miércoles, 21 de enero de 2015

Juzgar por los materiales




No juzgarás según la suma. Nada puede esperarse, me dices, de aquellos. Son grosería, afán de lucro, egoísmo, falta de valentía, fealdad. Pero así puedes hablarme delas piedras, las cuales son rudeza, dureza, peso triste y espesor, mas no de lo que sacas de las piedras: estatua o templo. He visto demasiado que el ser no funcionaba casi nunca como lo hacían prever sus partes y, ciertamente, si tomas aparte a cada uno de los que forman las poblaciones próximas, descubres que cada uno odia la guerra, no desea dejar su hogar, porque quiere a sus hijos y a su esposa y las comidas de cumpleaños, ni verter la sangre porque es bueno, y alimenta a su perro, y acaricia a su asno, ni saquear a otro porque observas que solo quiere su propia casa y lustra sus maderas y pinta sus paredes y embalsama con flores su jardín, y me dirás pues: representan en el mundo el amor de la paz... Y sin embargo, su imperio es una gran sopera donde hierve la guerra. Y su bondad, y su dulzura, y su piedad por el animal herido, y su emoción ante las flores solo son ingredientes de una magia que prepara el entrechocar de armas, como acontece con cierta mezcla de nieve, de madera barnizada y de cera caliente que prepara los grandes latidos de tu corazón, aunque la captura aquí, como en otras partes, no esté en la esencia de la celada.
¿Juzgas al árbol por sus materiales? Si vienes a hablarme del naranjo ¿me criticas su raíz, o el gusto de su fibra, o lo viscoso o rugoso de su corteza, o la arquitectura de sus ramas? No te importan los materiales. Juzgas al naranjo por la naranja.
Así sucede con los que tú persigues. Separados son éste, ese y aquél. Me río. Su árbol me fabrica cada tanto almas de espadas dispuestas a sacrificar el cuerpo en los suplicios, contra la cobardía de la mayoría, y miradas lúcidas que despojan de inútiles atributos a la verdad, como de su cáscara al fruto y, en contra del apetito vulgar de la mayoría, te observan las estrellas desde la ventana de su buhardilla y viven de un hilo de luz; entonces estoy satisfecho. Porque yo veo condición donde tú ves litigio. El árbol es condición del fruto, la piedra del templo y los hombres condición del alma que irradia sobre la tribu. Y tal como en la bondad y el suave ensueño y el amor de la casa de aquellos, fácilmente iré a plantar mi taco porque, a pesar de la apariencia, solo se trata de ingredientes, para la sopera, de peste, de crimen y de hambre. Perdonaré a los otros su ausencia de bondad o su rechazo del ensueño o su escaso amor por las casas (pues es posible que hayan sido nómadas mucho tiempo) si acontece que esos ingredientes sean condición de la nobleza de algunos. Y de eso nada sé prever por el encadenamiento de palabras y palabras; pues no hay lógica que haga pasar de una etapa a otra.

Antoine de Sait-Exupéry - Ciudadela, Cap. CCXVII


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