jueves, 30 de octubre de 2014

Para nacer




El pájaro rompe el cascarón.
El huevo es el mundo.
El que quiere nacer tiene que romper un mundo

Herman Hesse

Una cama dura




Una vez, cerca del lago de Orta -el tono de Nietzsche se volvió más dulce aún,como si con ello quisiera impedir que sus palabras pisotearan sus delicados pensamientos-, ella y yo subimos hasta la cima del monte Sacro para observar una dorada puesta de sol. Pasaron dos nubes luminosas, del color del coral, que parecían dos rostros fundiéndose en uno. Nos tocamos con dulzura. Nos besamos. Compartimos un momento sagrado, el único momento sagrado que he conocido.
-¿Volvieron a hablar de ese momento?
-¡Ella sabía que había existido ese momento!...
-Pero -insistió Breuer- ¿Habló ella alguna vez de Orta? ¿Para ella también fue un momento sagrado?
-¡Sabía lo que era Orta!
-Convencida de que yo tenía que saberlo todo sobre la relación que había mantenido con usted, Lou Salomé se esforzó por describirme cada uno de sus encuentros con todo lujo de detalles. No omitió nada, según dijo. Se explayó hablando de Lucerna, de Leipzig, de Roma, de Tautenberg. Ahora bien, Orta, ¡se lo juro!, solo lo mencionó de paso. No le causó ninguna impresión especial. Es más, Friedrich: intentó recordar si alguna vez lo había besado, pero me dijo que no recordaba haberlo hecho. -Nietzsche guardó silencio. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Tenía la cabeza gacha. Breuer sabía que se comportaba con crueldad. Pero también sabía que no serlo ahora habría significado ser más cruel todavía. Aquella era una oportunidad única y no se repetiría.
-Perdone la dureza de mis palabras, Friedrich, pero estoy siguiendo el consejo de un gran maestro que me dijo: "Ofrezca al amigo que sufre un lugar de descanso, pero que sea una cama dura o un catre de campaña".
-Ha entendido bien a su maestro- replicó Nietzsche-.Y la cama es dura. Permítame decirle hasta qué punto lo es. No se si podré hacerle comprender lo mucho que he perdido... Cuando yo destierre a Lou Salomé de mi mente (y me doy cuenta de que eso es lo que me está ocurriendo ahora), ¿sabe qué me quedará?...

El día que Nietzsche lloró


Vivir como el águila




...para poder tener una relación con otra persona, uno debe tener una relación consigo mismo. Si no somos capaces de abrazar nuestra propia soledad, utilizaremos al otro como escudo contra nuestra soledad. Sólo cuando es posible vivir como el águila, sin público, se puede amar a otra persona; solo entonces puede importarle a uno que la otra persona crezca. Por consiguiente, si uno no puede renunciar a un matrimonio, ese matrimonio está perdido.

Friedrich Nietzsche al doctor Breuer, en El día que Nietzsche lloró


miércoles, 29 de octubre de 2014

Significado




Tenemos que buscar el significado. El síntoma no es más que un mensajero que trae la noticia de que el Angst está entrando en erupción en su reino más profundo. Las preocupaciones fundamentales, referidas a la finitud, la muerte de Dios, la soledad, la finalidad, la libertad..., las preocupaciones fundamentales que hemos tenido bajo llave durante toda la vida, ahora rompen sus cadenas y golpean las puertas y ventanas de la mente. Claman por ser oídas. Y no solo oídas, sino vividas.

Notas de Friedrich Nietzsche sobre el doctor Breuer - El día que Nietsche lloró


martes, 28 de octubre de 2014

Alma desnuda




"Soy un alma desnuda en estos versos,
Alma desnuda que angustiada y sola
Va dejando sus pétalos dispersos."

Alfonsina Storni


No sentir ya el peso de nuevas cadenas




Mientras no nos sentimos dependientes de alguna cosa nos tenemos por independientes; conclusión errónea que demuestra cuál es el orgullo y la sed de dominación del hombre. De este modo admite que en todas circunstancias debe notar y reconocer la independencia, desde el momento que sufre a consecuencia de la idea preconcebida de que ordinariamente vive en la independencia y que si llega a perderla sentirá enseguida un contraste de impresión. Pero ¿y si fuese lo contrario lo verdadero, si resultase que hubiese vivido siempre en una múltiple dependencia y que se considerase libre en lo que, por la costumbre, ya no siente el peso de las cadenas? Solo las cadenas nuevas le hacen sufrir aún. "Libre arbitrio" no quiere decir propiamente otra cosa que el hecho de no sentir ya elpeso de nuevas cadenas.

Friedrich Nietzsche - El viajero y su sombra.


Medida del valor de la verdad




"La fatiga que se siente trepando por las montañas no nos da la medida de su altura.Y ¿sucederá de otro modo con la ciencia como pretenden los que quieren pasar por iniciados? El trabajo que cuesta una verdad, ¿decidirá justamente del valor de ella? Esta moral absurda parte de la idea de que las "verdades" propiamente no son nada, y sí solo aparatos gimnásticos en los que deberíamos bravamente ejercitarnos hasta fatigarnos: moral para atletas del espíritu."

Friedrich Nietzsche - El viajero y su sombra


jueves, 23 de octubre de 2014

Lejos de la tristeza




Cuando en la mañana me haya ido 
No tendrás mío ni un recuerdo 
Sólo un hueco en la almohada 
Donde meter tu olvido 
Nadarás en nombres 
Y pasarás sobre el mío 
Como quien anda un camino 
Tantas veces recorrido 

Sueña lejos de la tristeza 
Sueña lejos del dolor 
Como si no hubiera ocurrido 
Y aún estuviera intacto tu corazón 

Cuando en la mañana me haya ido 
Ni siquiera pronuncies mi nombre 
Porque yo nunca estuve aquí 
Y tú jamás me conociste 
Nadie que amaste te causó dolor 
Y ningún hombre te amó demasiado 
Nadie te alejó del mundo 
Para tenerte siempre a su lado 

Sueña lejos de la tristeza 
Sueña lejos del dolor 
Como si nada hubiera ocurrido 
Y aún estuviera intacto tu corazón 
Sueña lejos de la tristeza 
Sueña lejos del dolor 
Como si nada hubiera ocurrido 
Y aún tuvieras intacto el corazón 

Cuando en la mañana me haya ido 
No me digas adiós

Enrique Bunbury


Verdad




-¡Lo sagrado no es la verdad, sino la búsqueda que cada cual hace de su propia verdad! Hay quien asegura que mi obra filosófica está construida sobre arena: mis opiniones cambian sin cesar. Pero una de mis frases de granito dice: "Llega a ser quien eres". ¿Y cómo puede nadie descubrir quién y qué es sin la verdad?

Friedrich Nietzsche a Josef Breuer, en El día que Nietzsche lloró


Yo




Mi enfermedad pertenece al dominio del cuerpo, pero no soy yo. Yo soy mi enfermedad y mi cuerpo, pero ellos no son yo.

Friedrich Nietzsche al doctor Josef Breuer, en El día que Nietzsche lloró.


La búsqueda del tesoro




... Es la historia del rabino Eisik, de Cracovia, que el indianista Heinrich Zimmer desenterró de los Khassidischen Bucher de Martín Buber. Este piadoso rabino Eisik, de Cracovia, tuvo un sueño que le ordenaba ir a Praga: allí, sobre el gran puente que lleva al castillo real descubrirá un tesoro oculto. El sueño se le repitió tres veces y es así que el rabino se decidió a partir. Llegado a Praga, encontró el puente, pero como éste se encontraba custodiado día y noche por centinelas no intentó la búsqueda. Vagando por los alrededores, atrajo la atención del capitán de la guardia; éste le preguntó amablemente si había perdido alguna cosa. Con simplicidad el rabino le refirió su sueño. El oficial estalló en risa: "Verdaderamente, pobre hombre, le contestó el oficial- ¿has gastado tus zapatos para andar todo este camino a causa simplemente de un sueño? ¿Qué persona razonable creería en un sueño?".

Ese mismo oficial había escuchado también una voz en sueños: "Me hablaba de Cracovia, me ordenaba ir allí para buscar un gran tesoro en la casa de un rabino cuyo nombre era Eisik, hijo de Jrekel. El tesoro debía ser descubierto en un rincón polvoriento donde se encontraba enterrado, detrás de la estufa". Pero el oficial no agregaba voz alguna a las voces escuchadas en sueños: el oficial era una persona razonable. El rabino se inclinó entonces profundamente, le agradeció y se apresuró a volver a Cracovia. Cayó en un rincón abandonado de su casa y descubrió el tesoro que puso fin a su miseria.

"Así pues -comenta Heinrinch Zimmer-, el verdadero tesoro, el que pone fin a nuestra miseria y a nuestra desgracia, nunca está muy lejos, no es preciso buscarlo en un lejano país, yace envuelto en los lugares más íntimos de nuestra propia casa, es decir, de nuestro propio ser. Está detrás de la estufa, el centro dador de vida y calor que ordena nuestra existencia, el corazón de nuestro corazón, si es que supiésemos excavar. Pero ocurre el hecho singular y constante que es sólo después de un piadoso viaje en una región lejana, en un país extraño, sobre una tierra nueva, que el significado de esa voz interior que guía nuestra búsqueda podrá revelarse a nosotros. Y, a ese hecho singular y constante, se agrega otro, a saber: que el que nos revela el sentido de nuestro misterioso viaje interior debe ser él también un extranjero, de otra creencia y de otra raza".

Y este es el profundo sentido de todo verdadero encuentro; y este podría constituir también el punto de partida de un nuevo humanismo de escala mundial.


Versión parcial de Mircea Eliade, "Simbolismo religioso y valorización de la angustia", en Mitos, sueños y misterios, Buenos Aires, Ed. Compañía General Fabril Editora, pp. 57-73.

Leído en: https://www.facebook.com/pages/Fundación-CG-Jung-de-Psicología-Analítica





miércoles, 22 de octubre de 2014

Obra de...




Este libro es obra de un hombre subterráneo, de un hombre que taladra, que socava y que roe. Quien tenga los ojos acostumbrados a estas actividades subterráneas podrá ver con qué delicada inflexibilidad va avanzando lentamente el autor, sin que parezca afectarle el inconveniente que supone estar largo tiempo privado de aire y de luz. Hasta se podría pensar que le satisface este oscuro trabajo suyo. Cualquiera diría que le guía una determinada fe, que un cierto consuelo le compensa de su dura labor. Pero ¿no será que quiere rodearse de una densa oscuridad que sea suya y nada más que suya, que trata de adueñarse de cosas incomprensibles, ocultas y enigmáticas, con la conciencia de que de ello surgirá su mañana, su propia redención, su propia aurora?
Por supuesto que volverá a la superficie; no le preguntéis qué es lo que busca allá abajo; él mismo os lo dirá cuando vuelva a ser hombre ese Trofonio, ese sujeto de aspecto subterráneo. Y es que quienes, como él, han vivido a solas mucho tiempo llevando una existencia de topo, no pueden permanecer en silencio.

Friedrich Nietzsche - Aurora


Auroras




...Yo también tengo auroras a mi alrededor y no pintadas. Hay algo que ya no creía posible: encontrar una amiga para mi felicidad y sufrimiento máximos. Pero ahora me parece posible: una perspectiva dorada en el horizonte de toda mi vida futura. Me emociono solo de pensar en el alma osada y plena de mi querida Lou.

F.N.

Carta de Friedrich Nietzsche a Lou Salomé. Extraída de un libro que acabo de comprarme y creo que voy a disfrutar...


Arder en tu propio fuego




Hay quienes no pueden aflojar sus
propias cadenas y sin embargo pueden
liberar a sus amigos.

Debes estar preparado para arder en tu
propio fuego: ¿cómo podrías renacer sin
haberte convertido en cenizas?

Friedrich Nietzsche - Así habló Zaratustra




sábado, 18 de octubre de 2014

Reflexión sobre el amor




"Uno se enamora cuando uno convierte a esa mujer, no en linda, inteligente y graciosa - eso lo es cualquiera- sino en única e irreemplazable para su vida. El erotismo consiste en disfrutar de un fenómeno físico grato. Con el erotismo da lo mismo Juanita o María, si están muy bien las dos. Con el amor no hay ninguna posibilidad de reemplazar a nadie. El amor sucede por razones misteriosísimas, no tienen que ver con el lomo ni la inteligencia que sirvieron para gestar una atracción. El amor es imposible de prever, sólo sucede. Es una sensación física. Se parece a una patada en el corazón dada desde adentro. Hay una enorme sensación de temor a la pérdida de ese ser. Una enorme ansiedad antes de la consumación y después una ansiedad permanente porque el amor es peligro, es como estar parado en una piedra movediza. Por eso no sirve para nada el amor garantizado, cuando eso sucede estamos negando el amor en su esencia. El amor, a diferencia del erotismo, le da un carácter único a esa persona. Uno se enamora de alguien y esa persona es absolutamente irreemplazable, pero para que funcione mejor ese carácter irreemplazable uno mismo va agregando a la persona amada virtudes que ya no tiene del todo. En cierto modo el amor es un engaño concertado, los dos saben que el otro se hace una imagen superior a la realidad, pero admiten y fomentan ese engaño porque es preferible. Es el engaño el que enamora, pero no en el sentido de la traición, sino en el de dotarse uno, y dotar al otro, de virtudes supernumerarias. Una vida sin amor no vale la pena...Una raza de inmortales, a lo mejor no necesitaría del amor. Por empezar no necesitaría del acto de la procreación de manera que es posible que el amor no fuera necesario. Lo que reemplaza a la inmortalidad es el amor, seguro. Uno se enamora de quien tiene poder sobre uno; naturalmente que las armas de ese poder son la belleza, la seducción, la tonicidad espiritual. Cuando uno ve una mujer que te dice "yo te voy a hacer sufrir", uno dice, caramba. Las mujeres que no pueden hacerme sufrir naturalmente no me interesan. El amor tiene un componente de dolor inevitable que, a mi juicio, está relacionado con su componente de goce. El que tiene la piel tan gruesa como para no sufrir, tampoco podrá gozar. El que tiene sensibilidad para gozar también la padecerá a la hora de sufrir."

Alejandro Dolina


viernes, 17 de octubre de 2014

El Barquero




Junto a este río deseo quedarme -pensó Siddharta-. Es el mismo por el que un amable barquero me condujo al camino de los humanos, de los niños. Me dirigiré a su vivienda. Desde su choza me encaminó entonces hacia una nueva vida, que ahora ya está vieja y muerta. ¡Que mi nuevo camino también empiece desde allí.

Observaba la corriente con cariño, su verde transparencia, sus ondas cristalinas, con dibujos llenos de misterio. Contempló las perlas claras que subían desde el fondo, las burbujas que flotaban en la superficie, el espejo del azul del cielo. El río también le miraba con sus mil ojos, verdes, blancos, ambarinos, celestes. ¡Cuánto amaba aquella corriente! ¡Cuántas cosas le agradecía! Desde el interior de su corazón escuchaba la voz que despertaba de nuevo y le decía:

¡Ama a este río! ¡Quédate con él! ¡Aprende de él!

¡Oh, sí! Siddharta quería aprender del río, deseaba escucharlo. Le parecía que el que comprendiera a esta corriente y sus secretos, también entendería muchas otras cosas, muchos secretos, todos los misterios.

Hoy únicamente podía conocer un secreto del río: el que se apoderó de su alma. Se daba cuenta de que el agua corría y corría, siempre se deslizaba y, sin embargo, siempre se encontraba allí, en todo momento. ¡Y no obstante, siempre era agua nueva! ¿Quién podía comprenderlo? Siddharta, no; tan sólo tenía una vislumbre, escuchaba un recuerdo lejano, unas voces divinas.

Siddharta se levantó. El rugido del hambre en el estómago se hacía insoportable. Mientras sufría, continuó su camino a lo largo de la ribera, contra la corriente, escuchando el rumor y los alaridos de su estómago.

Cuando llegó a la lancha de cruce, la halló dispuesta para la salida.

A su lado estaba el mismo barquero que había conducido al joven samana. Siddharta le reconoció al momento; también el barquero había envejecido mucho.

¿Quieres pasarme? -preguntó.

El barquero se sorprendió al ver a un hombre tan distinguido viajar solo y a pie. Le acogió en su barca y abandonó la orilla.

Has elegido una vida muy bella -declaró el viajero-. Debe de ser muy hermoso vivir junto a estas aguas y deslizarse por su superficie.

El remero se balanceó sonriente y repuso:

Es hermoso, señor, como tú dices, ¿pero acaso no es bella la vida toda y todos los trabajos?

Quizá. Pero yo envidio el tuyo.

¡Oh! Pronto te cansarías. Esto no es para gentes elegantes.

Siddharta sonrió.

Ya me miraste una vez por mis ropajes y además, con desconfianza. ¿No te gustaría aceptarlos, barquero, puesto que a mí me molestan? Debes saber que no tengo con qué pagarte.

El señor bromea -dijo el barquero, festivo.

No bromeo, amigo. Mira, ya una vez crucé en tu barca por el río, gracias a tu bondad. Hazlo también hoy y acepta mis vestidos como pago.

¿Y el señor piensa seguir su viaje sin vestidos?

Lo que me gustaría es no proseguir el viaje. Lo que más me apetecería, barquero, es que me dieras un delantal, y así podría quedarme como ayudante tuyo, o mejor, como tu aprendiz, pues primero debo aprender a llevar la barca.

Durante largo tiempo el barquero observó al forastero, como si buscara algo.

Ahora te reconozco -manifestó por fin-. En otra ocasión dormiste en mi choza, hace mucho tiempo, quizá más de veinte años. Yo te llevé al otro lado del río y nos despedimos como buenos amigos. ¿No fuiste un samana? De tu nombre no me acuerdo.

Me llamo Siddharta, y era un samana cuando me viste por última vez.

Bien venido seas, Siddharta. Yo me llamo Vasudeva. Espero que también hoy seas mi invitado, que duermas en mi choza y me cuentes de dónde vienes y por qué te molestan tus elegantes ropas.

Habían alcanzado el centro del río y Vasudeva tuvo que remar con más fuerza para ir contra la corriente. Su trabajo era tranquilo, y él bogaba con su mirada fija en la proa de la barca, con sus brazos curtidos.

Siddharta se hallaba sentado y le observaba; recordó entonces que ya en aquel su último día de samana, habíase despertado en su corazón el amor hacia aquel hombre. Agradecido aceptó la invitación de Vasudeva. Cuando llegaron a la orilla le ayudó a atar la barca en los postes; después el barquero le invitó a entrar en la cabaña y le ofreció pan y agua. Siddharta lo comió con gusto, como también los frutos del mango, que le ofreció el barquero.

Ya cerca del atardecer se sentaron los dos en un tronco de la orilla y Siddharta contó al barquero su origen y su vida, tal y como la había visto hoy en aquella hora de desesperación. El relato duró hasta altas horas de la noche.

Vasudeva escuchó con suma atención. Lo comprendió todo, el origen, la niñez, todo el aprendizaje, la búsqueda, la alegría y la miseria. Entre las muchas virtudes del barquero, destacaba la de saber escuchar como pocas personas. Sin decir palabras, Siddharta notó que Vasudeva asimilaba todas sus explicaciones, sosegado, abierto, esperando sin perder una sola palabra, sin impaciencias, sin críticas ni elogios: únicamente escuchaba.

Siddharta sintió la felicidad de confesarse a tal oyente, de hundir en su corazón su propia vida, la propia búsqueda, el propio sufrimiento.

Al finalizar el relato, sin embargo, cuando habló del árbol junto al río y de su profundo desfallecimiento, del sagrado Om y de cómo después del sueño se había sentido mucho mejor, el barquero escuchó con doble atención, totalmente entregado, con los ojos cerrados.

No obstante, Siddharta enmudeció, transcurrió un largo silencio hasta que Vasudeva empezó a decir:

Es lo que yo me imaginaba. El río te ha hablado. También es amigo tuyo, también él te habla. Esa es una buena señal, muy buena. Quédate conmigo, Siddharta, amigo. Tenía una esposa, su cama está junto a la mía; pero ha muerto ya hace mucho tiempo, y vivo solo. Convive conmigo: hay sitio y comida para ambos.

Te lo agradezco -declaró Siddharta-. Te lo agradezco y acepto. Y también te doy las gracias por haberme escuchado tan bien. Hay pocas personas que sepan escuchar, y no encontré a nadie que lo hiciera como tú. También quiero aprender esto de ti.

Lo aprenderás -contestó Vasudeva-, pero no de mí. Yo lo aprendí del río, a ti también te lo enseñará. El río lo sabe todo y todo se puede aprender de él. Mira, ya te has enterado por el agua de que es necesario dirigirse hacia abajo, descender, buscar la profundidad. El rico y distinguido Siddharta se convierte en remero; el sabio brahmán Siddharta se convierte en barquero; también eso te lo ha enseñado el río. Progresarás asimismo con el resto.

Después de una larga pausa, preguntó Siddharta:

¿Qué resto, Vasudeva?

Se ha hecho tarde -contestó-. Vayamos a dormir. No te puedo decir yo el resto, amigo. Ya lo sabrás, quizá ya los has estudiado. Mira, yo no soy un sabio, y no sé hablar y tampoco pensar. Sólo sé escuchar y ser piadoso: no he aprendido otra cosa. Si lo supiera decir y enseñar, quizá fuera un sabio; así, sin embargo, sólo soy un barquero y mi deber es cruzar a la gente por este río. He cruzado a muchos, a miles, y para todos ellos mi río sólo ha sido un obstáculo en sus itinerarios. Viajaban por dinero y negocios, iban a bodas y romerías; el río se interponía en su camino y el barquero estaba allí para pasarlos rápidamente sobre ese obstáculo. Pero para algunos entre miles, para muy pocos, el río dejaba de ser un obstáculo; ellos han oído su voz, la han escuchado, y el río se ha convertido para ellos en algo sagrado, igual que para mí. Y ahora vámonos a descansar, Siddharta.

Siddharta se quedó con el barquero y aprendió a manejar la barca; y si no tenía trabajo con la barca, ayudaba a Vasudeva en el campo de arroz, recogía la madera, cosechaba los frutos del bananero. Aprendió a construir un remo, y a reparar la embarcación, y a trenzar cestos. Estaba alegre por todo lo que aprendía y los días y los meses pasaban con rapidez.

Pero, más de lo que podía enseñarle Vasudeva, le instruía el río. De él aprendía continuamente. Sobre todo le enseñó a escuchar, a atender con el corazón tranquilo, con el alma serena y abierta, sin pasión, sin deseo, sin juicio ni opinión.

Le gustaba vivir al lado de Vasudeva, y a veces cambiaba unas palabras, pocas, pero bien pensadas. Vasudeva no era amigo de palabras: pocas veces lograba hacerle hablar.

¿También has aprendido tú -le preguntó una vez-, has aprendido del río el secreto de que no existe el tiempo?

El rostro de Vasudeva se iluminó con una radiante sonrisa.

Sí, Siddharta -contestó-. ¿Quieres decir esto: que el río está en todas partes a la vez? ¿En su fuente y en la desembocadura, en la cascada, en la balsa, en la catarata, en el mar, en la montaña, en todas partes a la vez? ¿Y que para él sólo existe el presente y desconoce la sombra del futuro?

Eso es -repuso Siddharta-. Y cuando lo conocí, descubrí mi vida, que también era un niño, y el niño Siddharta, el hombre Siddharta, el viejo Siddharta sólo estaban separados por sombras, por nada real. Y tampoco los nacimientos anteriores de Siddharta eran pasado, ni su muerte y su renacimiento al Brahma han sido futuro. Nada fue, ni será; todo es, todo tiene esencia y presente.

Siddharta hablaba encantado: la inspiración le había producido una profunda felicidad. Mas, ¿no era tiempo todo el sufrimiento? ¿No era todo él temor y tortura, el tiempo? ¿No se superaba y alejaba todo lo difícil y hostil en el mundo, si se superaba el tiempo, si se lo anulaba? Había hablado gozoso. Pero Vasudeva le sonrió con el rostro iluminado e hizo un gesto de afirmación. En silencio pasó su mano por el hombro de Siddharta y regresó a su trabajo.

Y otra vez, cuando en la estación de las lluvias el río crecía y el rugido aumentaba poderoso, manifestó Siddharta:

¿Verdad, amigo, que el río tiene muchas, muchísimas, voces? ¿No posee la voz de un rey y de un guerrero, la de un toro y la de un pájaro nocturno, la de una pantera y la de un hombre que suspira, y otras voces más?

Así es -declaró Vasudeva-. Todas las voces de la creación están en el río.

Y puedes descifrar lo que dicen -continuó Siddharta- cuando oyes sus diez mil tonos a la vez?

El rostro de Vasudeva sonreía feliz, se inclinó hacia Siddharta y le dijo al oído lo que el sagrado Om le había comunicado: lo mismo que antes había dicho a Siddharta.

La sonrisa de Siddharta se parecía cada vez más a la del barquero; era casi igual de brillante, expresaba casi la misma felicidad, brillaba igual en sus mil pequeñas arrugas; era equivalente en inocencia y en madurez.

Muchos de los viajeros, al ver a los dos barqueros, los tenían por hermanos. A menudo se sentaban por la noche en el tronco, junto a la orilla; en silencio escuchaban el susurro del agua, que para ellos ya no era la corriente, sino la voz de la vida, de la existencia, de lo que siempre será. Y a veces ocurría que al escuchar ambos al río, pensaban en las mismas cosas, en una conversación de anteayer, en un viajero cuya cara y destino les interesaba, en la muerte, en su niñez; y los dos, en el mismo instante que habían escuchado del río algo bueno, se miraban mutuamente, pensando ambos exactamente igual, se sentían felices ante la misma contestación por idéntica pregunta.

Algunos de los viajeros percibían que de la barca y de los barqueros emanaba algo especial. A veces ocurría que un viajero, después de haber observado la cara de los barqueros, empezaba a narrar su vida, sus pesares, confesaba sus pecados y terminaba pidiendo consuelo y consejo. En otras ocasiones, les pedían permiso para quedarse una noche con ellos y así poder escuchar la voz del río. También sucedía que llegaban curiosos a los que les habían contado que en ese lugar vivían dos sabios, o magos, o santos. Los curiosos preguntaban entonces, pero no recibían ninguna contestación; y tampoco encontraban que fueran magos ni sabios, y sólo hallaban a dos ancianos amables, que parecían mudos, extraños y seniles. Los curiosos se reían y comentaban entre sí la buena fe y la necedad de la plebe, que propagaba rumores sin fundamento.

Los años pasaban y nadie se entretenía en contarlos. Un día llegaron unos monjes, discípulos de Gotama, del buda, y pidieron que les cruzaran a la otra orilla del río; los barqueros se enteraron por ellos que les había llegado la noticia de que el majestuoso estaba enfermo de gravedad y pronto moriría su última muerte humana, para entrar en la redención.

No pasó mucho tiempo, y llegó un nuevo grupo de monjes hasta la barca, y otro, y monjes y viajeros no hablaban de otra cosa sino de Gotama y su próxima muerte. De todas partes llegaba la gente atraída como por arte de magia, para presenciar la muerte del gran buda, como si se tratara de ir a una campaña o a la coronación de un rey; todos dirigían sus pasos hacia el lugar en donde debería suceder algo prodigioso, donde el más perfecto de ese tiempo debía entrar en la gloria.

Durante esos días, Siddharta pensaba frecuentemente en el moribundo, en el gran profesor cuya voz había avisado a los pueblos, había despertado a millares de gentes; en ese tono que también escuchó Siddharta, igual que contempló su sagrado rostro. Pensaba en él como en un viejo amigo, veía el camino de perfección ante sus ojos, y sonriendo recordaba las palabras que de joven había dirigido al majestuoso. Ahora le parecían términos orgullosos e impertinentes: los recordaba sonriente. Hacía ya mucho que no se sentía separado de Gotama, cuya doctrina no había querido aceptar. No, el que realmente quiere encontrar, y por ello busca, no puede aceptar ninguna doctrina. Pero el que ha encontrado, ya puede aceptar cualquier doctrina, cualquier camino u objetivo; a éste ya no le separa nada de los miles restantes que viven en lo eterno, que respiran lo divino.

Uno de esos días, cuando tantos peregrinaban hacia el buda moribundo, también lo hizo Kamala, que en otros tiempos fue la más bella cortesana. Hacía ya tiempo que se había retirado de su vida anterior; había regalado su jardín a los monjes de Gotania, se había refugiado en su doctrina y pertenecía al número de las amigas y bienhechoras de los peregrinos. Junto con el pequeño Siddharta, su hijo, se había puesto en camino al recibir la noticia de la próxima muerte de Gotama. Iba a pie y vestida con sencillez. Con su chiquillo andaba por la orilla del río; pero el niño se cansó pronto, quería regresar, descansar, comer. Estaba impaciente y lloriqueaba. Kamala tuvo que detenerse varias veces, el pequeño se hallaba acostumbrado a imponer su voluntad, y Kamala debía darle comida y consuelo. El niño no comprendía por qué tenía que hacer aquella penosa y triste peregrinación con su madre, hacia un lugar desconocido, hacia un hombre extraño, pero que era un santo y se estaba muriendo. ¿Qué le importaba al chiquillo que se muriera?

Los peregrinos no se hallaban lejos de la barca de Vasudeva cuando el pequeño Siddharta obligó a descansar otra vez a su madre. También Kamala se encontraba fatigada, y mientras el muchacho se comía un plátano, sentóse ella en el suelo, cerró un poco los ojos y se dispuso a descansar.

Pero de improviso, Kamala lanzó un grito de dolor; el muchacho la miró asustado y vio cómo las mejillas de su madre estaban pálidas de horror. Debajo de su vestido asomó una pequeña serpiente negra, que acababa de morder a Kamala.

Los dos juntos echaron a correr en busca de otros seres humanos, y pronto llegaron cerca de la barca. Allí se desplomó Kamala, pues no pudo continuar en pie. El niño abrazó y besó a su madre mientras no cesaba de gritar; también Kamala pidió socorro hasta que sus gritos llegaron a oídos de Vasudeva, que se encontraba junto a la barca. Se les acercó rápidamente, cogió a la mujer entre sus brazos y la llevó a la barca, mientras el pequeño corría a su lado. Pronto llegaron a la choza donde se encontraba Siddharta encendiendo el fuego de la cocina.

Levantó la vista y lo primero que vio fue al niño, que le recordaba de una manera extraña cosas pasadas. Seguidamente contempló a Kamala, a la que reconoció inmediatamente, a pesar de encontrarse desmayada en brazos del barquero. Ahora comprendió también que el rostro del pequeño le llamó la atención porque era su propio hijo, y el corazón le saltó dentro del pecho.

Lavaron la herida de Kamala, pero ya estaba negra, el vientre de la mujer se había hinchado. Le dieron a beber una tisana. Poco a poco Kamala volvió en sí; yacía en el lecho de Siddharta, en la choza. Inclinado a su lado se encontraba Siddharta, el que en otros tiempos la había amado tanto.

Le parecía un sueño. Sonriente miró el rostro de su amigo; únicamente percatóse de su situación poco después. Recordó la mordedura ... y llamó temerosa al pequeño.

No te preocupes, está aquí -declaró Siddharta.

Kamala le miró a los ojos. Empezó a hablar con lengua pesada, debido a la paralización del veneno.

Te has vuelto viejo, querido -dijo-. Tus cabellos ya son grises. Pero aún pareces el joven samana que se acercó a mi jardín sin vestido y con los pies polvorientos. Te asemejas más a él ahora que cuando nos abandonaste a Kamaswami y a mí. Sobre todo en los ojos, Siddharta. Sí, yo también me he vuelto vieja ... ¿Me has reconocido?

Siddharta sonrío.

Al momento, Kamala querida.

Kamala señaló a su hijo y continuó:

¿Y a él? Es tu hijo.

Siddharta desvió la mirada y cerró los ojos.

El pequeño echóse a llorar. Siddharta lo sentó en sus rodillas y le dejó que llorase. Acarició sus cabellos y al contemplar el rostro infantil, se acordó de una oración de los brahmanes que había aprendido siendo niño. Empezó a pronunciarla lentamente, como un cántico; el pasado y la niñez le dictaban los versos. Y con ese canto monótono el niño se tranquilizó. De vez en cuando todavía lloriqueaba, pero por fin se durmió.

Siddharta lo depositó en la cama de Vasudeva. El barquero se hallaba en la cocina y preparaba un poco de arroz. Siddharta le miró y Vasudeva contestó con una leve sonrisa.

Morirá -balbuceó Siddharta, en voz baja.

Vasudeva afirmó con la cabeza. Su amable rostro se hallaba iluminado por el fuego de la cocina.

Kamala volvió en sí otra vez. El dolor le contraía el semblante, los ojos de Siddharta notaban el sufrimiento en su boca y en sus pálidas mejillas. Lo leía en silencio, con atención, esperando, entregado al sufrimiento. Kamala se percató y buscó su mirada.

Luego manifestó:

Ahora me doy cuenta de que tus ojos también han cambiado. ¿En qué conozco que tú eres Siddharta? Lo eres y no lo eres.

Siddharta no habló. En silencio fijó sus ojos en los de Kamala.

¿Lo has conseguido? -preguntó Kamala-. ¿Has encontrado la paz?

Siddharta sonrió y colocó su mano sobre la de Kamala.

Ya me doy cuenta -continuó Kamala-. Ya lo veo. Yo también encontraré la paz.

La has hallado -repuso Siddharta, en un susurro.

Kamala continuaba con la mirada fija en los ojos de Siddharta. Pensó que había querido peregrinar hacia Gotama para ver el rostro de una persona perfecta, para respirar la paz, y en vez de Gotama se había encontrado con Siddharta. Pero todo había salido bien, como si hubiera visto al perfecto e iluminado. Quiso decírselo a Siddharta, pero la lengua ya no le obedecía.

Continuó Siddharta mirándola en silencio, y notó cómo la vida se apagaba en sus ojos. Cuando el último dolor estremeció sus ojos y los veló al contraerse sus miembros por última vez, Siddharta le cerró los párpados con los dedos.

Durante mucho tiempo permaneció sentado mirando la cara de Kamala. Contempló su boca, cansada y vieja, con sus labios delgados, y se acordó de que en la primavera de su vida la había comparado con un higo recién abierto. Durante mucho tiempo leyó en el rostro pálido las arrugas del cansancio, se llenó de esa imagen y vio entonces su propia cara, igual de blanca y de marchita; a la vez pudo observar los dos rostros jóvenes, de labios rojos, de ojos ardientes ..., y la sensación de presente y simultaneidad le llenó totalmente, con un sentimiento de eternidad.

En ese momento sentía más profundamente que nunca el carácter indestructible de toda la vida, de la eternidad de cada instante.

Cuando se levantó, Vasudeva había preparado un poco de arroz. Pero Siddharta no comió. Prepararon un lecho en el establo, donde se hallaba la cabra, y Vasudeva se marchó a dormir. Siddharta, en cambio, salió y pasó toda la noche delante de la cabaña, escuchando al río que bañaba el pasado, rodeado a la vez de todos los tiempos de su vida. De vez en cuando, se acercaba a la puerta de la cabaña para saber si dormía el niño.

Muy pronto, de madrugada, aun antes de salir el sol, salió Vasudeva de la cuadra y se acercó a su amigo.

No has dormido -le dijo.

No, Vasudeva. He permanecido aquí y he escuchado la voz del río. Me ha dicho muchas cosas, me ha llenado profundamente con la idea de la unidad.

Has sufrido, Siddharta, pero veo que la tristeza no ha entrado en tu corazón.

No, amigo. ¿Cómo podría estar triste? Yo, que he sido rico y feliz, ahora lo soy todavía más. Me han regalado a mi hijo.

Bien venido sea tu hijo. Pero ahora, Siddharta, empecemos a trabajar, pues hay mucho por hacer. Kamala ha muerto en el lecho en que murió mi esposa. También haremos fuego en la misma colina en que encendí la hoguera para mi mujer.

Y mientras el niño seguía dormido, levantaron la pira.

Siddharta - Hermann Hesse


Tien Tse Fang




Tien Tse Fang se hallaba al servicio del marqués Wen, de Wei y a menudo consultaba a Chi Kung.
El marqués Wen dijo:
-Y este Chi Kung, ¿es tu maestro?
-No -dijo Tse Fang-, pero somos de la misma región. Al comentar el Tao con él he hallado que acierta con frecuencia, y por eso le consulto.
-Entonces , ¿no tienes ningún maestro? -dijo el marqués Wen.
Tse Fang replicó:
-Sí lo tengo
-Y, ¿quién es tu maestro?
-El maestro Shun, De la Muralla Oriental -respondió Tse Fang
-Entonces, porqué no has elogiado nunca a este gran maestro?
-En realidad es un hombre que encarna la Verdad -dijo Tse Fang-.Tiene la apariencia de hombre, pero la dimensión del Cielo. Está vacío y su ser es la Verdad; es puro y lo tiene todo. Saluda de manera apropiada a los que no tienen el Tao y se iluminan, pues sus vanidades quedan disueltas. ¿Cómo podría yo presentar sus pensamientos?...


Extracto de El Libro de Chuang Tse, versión de Martin Palmer y Elizabeth Breuilly


Esta historia me trae a la memoria a Vasudeva, el barquero, del Siddharta de Hermann Hesse,..


jueves, 16 de octubre de 2014

Lo que tiene que quedar




Las cartas no son más que un trozo de papel. Aunque se quemen, en el corazón siempre queda lo que tiene que quedar; por más que las guardes, lo que no tiene que quedar desaparece.


Haruki Murakami.


miércoles, 15 de octubre de 2014

Son las huellas, no los zapatos




Se cuenta que la primera vez que Confucio se acercó a Lao-Tsé, le dijo:

-He leído a los Seis Clásicos y me considero un experto en la materia. Sin embargo, ¡ninguno de los 72 dirigentes a los que doy consejo han puesto nunca en práctica mis ideas! ¿Qué es lo que hago mal?

A lo que Lao-Tse respondió:

-Tal vez hayas leído los Seis Clásicos, pero no debes olvidar que sólo son las huellas, no los zapatos.


Del libro 365 Tao


Tiempo al tiempo




"El corazón es un músculo pausado. Es diferente de todos los demás músculos. ¿Cuántas flexiones puedes hacer antes de que los músculos de tus brazos y abdomen estén tan cansados que tengas que detenerte? Pero el músculo del corazón seguirá trabajando mientras vivas. No se cansa porque cada latido incorpora una fase de descanso. Nuestro corazón físico trabaja pausadamente.

Y cuando hablamos del corazón en un sentido más amplio, la idea de un ocio vivificante siempre está presente. No debemos olvidar que situar el ocio y el descanso en el centro de nuestra vida es lo que nos permitirá mantenernos jóvenes. 

A la vista de esto, el ocio no es un privilegio sino una virtud. No es el privilegio de unos pocos que pueden permitirse tener tiempo, sino la virtud de todos los que están dispuestos a conceder tiempo a lo que lleva tiempo: dar a cada tarea el tiempo que necesita."


Hermano David Steindl-Rast, en "Gratefulness, the Heart of Prayer" ("La gratitud, el corazón de la plegaria")

http://www.sophiaonline.com.ar


Certezas




“En algún momento de la vida, vas a perder a alguien con cuya ausencia no podés vivir, y tu corazón se va a romper en mil pedazos. Y la mala noticia es que nunca vas a recuperarte completamente de la pérdida de ese amado. Pero esta es, también, la buena noticia. Vivirá para siempre en tu corazón roto que no se repara. Y uno sobrevive. Es como tener una pierna rota que nunca se recupera del todo, y siempre duele un poco cuando la temperatura baja. Pero uno aprende a bailar con la cojera."


Anne Lamott

Estados Unidos (1954)



Esta mañana




"Esta mañana, al amanecer, comprendo que este nuevo día no se parece a ningún otro, que esta mañana es única. Muchas veces pensamos que podemos guardarnos algunas mañanas para más tarde. Pero esto es imposible. Cada mañana es especial, única. Mi amigo, ¿cómo ves esta mañana? ¿Está aquí por primera vez en nuestras vidas? ¿Es la repetición de otras mañanas?

Mi amigo, cuando no estamos presentes, las mañanas se repiten. Si estamos presentes ante la vida, cada mañana es un lugar nuevo, un tiempo nuevo. El sol se posa sobre diferentes vistas en distintos momentos. Tu conciencia despierta es como la luna que se baña en el corazón de miles de ríos: el río fluye, el agua canta, la luna viaja por la inmensa cúpula del cielo azul. Mira ese cielo azul, sonríe, y permite que tu conciencia emerja como la luz del sol que acaricia las ramas y las hojas en el alba."



Thich Nhat Hanh, en "Llamame por mis verdaderos nombres".

http://www.sophiaonline.com.ar


El que esté más cerca




“Detrás de cada ser humano que pide ayuda, puede que haya un millón o más en las mismas condiciones. ¿Cómo determinar cuál del millón de sonidos que te rodean merece más atención que los otros? No te demores con estas especulaciones. Nunca lo sabrás, nunca necesitarás saberlo. Estira tu brazo, y toma a aquel que esté más cerca.”


Norman Cousins (1915-1990)

Extraído de: http://www.sophiaonline.com.ar

Y si podés no aparecer, mejor todavía. 
Que el que recibe la ayuda no pueda identificar la mano del que da es mejor para ambos.

martes, 14 de octubre de 2014

Aprendizaje




-El único aprendizaje digno de ese nombre es el que yo consiga por mi cuenta. Si en el mundo hubiera alguien, que no lo hay, capaz de enseñarme más que mi avión, y que el cielo, acerca de lo que deseo saber, correría ahora mismo a buscarle...

Richard Bach - Ilusiones


domingo, 12 de octubre de 2014

Balada de la primera novia




El poeta Jorge Allen tuvo su primera novia a la edad de doce años.
Guarden las personas mayores sus sonrisas condescendientes. Porque en la vida de un hombre hay pocas cosas más serias que su amor inaugural.

Por cierto, los mercaderes, los Refutadores de Leyendas y los aplicadores de inyecciones parecen opinar en forma diferente y resaltan en sus discursos la importancia del automóvil, la higiene, las tarjetas de crédito y las comunicaciones instantáneas. El pensamiento de estas gentes no debe preocuparnos. Después de todo han venido al mundo con propósitos tan diferentes de los nuestros, que casi es imposible que nos molesten.

Ocupémonos de la novia de Allen. Su nombre se ha perdido para nosotros, no lejos de Patricia o Pamela. Fue tal vez morocha y linda. 

El poeta niño la quiso con gravedad y temor. No tenia entonces el cínico aplomo que da el demasiado trato con las mujeres. Tampoco tenia - ni tuvo nunca- la audacia guaranga de los papanatas.

Las manifestaciones visibles de aquel romance fueron modestas. Allen creía recordar una mano tierna sobre su mentón, una blanca vecindad frente a un libro de lectura y una frase, tan solo una: "Me gustas vos." En algún recreo perdió su amor y más tarde su rastro.

Después de una triste fiestita de fin de curso, ya no volvió a verla ni a tener noticias de ella. Sin embargo siguió queriéndola a lo largo de sus años. Jorge Allen se hizo hombre y vivió formidables gestas amorosas. Pero jamas dejo de llorar por la morocha ausente. La noche en que cumplía treinta y tres años, el poeta supo que había llegado el momento de ir a buscarla.

Aquí conviene decir que la aventura de la Primera Novia es un mito que aparece en muchísimos relatos del barrio de Flores. Los racionalistas y los psicólogos tejen previsibles metáforas y alegorías resobadas. De ellas surge un estado de incredulidad que no es el más recomendable para emocionarse por un amor perdido.

A falta de mejor ocurrencia, Allen merodeo la antigua casa de la muchacha, en un barrio donde nadie la recordaba. Después consulto la guía telefónica y los padrones electorales. Miro fijamente a las mujeres de su edad y también a las niñas de doce años. Pero no sucedió nada.

Entonces pidió socorro a sus amigos, los Hombres Sensibles de Flores.
Por suerte, estos espíritus tan proclives al macaneo metafísico tenían una noción sonante y contante de la ayuda.

Jamás alcanzaron a comprender a quienes sostienen que escuchar las ajenas lamentaciones es ya un servicio abnegado. Nada de apoyos morales ni palabras de aliento. Llegado el caso, los muchachos del Ángel Gris actuaban directamente sobre la circunstancia
adversa: convencían a mujeres tercas, amenazaban a los tramposos, revocaban injusticias, luchaban contra el mal, detenían el tiempo, abolían la muerte.

Así, ahorrándose inútiles consejos, con el mayor entusiasmo buscaron junto al poeta a la Primera Novia. El caso no era fácil. Allen no poseía ningún dato prometedor. Y para colmo anuncio un hecho inquietante:

- Ella fue mi primera novia, pero no estoy seguro de haber sido su primer novio.

- Esto complica las cosas- dijo Manuel Mandeb, el polígrafo-. Las mujeres recuerdan al primer novio, pero difícilmente al tercero o al quinto.

El músico Ives Castagnino declaró que para una mujer de verdad, todos los novios son el primero, especialmente cuando tienen carácter fuerte. Resueltas las objeciones leguleyas, los amigos resolvieron visitar a Celia, la vieja bruja de la calle Gavilán. En realidad, Allen debió ser llevado a la
rastra, pues era hombre temeroso de los hechizos.

- Usted tiene una gran pena- grito la adivina apenas lo vio.

- Ya lo sé señora... dígame algo que yo no sepa....

- Tendrá grandes dificultades en el futuro....

- También lo sé....

- Le espera una gran desgracia....

- Como a todos, señora....

- Tal vez viaje....

- O tal vez no....

- Una mujer lo espera....

- Ahí me va gustando... Dónde está esa mujer?

- Lejos, muy lejos... En el patio de un colegio. Un patio de baldosas grises.

- Siga... con eso no me alcanza.

- Veo un hombre que canta lo que otros le mandan 

- Veo un hombre que canta lo que otros le mandan cantar. Ese hombre sabe algo....Veo también una casa humilde con pilares rosados.

- Que más?

- Nada más... Cuanto más yo le diga, menos podrá usted encontrarla. Váyase. Pero antes pague. 

Los meses que siguieron fueron infructuosos. Algunas mujeres de la barriada se enteraron de la búsqueda y fingieron ser la Primera Novia para seducir al poeta. En ocasiones Mandeb, Castagnino y el ruso Salzman simularon ser Allen para abusar de las novias falsas.

Los viejos compañeros del colegio no tardaron en presentarse a reclamar evocaciones. Uno de ellos hizo una revelación brutal.

- La chica se llamaba Gómez. Fue mi Primera Novia

- Mentira! - grito Allen.

- Por que no? Pudo haber sido la Primera Novia de muchos.

Entre todos lo echaron a patadas.

Una tarde se presento una rubia estupenda de ojos enormes y esforzados breteles. Resulto ser el segundo amor del poeta. Algunas semanas después apareció la sexta novia y luego la cuarta. Se supo entonces que Jorge Allen solía ocultar su pasado amoroso a todas las mujeres, de modo que cada una de ellas creía iniciar la serie.

A fines de ese año, Manuel Mandeb concibió con astucia la idea de organizar una fiesta de ex-alumnos de la escuela del poeta.

Hablaron con las autoridades, cursaron invitaciones, publicaron gacetillas en las revistas y en los diarios, pegaron carteles y compraron masas y canapés.
La reunión no estuvo mal. Hubo discursos, lagrimas, brindis y algún reencuentro emocionante. Pero la chica de apellido Gómez no concurrió.

Sin embargo, los Hombres Sensibles -que estaban allí en calidad de colados- no perdieron el tiempo y trataron de obtener datos entre los presentes.

El poeta converso con Inés, compañera de banco de la morocha ausente.

- Gómez, claro -dijo la chica-. Estaba loca por Ferrari.

Allen no pudo soportarlo.- Estaba loca por mi.

- No, no... Bueno, eran cosas de chicos.

Cosas de chicos. Nada menos. Amores sin calculo, rencores sin piedad, traiciones sin remordimiento.

El petiso Cáceres declaro haberla visto una vez en Paso del Rey. Y alguien se la había cruzado en el tren que iba a Moreno.

Nada más.

Los muchachos del Angel Gris fueron olvidando el asunto. Pero Allen no se resignaba. Inútilmente buscó en sus cajones algún papel subrepticio, alguna anotación reveladora. Encontró la foto oficial de sexto grado. Se descubrió a si mismo con una sonrisa de zonzo. La morochita estaba lejos en los arrabales de la imagen, ajena a cualquier drama.

- Ay, si supieras que te he llorado....! Si supieras que me gustaría mostrarte mi hombria... Si supieras que lo que aprendí desde aquel tiempo...

Una noche de verano, el poeta se aburría con Manuel Mandeb en una churrasqueria de Caseros. Un payador mediocre complacía los pedidos de la gente.

- Al de la mesa del fondo le canto sinceramente....

De pronto Allen tuvo una inspiración.

- Ese hombre canta lo que otros le mandan cantar.

- Es el destino de los payadores de churrasqueria.

- Celia, la adivina, dijo que un hombre así conocía a mi novia....

Mandeb copó la banca.

- Acérquese, amigo.

El payador se sentó en la mesa y acepto una cerveza. Después de algunos vagos comentarios artísticos, el polígrafo fue al asunto.- Se me hace que usted conoce a una amiga nuestra. Se apellida Gómez, y creo que vivía por Paso del Rey.

- Yo soy Gómez - dijo el cantor-. Y por esos barrios tengo una prima.

Después pulso la guitarra, se levanto y abandonando la mesa se largo con una décima.

"Acá este amable señor
conoce una prima mía
que según creo vivía
en la calle Tronador.
Vaya mi canto mejor
con toda mi alma de artista
tal vez mi verso resista
pa' saludar a esta gente
y a mi prima, la del puente
sobre el Río Reconquista."

Durante los siguientes días los Hombres Sensibles de Flores recorrieron Paso del Rey en las vecindades del río Reconquista, buscando la calle Tronador y una casa humilde con pilares rosados. 

Una tarde fueron atacados por unos lugareños levantiscos y dos noches después cayeron presos por sospechosos. Para facilitarse la investigación decían vender sabanas. Salzman y Mandeb levantaron docenas de pedidos.

Finalmente, la tarde que Jorge Allen cumplía treinta y cuatro años, el poeta y Mandeb descubrieron la casa.

- Es aquí. Aquí están los pilares rosados

Mandeb era un hombre demasiado agudo como para tener esperanzas.

- No me parece, Vámonos.

Pero Allen toco el timbre. Su amigo permaneció cerca del cordón de la vereda.

- Aquí no es, rajemos.Nuevo timbrazo. Al rato salió una mujer gorda, morochita, vencida, avejentada. Un gesto forastero le habitaba el entrecejo. La boca se le estaba haciendo cruel. Los años son pesados para algunas personas.

- Buenas tardes. - dijo la voz que alguna vez había alegrado un patio de baldosas grises.

Pero no era suficiente. Ya la mujer estaba más cerca del desengaño que de la promesa.

Y allí, a su frente, Jorge Allen, más niño que nunca, mirando por encima del hombro de la Primera Novia, esperaba un milagro que no se producía.

- Busco a una compañera de colegio- dijo-. Soy Allen, sexto grado B, turno mañana. La chica se llamaba Gómez.

La mujer abrio los ojos y una niña de doce años sonrió dentro suyo. Se adelanto un paso y comenzó una risa amistosa con interjecciones evocativas. Rápido como el refucilo, en uno de lo procedimientos más felices de su vida, Mandeb se adelantó.

- Nos han dicho que vive por aquí... Yo soy Manuel Mandeb, mucho gusto.

Y apretó la mando con toda la fuerza de su alma, mientras le clavaba una mirada de suplica, de inteligencia o quizás de amenaza.

Tal vez inspirada por los ángeles que siempre cuidan a los chicos, ella comprendió.

- Encantada- murmuró- Pero lamento no conocer a esa persona. Le habrán informado mal.

- Por un momento pensé que era usted - respiro Allen-. Le ruego que nos disculpe.

- Vamos - sonrió Mandeb-. La señora bien pudo haber sido tu alumna, viejo sinvergüenza....

Los dos amigos se fueron en silencio.

Esa noche Mandeb volvió solo a la casa de los pilares rosados.Ya frente a la mujer morocha le dijo:

- Quiero agradecerle lo que ha hecho....

- Lo siento mucho... No he tenido suerte, estoy avergonzada, míreme....

- No se aflija. El la seguirá buscando eternamente.

Y ella contesto, tal vez llorando:

- Yo también.

- Algún día todos nos encontraremos. Buenas noches, señora.

Las aventuras verdaderamente grandes son aquellas que mejoran el alma de quien las vive. En ese único sentido es indispensable buscar a la Primera Novia. El hombre sabio deberá cuidar -eso si- el detenerse a tiempo, antes de encontrarla.

El camino esta lleno de hondas y entrañables tristezas. Jorge Allen siguió recorriéndolo hasta que el mismo se perdió en los barrios hostiles junto con todos los Hombres Sensibles. 

Alejandro Dolina


Una de animales (todos)







En los años dorados, andaban por Flores los Conservacionistas Preservativos, un grupo que protegía a todos los animales. Pero su piadosa misión no tardó en convertirse en locura. 

Poco a poco, la exaltación del animal dio paso al desprecio por los humanos. De allí surgieron frases que hoy en día andan en boca de muchos modernos Preservativos: 

- Cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro. 

- Yo sé que mi tortuga jamás me va a traicionar. De mis amigos, no puedo decir lo mismo. 

Es cierto que las tortugas no traicionan. Pero su lealtad no es hija de una moral acrisolada, sino de su ingenio modesto que les impide concebir, planear y ejecutar una traición. 

La admiración desmedida por las bestias ha alcanzado en nuestro tiempo una dimensión universal. No puede uno encender el televisor sin encontrarse con un programa sobre la inteligencia de las medusas, la fuerza de los antílopes, la nobleza de las hienas o la belleza de los moluscos. Nuestros chicos saben más de elefantes que de correntinos. Leones y perros son héroes justicieros. Los únicos malandras son los hombres, con la sola excepción de los Conservacionistas Preservativos. 

Escribía Unamuno: “…se dice que el hombre es un animal racional. No sé por qué no se habrá dicho que es un animal afectivo o sentimental. Y acaso lo que de los demás animales lo diferencia sea más el sentimiento que la razón. Más veces he visto a un gato razonar que no reír o llorar. Acaso llore o ría por dentro. Pero por dentro acaso también el cangrejo resuelva ecuaciones de segundo grado”. 


Alejandro Dolina

viernes, 10 de octubre de 2014

Tu Nombre sobre mi Nombre




Mientras el sol se filtra por mi ventana
no sé si aquella luz regresa aquí.
No sabes como extraño mi calma,
no sé si voy a ser feliz así...

Dime mi amor ¿Me perdí?
Dime porque no te vi.
Y espero que te olvides mi nombre.

Mientras el sol se filtra por mi ventana
la lluvia brinda su aire en mi.
No sabes como extraño mi calma,
no sabes si voy a ser feliz así.

Dime mi amor ¿Qué pasó?
No se porque yo no fui.
Y espero que te olvides mi nombre.

Solo espero que las brumas del alba
traigan un nombre a mi vida.
Espero que las llamas del alba
traigan un alma.

Bien sabes como extraño mi alma,
no se si aquella luz se queda.
Sabes como extraño tu alma,
no se si aquella luz se queda en mi.

Espero que las llamas del alba
traigan un rumbo a mi vida.
Espero solo espero tu nombre
sobre mi nombre en este día.

La eternidad busca un paso en ti, amor.
Es que la eternidad solo busca un paso en ti, amor.

Luis Alberto Spinetta


Poema de los dones




Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría de Dios,
que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esa alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.

Jorge Luis Borges - El Hacedor





Los Napoleones del fin de semana

  Hay un brillo inquietante en sus ojos cuando acuden cada sábado a la cita. Llegan uno tras otro, casi furtivamente, con sus cajas y reglam...