es yo, y yo no soy otro. Otro no puede hacer la experiencia de mi acción. Yo debo hacer la experiencia de descar los hongos.")
Soy indefectiblemente yo mismo y es en esto en lo que radica mi estar loco: estoy loco puesto que consisto.
Es loco aquel que está limpio de todo poder. -¿Cómo? ¿Acaso el enamorado no conoce ninguna excitación de poder? El sometimiento es no obstante asunto mío: sometido, queriendo someter, experimento a mi manera la ambición de poder, la libido dominandi. Sin embargo, ahí está mi singularidad; mi libido está absolutamente encerrada: no habito ningún otro espacio que el duelo amoroso: ni un ápice de exterior, y por lo tanto ni un ápice de sentido gregario: estoy loco: no porque sea orginial sino porque estoy separado de toda socialidad. Si los demás hombres son siempre, en grados diversos militantes de algo, yo no soy soldado de nada, ni siquiera de mi propia locura: yo no socializo.

La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda -y no de quien parte-: yo, siempre presente, no se constituye más que ante tú, siempre ausente. 
A veces ocurre que soporto bien la ausencia. Estoy entonces "normal": me ajusto a la manera en que "todo el mundo" soporta la partida de una "persona querida"; obedezco con eficacia al adiestramiento por el cual se me ha dado muy temprano el hábito de estar separado de mi madre. Actúo como un sujeto bien destetado; sé alimentarme, mientras espero. Si se soporta bien esta ausencia, no es más que el olvido. Soy irregularmente infiel. Es la condición de mi supervivencia; si no olvidara, moriría. El enamorado que no olvida a veces, muere por exceso, fatiga y tensión de memorias.
Muy pronto desperté de este olvido. Apresuradamente, puse en su lugar una memoria, un desasosiego. En la ausencia amorosa, soy, tristemente, una imagen desapegada que se seca, se amarillea, se encoge.
¿El deseo no es siempre el mismo, esté presente o ausente el objeto? ¿El objeto no está siempre ausente? No es la misma languidez: hay dos palabras: Pothos, para el deseo del ser ausente, e Himeros, más palpitante, para el deso del ser presente.
Dirijo sin cesar al ausente el discurso de su ausencia; situación en suma inaudita; el otro está ausente como referente, presente como alocutor. De esta distosión singular, nace una suerte de rpesente insostenible; estoy atrapado entre dos tiempos, el tiempo de la referencia y el tiempo de la alocución: has partido (de ello me quejo), estás ahí (puesto que me dirijo a tí). Sé entonces lo que es el presente, ese tiempo difícil: un mero fragmento de angustia.
La ausencia dura, me es necesario soportarla. Voy pues a manipularla: transformar la distorsión del tiempo en vaivén, producir ritmo, abrir la escena del lenguaje. La ausencia se convierte en una práctica activa, en un ajetreo (que me impide hacer cualquier otra cosa); en él se crea una ficción de múltiples funciones (dudas, reproches, deseos, melancolías). Esta escenificación lingüística aleja la muerte del otro: un momento muy breve, digamos, separa el tiempo en que el niño cree todavía a su madre ausente y aquél en que la cree ya muerta. Manipular la ausencia es aplazar este momento, retardar tanto tiempo como sea posible el instante en que el otro podría caer descarnadamente de la ausencia a la muerte.

Mis angustias de conducta son fútiles, incesantemente cada vez más fútiles, al infinito. Es fútil lo que aparentemente no tiene, no tendrá, consecuencias. Pero para mí, sujeto amoroso, todo lo que es nuevo, lo que altera, no se recibe como si fuera un hecho sino como si fuera un signo que es necesario interpretar. Desde el punto de vista amoroso, es el signo, no el hecho, el que es consecuente (por su resonancia). Todo significa: mediante esta proposición yo me fraguo, me alto en el cálculo, me impido gozar.

Contingencias. Pequeños acontecimientos, incidentes, reveses, fruslerías, mezquindades, futilidades, pliegues de la existencia amorosa; todo nudo factual cuya resonancia llega a atravesar las miras de la felicidad del sujeto amoroso, como si el azar intrigase contra él.
El incidente es fútil (siempre es fútil) pero va a atraer hacia sí todo mi lenguaje. Lo transformo enseguida en acontecimiento importante, pensado por algo que se parece al destino. Es una capa que cae sobre mí arrastrándolo todo. Cicunstancias innumerables y tenues tejen así el velo negro de la Maya; el tapiz de las ilusiones, de los sentidos, de las palabras.Como un pensamiento diurno enviado a un sueño, será el incidente el empresario del discurso amoroso, que va a fructificar gracias al capital de lo Imaginario.
En el incidente no es la causa lo que me retiene y repercute en mí, es la estructura. No recrimino, no sospecho, no busco las causas; veo con pavor la extensión de la situación en la que estoy preso; no soy el hombre del resentimiento, sino el de la fatalidad.
El incidente es para mí un signo, no un indicio: el elemento de un sistema, no la eflorescencia de una causalidad.

El lenguaje es una piel. Yo froto mi lenguaje contra el otro. Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad discursiva viene a realzar discretametne, indirectamente, un significado único, que es "yo te deseo", y lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio, lo mimo, converso acerca de estos mimos, me desvivo por hacer durar el comentario al que someto la relación.
(Hablar amorosametne es desvivirse sin término, sin crisis; es practicar una relación sin orgasmo. Existe tal voz una forma literaria de este coitus reservatus: el galanteo) 
La pulsión del comentario se desplaza, sigue la vía de las sustituciones. En principio, discurro sobre la relación para el otro; pero también puede ser ante el confidente: de tú paso a él. Y después, de él paso a uno: elaboro un discurso abstracto sobre al amor, una filosofía de la cosa, que no sería pues, en suma, mas que una palabrería generalizada. Retomando desde allí el camino inverso, se podrá decir que todo propósito que tiene por objeto al amor implica fatalmente una alocución secreta.

El ser amado es reconocido por el sujeto amoroso como "átopos", es decir como inclasificable, de una originalidad imprevisible. Es átopos el otro que amo y que me fascina. No puedo clasificarlo puesto que es precisamente el Único, la Imagen singular que ha venido milagrosamente a responder a la especificidad de mi deseo. Es la figura de mi verdad.
Frente a la originalidad brillante del otro no me siento jamás átopos, sino mas bien clasificado (como un expediente conocido). A veces, sin embargo, llego a suspender el juego de la imágenes desiguales ("¡Que no pueda yo ser tan original, tan fuerte como el otro!"); intuyo que el verdadero lugar de la originalidad no es ni el otro ni yo, sino nuestra propia relación. Es la originaliad de la relación lo que es preciso reconquistar. La mayor parte de las heridas provienen del estereotipo: estoy obligado a hacerme el enamorado, como todo el mundo: a estar celoso, abandonado, frustrado, como todo el mundo. Pero cuando la relación es original, el estereotipo es conmovido, rebasado, eliminado, y los celos, por ejemplo, no tienen ya espacio en esa relación sin lugar, sin topos, sin "plano" -sin discurso.

La verdad es que -paradoja desorbitante- no ceso de creer que soy amado. Alucino lo que deseo. Cada herida viene menos de unda duda que de una traición: porque no puede traicionar sino quien ama, no puede estar celoso sino quien cree ser amado: el otro, episódicamente, falta a su ser, que es el de amarme; he aquí el origen de mis desgracias. Un delirio, sin embargo, sólo existe si despertamos de él (no hay sino delirios retrospectivos): un dia comprendo lo que me ha ocurrido: creía sufrir por no ser amado y sin embargo sufría porque creía serlo; vivía en la complicación de ceerme a la vez amado y abandonado. Cualquiera que hubiese entendido mi lenguaje íntimo no habría podido menos que exclamar: pero en fin, ¿qué quiere?

Es propio de la situación amorosa ser inmediatamente intolerable una vez que la fascinación del encuentro ha pasado. Un demonio niega el tiempo, la maduración, la dialéctica y dice a cada instante: ¡esto no puede durar! Sin embargo dura, al menos mucho tiempo. La paciencia amorosa tiene pues por punto de partida su propia negación: no procede ni de una espera, ni de un domino, ni de un ardid, ni de una temeridad: es una desgracia que no se usa, en proporción a su agudeza; una sucesión de sacudidas, la repetición (¿cómica?) del gesto por el cual yo me manifiesto que he decidido poner fin a la repetición; la paciencia de una impaciencia. 
(Sentimiento razonable: todo se arregla -pero nada dura. Sentimiento amoroso: nada se arregla -y sin embargo dura)
Comprobar lo Insoportable: ese grito tiene su beneficio: manifestándome a mí mismo que es preceiso salir de él, por cualquier medio que sea, instalo en mí el teatro marcial de la Decisión, de la Acción, de la Salida. La exaltación es como una ganancia secundaria de mi impaciencia; me nutro de ella, me revuelco en ella. Siempre "artista", hago de la forma misma un contenido. Imaginando una solución dolorosa (renunciar, partir, etc.), hago retumbar en mí el fantasma exaltado de la salida; una gloria de abnegación me invade y olvido enseguida lo que debería entonces sacrificar: nada menos que mi locura -que, por definición, no puede constituirse en objeto de sacrificio: ¿se ha visto a un loco "sacrificando" su locura a alguien?
Cuando la exaltación ha decaído quedo reducido a la filosofía más simple: la de la resistencia (dimensión natural de las fatigas verdaderas). Sufro sin adaptarme, persisto sin curtirme: siempre perdido, nunca desalentado.

El discurso amoroso asfixia al otro, que no encuentra ningún lugar para su propia palabra bajo ese decir masivo. No es que yo le impida hablar; pero sé insinuar los pronombres: "Yo hablo y tú entiendes, luego existimos" (Ponge). A veces, con terror, tomo conciencia de ese vuelco: yo, que me creía puro sujeto (sujeto sujetado: frágil, delicado, lastimero), me veo convertido en una cosa obtusa, que anda a ciegas, que aplasta a todo bajo su discurso; yo, que amo, soy indeseable, alienado hasta las filas de los fastidiosos: los que son pesados, molestan, se inmiscuyen, complican, reclaman, intimidan (o más simplemente: los que hablan). Me he equivocado monumentalmente.

Idea de suicidio; idea de separación; idea de retiro; idea de viaje; idea de oblación, etc; puedo imaginar muchas soluciones a la crisis amorosa y no ceso de hacerlo. Sin embargo, por más enajenado que esté, no me es difícil aprehender, a través de esas ideas recurrentes, una figura única, vacía, que es solamente la de la salida; aquello con lo que vivo, con complacencia, es el fantasma de otro papel: el papel de alquien que "se las arregla". Así se descubre, una vez más, la naturaleza lingual del sentimiento amoroso: toda solución es implacablemente remitida a su sola idea -es decir a un ser verbal-; ajustarse a la preclusión de toda salidad: el discurso amoroso es en cierta forma un a puertas cerradas de las salidas.
La Idea es siempre una escena patética que imagino y de la que me conmuevo; en suma, un teatro. Imaginando una solución extrema (es decir, definitiva, definida), produzco una ficción, me convierto en artista, hago un cuadro, pinto mi salida; la Ida se ve, como el momento fecundo del drama burgués:es tan pronto una escena de adiós como una carta solemne, o bien, mucho más tarde, una despedida plena de dignidad. El arte de la catástrofe me apacigua.
Todas las soluciones que imagino son interiores al sistema amoroso: retiro, viaje, suicidio, es siempre el enamorado quien se enclaustra, se va o muerte; si se ve encerrado, ido o muerto, lo que ve es siempre un enamorado: me ordeno a mí mismo estar siempre enamorado y no estarlo más. Esta suerte de identidad del problema y de su solución define precisamente la trampa: estoy entrampado proque está fuera de mi alcance cambiar de sistema y puesto que no puedo sustituirlo por otro. Para "arreglármelas" sería necesario que yo salga del sistema -del que debo salir. Si no fuera propio de la "naturaleza" del delirio amoroso pasar, decaer solo, nadie podría ponerle fin.

Hay dos afirmaciones del amor. En primer lugar, cuando el enamorado encuentra al otro, hay afirmación inmediata (psicológicamente: deslumbramiento, entusiasmo, exaltación, proyección loca de un futuro pleno: soy devorado por el deseo, por el impulso de ser feliz): digo sí a todo (cegándome). Sigue un largo túnel: mi primer sí está carcomido de dudas, el valor amoroso es incesantemente amenzado de depreciación: es el momento de la pasión triste, la ascensión del resentimiento y de la oblación. De este túnel, sin embargo, puedo salir; puedo "superar", sin liquidar; lo que afirmé una primera vez puedo afirmarlo de nuevo sin repetirlo, puesto que entonces lo que yo afirmo es la afirmación, no su contingencia: afirmo el primer encuentro en su diferencia, quiero su regreso, no su repetición. Digo al otro (viejo o nuevo): Recomencemos.

Estrechez de espíritu: en realidad no admito nada del otro, no comprendo nada. Todo lo que, del otro, no me concierne, me parece extraño, hostil; experimento entonces respecto de él una mezcla de pavor y de severidad: temo y repruebo al ser amado, desde el momento en que ya no "pega" con su imagen. Soy solamente "liberal": un dogmático doliente, en cierta manera.
(Industriosa, infatigablel, la máquina de lenguaje resuena en mí -puesto que marcha bien- fabrica su cadena de adjetivos: cubro al otro de adjetivos, desgrano sus cualidades, su qualitas.) 
A través de esos juicios variables, versátiles, subsiste una impresión penosa: veo que el otro persevera en sí mismo: es él mismo esta perseverancia con la que tropiezo. Me enloquezco al comprobar que no puedo desplazarla; haga lo que haga, por más que me prodigue para él, no renuncia nunca a su propio sistema. Experimento contradictoriamente al otro como una divinidad caprichosa, y como una cosa inveterada. O también, veo al otro en sus límites. O, en fin, me interrogo ¿hay un punto, uno solo, sobre el cual el otro podría sorprenderme? Así, curiosamente, la "libertad" del otro de "ser él mismo" la experimento como una obstinación pusilánime.Veo bien al otro como tal -veo el tal del otro-, pero en el campo del sentimiento amoroso, ese tal me es doloroso, puesto que nos separa, y puesto que una vez más, me rehúso a reconocer la división de nuestra imagen, la alterirdad del otro.
Este primer tal es malo porque dejó en secreto un adjetivo: el otro es obstinado: él revela todavía la qualitas. Es preciso que me desembarace de todo deseo de balance; es preciso que el otro devenga a mis ojos puro de toda atribución. Tú eres así, precisamente así. Tal cual es, el ser amado no recibe ya ningún sentido ni de mí mismo ni del sistema en el que está inmerso; no es ya sino un texto sin contexto; no tengo más necesidad o deseo de descrifrarlo; él es de algún modo el suplemento de su propio lugar. 
Accedo entonces (fugitivamente) a un lenguaje sin adjetivos. Amo al otro no según sus cualidades (compatibilizadas) sino según su existencia; por un movimiento que ustedes bien podrían llamar místico, amo no lo que él es sino: que él es. El lenguaje del que el sujeto amoroso hace protesta entonces es un lenguaje obtuso: todo juicio es suspendido, el terror del sentido es abolido. Lo que liquido en ese movimiento, es la categoría misma del mérito.

Denominación de la unión total: es el "único y simple placer" (Aristóteles), "el gozo sin mancha y sin mezcla, la perfección de los sueños, el término de todas las promesas" (Ibn Hazm), "la magnificiencia divina" (Novalis), es: la paz indivisa. O también: el colmamiento de la propiedad; sueño que gozamos el funo del otro sgún una apropiación absoluta; es la unión furtiva, la fruición del amor. 
"A su mitad, vuelvo a pegar mi mitad." Salgo de ver un film. Un personaje evoca a Platón y el Andrógino. Se diría que todo el mundo conoce la maña de las dos mitades que buscan volverse a unir (el deseo, lo es de carecer de lo que se tiene -y de dar lo que no se tiene: cuestión de suplemento, no de complemento).
La Naturaleza, la sabiduría, elmito dicen que no hay que buscar la unión (la anfimixtión) fuera de la división de papeles, sino de los sexos: tal es la razón de la pareja. El sueño, excéntrico (escandaloso), dice la imagen contraria. En la forma dual que fantasmo, quiero que hay un punto sin otra parte, suspiro por una estructura centrada, ponderada por la consistencia del Mismo: si todo no está en dos, ¿para qué luchar? Mejor volverme a meter en el curso de lo múltiple. Basata para consumar ese todo que deseo (insiste el sueño) que uno y otro carezcamos de lugar: que podamos mágicamente sustituirnos uno al otro: que advenga el reino "uno por el otro", como si fuéramos los vocabls de una lengua nueva y extraña, en la que sería absolutamente lícito emplear una palabra por otra. Esta unión carecería de límites, no por la amplitud de su expansión, sino por la diferencia de sus permutaciones.

La saciedad es una precipitación: algo se condensa, echa raíces en mí, me fulmina. ¿Qué es lo que llena así? ¿Una totalidad? No. Algo que, partiendo de la totalidad, llega a exederla: una totalidad sin remanente, una suma sin excepción, un lugar sin nada al costado. Colmo, acumulo, pero no me detengo en el nivel de la falta: produzco un exceso, y es en este exceso que sobreviene la saciedad (el exceso es el régimen de lo Imaginario: en cuanto no estoy en el exceso me siento frustrado; para mi, justo quiere decir no suficiente): conozco finalmente ese estado: dejando tras de mí toda "satisfacción", ni ahíto ni harto, sobrepaso los límites de la saciedad y, en lugar de encontrar asco, la náusea, o incluso la embriaguez, descubro... la coincidencia. La desmesura me ha conducido a la mesura; me ajusto a la imagen, nuestras medidas son las mismas: exactitud, preceisión, música; he terminado con el no suficiente. Vivo entonces la asunción definitiva de lo Imaginario, su triunfo. 
Saciedades: no se las menciona - de modo que falsamente la relación amorosa parece reducirse a una larga queja. Es que si es inconsecuente hablar mal de la desdicha, en cambio, en la felicidad, parecería culpable de estragar su expresión: el yo no discurre sino herido: cuando estoy colmado o recuerdo haberlo estado el lenguaje me parece pusilánime: soy transportado fuera del lenguaje, es decir, fuera de lo mediocre, fuera de lo general. 
En realidad, poco me importan mis oportunidades de ser realmente colmado. Sólo brilla, indestructible, la voluntad de saciedad. Por esta voluntad, me abandono: forma en mí la utopía de un sujeto sustraído al rechazo: soy ya ese sujeto.


Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, Siglo XXI Editores, México, 1993.

Leído en: http://www.enfocarte.com/7.32/barthes.html

jueves, 26 de marzo de 2015

El peligro de la esperanza




Es justo allí
a mitad de camino entre
el huerto desnudo
y el huerto verde,
cuando las ramas están a punto
de estallar en flor,
en rosa y blanco,
que tememos lo peor.

Pues no hay región
que a cualquier precio
no elija ese tiempo
para una noche de escarcha.

Robert Frost


miércoles, 25 de marzo de 2015

El gurú tramposo




...Los atractivos de ser un gurú tramposo son numerosos. Están los del poder y la riqueza, a los que se añade la satisfacción de ser un actor sin necesidad de escenario, que convierte en un drama la "vida real". No es, además, una empresa ilegal,como vender acciones de empresas inexistentes, hacerse pasar por médico o falsificar cheques.
No existen cualificaciones reconocidas y oficiales para ser gurú, aunque ahora que algunas universidades ofrecen cursos de meditación y yoga Kundalini, quizá pronto sea necesario pertenecer a la Fraternidad Norteamericana de Gurús. Pero un auténtico y hábil tramposo debiera eludir todo eso e inventar una disciplina completamente nueva más allá de toda forma conocida de enseñanza esotérica.
Hay que comprender desde el principio que el gurú tramposo cubre una auténtica necesidad y realiza un servicio público indiscutible. Millones de personas buscan afanosamente un verdadero padre-mago, sobre todo en una época en que los clérigos y los psiquiatras son poco convincentes y no parecen tener el valor de sus convicciones o sus fantasías. Quizá han perdido ánimo debido a una valoración excesiva de la virtud de la sinceridad, como si un pintor sintiera la necesidad de dar a sus paisajes la fidelidad de la fotografía...

...Un gurú tramposo es, ciertamente, un ilusionista, pero podríamos preguntarnos si el arte no es otra cosa que ilusión. Si el universo es solo una vasta mancha de Rorschach sobre la que proyectamos nuestras medidas e interpretaciones, y si el pasado y el futuro carecen de existencia real, un ilusionista es simplemente un artista creativo que cambia la interpretación colectiva de la vida, e incluso la mejora. La realidad es, sobre todo, aquello que un pueblo o una cultura conciben como tal. El dinero, que en sí mismo carece de valor, depende por entero de la fe colectiva para que sea válido. El pasado tiene vigencia solo porque otros creen en él, y el futuro parece importante únicamente porque estamos imbuidos de la engañosa noción de que sobrevivir durante largo tiempo, con minucioso cuidado, es preferible a sobrevivir un breve período sin ninguna responsabilidad y muchas excitaciones. En realidad, todo se reduce a una cuestión de hábitos cambiantes.
Tal vez,entonces, un tramposo puede ser alguien que libera realmente a la gente de su participación más masoquista en la ilusión colectiva, sobre el principio homeopático del "pelo del perro que te muerde". Incluso los gurús auténticos imponen a sus discípulos ejercicios psicológicos imposibles para demostrar la irrealidad del yo, y podría argüirse que también ellos son tramposos sin proponérselo, puesto que se han criado en culturas sin los beneficios desilusionadores del "conocimiento científico" que, como observan los ecologistas, no tiene unos resultados muy satisfactorios. Tal vez todo se reduzca a la antigua creencia de que el mismo Dios es un tramposo que se engaña eternamente a sí mismo por medio del maya y tiene las sensaciones de que es un ser humano, un gato o un insecto, ya que no puede culminarse ningún arte que no imponga ciertas reglas y limitaciones.Un Dios plenamente infinito e ilimitado no tendría límite alguno y por lo mismo no podría manifestar poder o amor. En consecuencia, la omnipotencia debe incluir el poder de autolimitación, hasta el punto de olvidar que se está limitando y hacer así que las limitaciones parezcan reales. Pudiera ser que los estudiantes y gurús auténticos estén del lado de los engañados, mientras que los falsos gurús son los engañadores... y uno debe efectuar su elección.
Propongo este problema como una especie de koan zen, al estilo de "¿Qué es la realidad más allá de lo positivo y lo negativo?" ¿Cómo evitará ser un engañado o un engañador? ¿Cómo se librará de la ilusión del yo sin intentarlo o no intentarlo? Si necesita la gracia de Dios para salvarse ¿Cómo obendrá la gracia para obtener la gracia? ¿Quién responderá a estas preguntas si usted mismo es una ilusión? El apuro del hombre es la oportunidad de Dios

El gallo canta al anochecer.
A medianoche, el sol brillante.

El Gurú Tramposo - Alan Watts


Mundos sutiles




...yo amo los mundos sutiles,

ingrávidos y gentiles

como pompas de jabón.

Me gusta verlos pintarse

de sol y grana, volar

bajo el cielo azul, temblar

súbitamente y quebrarse...

Antonio Machado

martes, 24 de marzo de 2015

Desconocido




Conocerse es errar, y el oráculo que dijo “conócete” propuso un trabajo mayor que el de Hércules y un enigma más negro que el de la Esfinge. Desconocerse conscientemente: he aquí el enigma. Y desconocerse conscientemente es emplear activamente la ironía. No conozco cosa mayor, ni más propia del hombre en verdad grande, que el análisis paciente y expresivo de los modos de desconocernos, el consciente registro de la inconsciencia de nuestras conciencias, la metafísica de las sombras autónomas, la poesía del crepúsculo de la desilusión.

Fernando Pessoa.


Defenderse...




"... y el alma presintiendo, intuyendo el veneno que viaja escondido en la sangre. Y frente a eso, la vida extrema todos sus recursos, grita, arremete, se revela hasta donde puede." 

Fernando Rabih

lunes, 23 de marzo de 2015

Límites




¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed,
hasta aquí el agua?

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el aire,
hasta aquí el fuego?

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el amor,
hasta aquí el odio?

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre,
hasta aquí no?

Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas.
Sangran.

Juan Gelman

Fuego




“El amor es fuego. Pero si va a calentar tu corazón o va a quemar tu casa, nunca lo sabrás."

Joan Crawford


domingo, 22 de marzo de 2015

No me compadezcas




No me compadezcas porque la luz del día
al terminar el día deje de recorrer el cielo.
No me compadezcas por las bellezas desaparecidas
en campos y espesuras mientras el año pasa.
No me compadezcas por la menguante luna,
ni porque el reflujo de la marea se retire hacia el mar,
ni porque el deseo del hombre calle tan pronto
y ya no me mires con amor.
Siempre lo he sabido: el amor no es más
que la abierta flor que el viento ataca,
que la gran marea que pisa la cambiante orilla,
esparciendo los restos del naufragio que amontonó la tormenta:
compadécete de mí porque el corazón es lento para aprender
lo que la ágil mente contempla a cada paso.


Edna St. Vincent Millay

Nunca ha de arrancarse la fruta




Nunca, nunca jamás ha de arrancarse la fruta de la rama
ni recogerse en toneles.
Aquel que quiera comer del amor ha de comerlo donde cuelga.
Aunque las ramas se doblen como juncos,
aunque la fruta madura manche la hierba o se arrugue en el árbol,
aquel que quiera comer del amor debe llevarse con él
solo lo que le quepa en la panza,
nada en el delantal,
nada en los bolsillos.
Nunca, nunca jamás ha de cogerse la fruta de la rama
ni almacenarse en toneles.
El invierno del amor es una bodega de arcones vacíos,
en un huerto que mulle el deterioro.

Edna St. Vincent Millay

No lo es todo




El amor no lo es todo: no es comida ni bebida
Ni sueño ni un techo sobre tu cabeza contra la lluvia;
Ni una tabla flotante para hombres que se hunden
Y se alzan y se hunden y se alzan y se hunden otra vez;
El amor no puede llenar de aire al pulmón herido,
Ni limpiar la sangre, ni arreglar el hueso partido;
Aun así muchos hombres se acercan a la muerte
En este instante en que te hablo, sólo por falta de amor.
Podría ser que en un momento difícil,
Atrapada en el dolor y suplicando por ser liberada
O llevada por la necesidad más allá del poder de mi voluntad,
Vendiera yo tu amor por un poco de paz,
O cambiara la memoria de esta noche por comida.
Podría ser. Pero no creo que lo hiciera.

Edna St Vincent Millay


sábado, 21 de marzo de 2015

A un joven poeta




El tiempo nunca podrá separar el ala del pájaro.
Pájaro y ala juntos caen como una pluma.
Nada que haya volado alguna vez,
ni la alondra ni tú, puede morir como mueren los demás.

Edna St Vincent Millay


domingo, 15 de marzo de 2015

Sobre cartas de amor




Una carta de amor
no es un naipe de amor

una carta de amor tampoco es una carta
pastoral o de crédito / de pago o fletamento

en cambio se asemeja a una carta de amparo
ya que si la alegría o la tristeza
se animan a escribir una carta de amor
es porque en las entrañas de la noche
se abren la euforia o la congoja
las cenizas se olvidan de su hoguera
o la culpa se asila en su pasado

una carta de amor
es por lo general un pobre afluente
de un río caudaloso
y nunca está a la altura del paisaje
ni de los ojos que miraron verdes
ni de los labios dulces
que besaron temblando o no besaron
ni del cielo que a veces se desploma
en trombas en escarnio o en granizo

una carta de amor puede enviarse
desde un altozano o desde una mazmorra
desde la exaltación o desde el duelo
pero no hay caso / siempre
será tan sólo un calco
una copia frugal del sentimiento

una carta de amor no es el amor
sino un informe de la ausencia

Mario Benedetti


Por qué ayudas a tu prójimo?




Imaginémonos a un grupo de personas, cada una de ellas metida a fondo en alguna obra de caridad o en algunas actividades políticas y sociales útiles, todos ellos por motivos altruistas. Si alguien les pregunta:"¿Por qué ponéis tanto empeño en ayudar al prójimo?, obtenemos las siguientes respuestas. El primero dice: "Considero un deber y una obligación moral ayudar al prójimo". El segundo replica: "¿Obligación moral?. Al cuerno con las obligaciones morales. Lo que sucede es que Dios me condenará si veo como el prójimo es oprimido sin hacer nada al respecto." El tercero replica: "A mí tampoco me preocupan cosas  como los deberes o las obligaciones morales. Lo que sucede es que me dan mucha pena estas personas y trato de ayudarlas." El cuarto dice: "¿Por qué hago lo que hago? Para ser sincero, no tengo ni idea. Va con mi naturaleza el hacerlo de este modo. Es todo lo que puedo decir."
Me gustaría comparar estas cuatro respuestas. Me encanta la última. Tiene un aire muy taoísta o zen. Se trata del Sabio o santo verdadero, que parece estar en total armonía con el Tao. Se trata de aquel que ayuda de un modo completamente natural y espontáneo, sin tener consciencia de ello. Si existe Dios, espero que deje entre el primero en el cielo. Pegado a su rueda, espero que lo haga el tercer hombre. Me parece un cierto tipo de budista; sin ser una persona moral, es compasiva, aunque quizás tenga demasiada consciencia de ello.
Es interesante comparar al primero con el segundo. Ambos son muy asertivos, pero muy diferentes. El segundo, aunque algo brusco, es encantador y simpático. Me da la sensación de ser "el hombre con el corazón de oro" (como alguno de los papeles de Humphrey Bogart). Es realmente una persona muy cariñosa, que de algún modo se avergüenza a la hora de admitir el hecho, y no quiere parecer sentimental. Si yo fuera Dios, evidentemente le dejaría entrar en el reino de los cielos.
Pero el primer hombre: ¡Dios mío, que monstruosidad! Siento ofender a los lectores que han crecido en una tradición puritana,pero no aguanto más. Las personas como el primer hombre son tan pomposas, vanas, egocéntricamente afirmativas, puritanas, inhumanas, egoístas dominadoras y desagradables. Se trata de la gente que actúa por "principios". En cierto modo son incluso peores que la gente que no ayuda a los demás. Si yo fuera Dios, evidentemente también los dejaría entrar en el cielo, pero no enseguida. Primero los devolvería a la tierra unos años, para que se "disciplinaran" un poco más.
Algunos lectores pragmáticos podrían decir: "¿Por qué subrayar tanto el modo en que se dicen las cosas? ¿No va todo al mismo sitio? ¿No es más importante en qué grado ayudas a una persona, que los motivos o razones para hacerlo?" Mi respuesta es "No" Considero que si los actos de las personas ayudan, pero se llevan a cabo con un espíritu equivocado, pueden, a largo plazo, convertirse en tan dañinos como los actos que no ayudan para nada. Creo que me he visto muy influido  por el proverbio  chino, que dice: "Cuando el hombre incorrecto hace lo correcto, normalmente se vuelve incorrecto"

Raymond Smullyan - Silencioso Tao (Reflexiones de un científico al otro lado del espejo)


sábado, 14 de marzo de 2015

Mi Credo




"El credo al que me refiero no es fácil de expresar en palabras. Podría explicarlo así: creo que, a pesar de su aparente absurdo, la vida tiene sentido, y aunque reconozco que este sentido último de la vida no lo puedo captar con la razón, estoy dispuesto a seguirlo aun cuando signifique sacrificarme a mí mismo. Su voz la oigo en mi interior siempre que estoy realmente vivo y despierto. En tales momentos intentaré realizar todo cuanto la vida exija de mí, incluso cuando vaya contra las costumbres y leyes establecidas. Este credo no obedece órdenes ni se puede llegar a él por la fuerza. Sólo es posible sentirlo"

Hermann Hesse - Mi Credo

jueves, 12 de marzo de 2015

Elegía del recuerdo imposible




...Qué no daría yo por la memoria
de que me hubieras dicho que me querías
y de no haber dormido hasta la aurora,
desgarrado y feliz.

Jorge Luis Borges - Elegía del recuerdo imposible (extracto)


martes, 10 de marzo de 2015

El Espantapájaros




Una vez dije a un espantapájaros:
-Debes estar cansado de pasarte la vida en este campo solitario.
Y él me respondió:
-El placer de espantar es algo tan profundo y duradero que jamás me canso.
Después de reflexionar un poco,le dije:
-Es verdad, porque yo también conocí ese gozo
Y él me respondió:
-Solo pueden conocerlo aquellos que están rellenos de paja.
Entonces me marché, sin saber si me había elogiado o insultado.
Pasó un año durante el cual el espantapájaros se convirtió en filósofo.
Y cuando volví a pasar cerca de él, vi dos cuervos construyendo un nido debajo de su sombrero.

Khalil Gibran - El Loco

Me preguntas cómo...




Me preguntas cómo me volví loco. Ocurrió así:

Un día, mucho antes de que nacieran los dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que se habían robado todas mis máscaras, las siete máscaras que había modelado y usado en siete vidas.

Huí sin la máscara por las atestadas calles gritando: «¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!».

Hombres y mujeres se reían de mí, y algunos corrieron a sus casas temerosos de mí.

Y cuando llegué a la plaza del mercado, un muchacho de pie sobre el techo de una casa, gritó: «¡Es un loco!».

Alcé la vista para mirarlo y por primera vez el sol besó mi rostro desnudo. Por primera vez el sol besó mi rostro desnudo, y mi alma se inflamó de amor por el sol y ya no deseé más mis máscaras. Como en éxtasis grité «¡Benditos, benditos sean los ladrones que me han robado mis máscaras!».

Así fue como me volví loco.

Y he hallado libertad y salvación en mi locura, la libertad de estar solo y a salvo de ser comprendido, porque aquellos que nos comprenden esclavizan algo nuestro.

Khalil Gibran - El Loco



lunes, 9 de marzo de 2015

Cuando tengas frío




Usa mi llave cuando tengas frío,
cuando te deje el cierzo en la estacada,
hazle un corte de mangas al hastío,
ven a verme si estás desencontrada.

No tengo para darte más que huesos
por un tubo y un salmo estilo Apeles
y páginas anémicas de besos
y un cubo de basura con papeles.

Ni me siento culpable de tu lejos,
ni dejo de fruncir los entrecejos
que usurpan de tus ojos la alegría,

si quieres enemigos ya los tienes,
pero si socios buscas ¿cuándo vienes
a repartir conmigo la poesía?

Joaquín Sabina


domingo, 8 de marzo de 2015

Saberte aquí




Podés querer el alba
cuando quieras
he conservado intacto
tu paisaje
podés querer el alba
cuando ames
venir a reclamarte
como eras
aunque ya no seas vos
aunque mi amor te espere
quemándose en tu azar
y tu sueño sea eso
y mucho más
esta noche otra noche
aquí estarás
y cuando gima el tiempo
giratorio
en esta paz ahora
dirás
quiero esta paz
ahora podés
venir a reclamarte
penetrar en tu noche
de alegre angustia
reconocer tu tibio
corazón sin excusas
los cuadros
las paredes
saberte aquí
he conservado intacto
tu paisaje
pero no sé hasta dónde
está intacto sin vos
podés querer el alba
cuando quieras
venir a reclamarte
como eras
aunque el pasado sea
despiadado
y hostil
aunque contigo traigas
dolor y otros milagros
aunque seas otro rostro
de tu cielo hacia mí.

Mario Benedetti


Los Napoleones del fin de semana

  Hay un brillo inquietante en sus ojos cuando acuden cada sábado a la cita. Llegan uno tras otro, casi furtivamente, con sus cajas y reglam...