sábado, 30 de noviembre de 2013

La Noche de Getsemaní - Capítulo X (final)




X

En Pascal todo ha cambiado radicalmente. En otros momentos temía más que nada a la "razón" con sus sentencias, a la conciencia con sus "implacables" juicios. Ahora, sentencias y juicios ya no existen para él. Podríamos tal vez expresarnos con fuerza aún mayor: Pascal parece que siente cómo todo cuanto está prohibido por la razón y por la conciencia sea precisamente aquello que especialmente necesitamos. pero aquí, quizá, sería menester hacer una reserva para no dar pretexto a interpretaciones falsas. Recordemos que Pascal -al contrario que Descartes y otros filósofos- bajo el nombre de verdad no comprendía lo que cada uno podría ver cuando se la mostraran. Dios -afirma Pascal- quiere que algunos vean, que otros permanezcan ciegos. Y el ser ciegos o videntes no depende de nuestra voluntad: Dios engaña a quien quiere engañar, y no disponemos de ningún medio para obligarlo a revelar la verdad a todos. En consecuencia, la verdad no necesita esconderse a los hombres: vaga entre ellos, sin velo alguno, y quien no debe verla, no la verá: quiere decir que le falta el órgano necesario.
Quizá no esté fuera de lugar aquí cómo la teoría pascaliana del conocimiento no es tan original como puede parecer a primera vista. No es que Pascal la haya tomado de otros, la descubrió él personalmente o, para decir mejor, la encontró precisamente donde nadie va a buscar una teoría del conocimiento: esto es, en las Santas Escrituras. Pero otros filósofos, hasta paganos, habían ya dudado de algo. Platón decía a Diógenes que no tenía el "órgano" necesario para ver las "ideas"; y Plotino sabía que la verdad no era un "juicio obligatorio para todos". Para ver la verdad, enseñaba, hay que "sobrevolar" todas las cosas obligatorias, elevarse "más allá" de la razón y de la conciencia. Todo ello fue dicho por Platón y por Plotino, pero la historia nos ha hecho llegar cosas muy distintas. La historia nos dice: Platón nos enseña que la mayor desdicha consiste en volverse misólogos (o sea hostíl a la razón); y Plotino: arké un lógos kai pánta lógos (el principio es la razón, y todo es razón). La historia ha rechazado el resto como inútil, y las teorías contemporáneas del conocimiento (si bien apoyan casi todas a Platón y tienen en gran cuenta a Plotino) toman como punto de partida el aristotélico: "verdad es aquello que puede enseñarse a todos".
Ahora bien, Pascal afirmaba que no se puede comprender nada de la obra de Dios sin tener claro en la mente que él quiere "cegar" a algunos e "iluminar" a otros. Me parece que Pascal no lo ha dicho todo. Parece que Dios ya "ciega", ya "ilumina" a un único y mismo hombre: en consecuencia, ese hombre ya ve la verdad, ya no la ve. Y muy comunmente sucede que el hombre, al mismo tiempo, vea y no vea. Por esto, en las "últimas" preguntas -así como nos explica Pascal- no hay, no puede haber y no debe haber nada estable, nada cierto: y precisamente por esto él mismo parece formado de contradicciones. Pascal mismo nos hace saber que los pensamientos le acuden a la mente y le huyen según el capricho de ellos. En la serie sistemática de las deducciones sobrias que componen su teoría de la "apuesta" fulguran de pronto las palabras absurdas: "volverse autómatas". En una página glorifica la razón; en otra, brutal y desdeñosamente vuelve a colocarla en el lugar que le corresponde. Y el "Yo" declarado "odiable", y del que dice que "la verdadera y única virtud consiste en odiarlo", este "Yo" se vuelve la cosa más preciosa del mundo, mucho más preciosa que todas las virtudes abandonadas por Pascal a los discípulos de Pelagio y a los habitadores de los establos. La máxima: "El corazón tiene razones que la razón no conoce" se mezcla con todo, provocando las más inesperadas y milagrosas transformaciones. En realidad, volviendo su tesis, con igual derecho podría decirse: "La razón tiene razones que el corazón no conoce" Efectivamente es así. La razón hace oír sus exigencias sin tener en cuenta al corazón, y otro tanto hace el corazón sin tener en cuenta a la razón. El "corazón" -mas, ¿qué es este corazón misterioso?- dice con Job: "Si se colocara mi dolor sobre una balanza, se lo vería más pesado que la arena del mar". La razón contesta: "Si en una balanza se pusiera el dolor, aunque fuera el del universo entero, no podría levantar un solo granito de arena"
He aquí una nueva controversia, y de nuevo no se sabe quién la decidirá. La razón insiste: "El hombre es un débil junco perdido en los espacios infinitos: el menor soplo de viento, una gota de agua pueden matarlo; pero el viento, la gota de agua, el mismo universo inmenso no se dan cuenta de su fuerza, ni de la debilidad del hombre: por tanto, su fuerza es ilusoria e ínfima." ¿Es ésta una argumentación? ¿Se puede discutir y luchar con la evidencia? Naturalmente, la razón se opone: reconoce fuerza demostrativa solamente a esas verdades abstractas a la que no pueden destruir ni la gota de agua ni el universo inmenso. Tal potencia aniquiladora es para la razón una potencia delante de la cual -ateniéndose a sus leyes- todos deben inclinarse devotamente. La razón enseño a Pascal -y, antes aún, a los filósofos griegos- que el "yo es odiable" por no ser eterno, porque conoce la ghénesis y la ftorá, el nacimiento y la muerte; por ella le fue inspirada su ley fundamental: "Hay que tender a lo general". Tal regla ha servido como sonda y como base a toda la filosofía antigua y moderna, y sin ella no son posibles ni la ética ni la teoría del conocimiento. Pero el "corazón" odia lo "general". Delante de cualquier amenaza o promesa de la razón, no quiere tender a lo "general", así como no quiere reconocerle las cualidades de suprema legisladora. Pascal recurre a las "verdades" halladas en la Biblia para derrotar con su ayuda la razón y sus exigencias. Vosotros consideráis evidente que haya un fin para todo lo que tiene principio. Y halláis la muerte un acontecimiento tan "natural" como todos los otros acontecimientos naturales. Pero vuestra "evidencia" no es más que vuestra ceguera. Descartes, en su sabia ingenuidad, ha creído que Dios no quiere y no puede engañar a los hombres: una cosa así le está prohibida por la teoría del conocimiento y por la ética de los paganos. Pero ahora sabemos que hay otra teoría del conocimiento y otra ética; sabemos que Dios puede y quiere engañar a los hombres. Y su mayor engaño -del que fue víctima el mismo divino Platón- consiste en esta persuación: que todo lo que tiene un principio tiene también que tener un fin; y que, en consecuencia, la muerte es el hecho natural entre los hechos naturales. Por cierto, muchas cosas que tienen un principio tienen también un fin; pero no todas. Y en realidad, la muerte ("comprendida" por la razón como necesaria consecuencia de los principios por ella establecidos) es la cosa más incomprensible y menos natural de todo cuanto observamos en el mundo. Aún menos natural, el hecho de que los hombres hayan podido aceptar las verdades de la razón, amar lo "general", las "leyes", y odiar su propio "Yo"; que hayan podido experimentar tal interés por las verdades "abstractas" como para olvidar su propio destino: "La inmortalidad del alma nos preocupa tanto, nos toca tan profundamente, que hay que haber perdido el juicio para no preocuparse por saber que es" Y aún: "Nada es tan importante para el hombre como la eternidad. Y así, en nada es cosa natural hallar hombres indiferentes ante la pérdida de la vida y ante el peligro de una eternidad de miserias. Éstos, delante de todas las otras cosas, se muestran muy diferentes: medrosos aún para las más leves, las preven, las sienten; y aquel que pasa tantos días y tantas noches en la ira y en la desesperación por la pérdida de una dignidad o por alguna ofensa imaginaria a su honor, es el mismo que, tranquilo y sin emoción, sabe que ha de perderlo todo con la muerte. Es monstruoso advertir, en el mismo corazón y al mismo tiempo, tanta sensiblidad por las cosas mínimas, y tanta extraña insensibilidad por las mayores. Tal incomprensible aturdimiento y tal sobrenatural amodorramiento revelan una fuerza omnipotente que los produce.
Veis como cualquier cosa se altera en la mente de Pascal. La ética y la teoría del conocimiento griego, con su aversión por todo lo que es irracional, con su afirmación de que el "yo es odiable", con su tendencia a lo "general", con su creencia en el carácter "natural" de la muerte pierden todo su poder. Donde la "filosofía" encuentra la verdad y advierte la evidencia absoluta, Pascal ve el "aturdimiento" y el "sobrenatural amodorramiento". Y tal vez, ahora, ya no nos atreveremos a repudiar su exorcismo: "Humíllate, razón impotente". ¿Cómo podrá nunca el hombre librarse de los encantos sobrenaturales, si nuestras "verdades eternas" nos procuran solamente "aturdimiento" y "amodorramiento"; si vivimos en un reino hechizado? Despreciamos las supersticiones, estamos convencidos de que los exorcismos son absurdos: he aquí todavía otra de nuestras "verdades eternas". Pero esto podía valer mientras nuestra teoría del conocimiento y nuestra ética se apoyaban en la hipótesis de que Dios debía ser verídico y debía, a igual que los hombres, someterse a una ley superior. Ahora, si Dios quiere que unos sean ciegos y otros videntes, la cosa cambia de aspecto por entero: el exorcismo aparece como el único medio -si bien "sobrenatural"- para romper las evidencias-errores creados por una fuerza otro tanto sobrenatural; y la búsqueda de la verdad no debe ser ya una tranquila y desapasionada investigación. De ahora en adelante hay que confesar que solamente aquellos que "buscan gimiendo" lo hacen útilmente; de ahora en adelante el abismo del que no podía defenderse Pascal y su loco terror frente a este abismo son más deseables que la "estabilidad" y la "seguridad". Solamente el horror que el hombre experimenta cuando siente desaparecer la tierra bajo sus pies, y el de cuando cae en una profundidad sin fin pueden conducirlo a la "loca" resolución de repudiar la "ley" y de sublevarse contra todas las verdades reconocidas. He aquí por qué, en sus Pensamientos, Pascal habla largamente de las terribles condiciones de nuestra existencia terrenal.
La razón repite sus propias verdades: A = A - La parte es más pequeña que el todo - Dos magnitudes iguales a una tercera son iguales entre sí - Lo que tiene un principio tiene que tener un fin - La moral exige que la virtud se satisfaga en sí misma - que el yo humano, hostil por su naturaleza a cualquier ley, sea vuelto a la obediencia - que Dios mismo se someta a la ley…todas cosas que Pascal comprende; son cosas que sabe: vivió en las dos Romas, en la secular y en la espiritual; pasó tanto por la escuela de Epicteto y de Montaigne como por la de Descartes, así como pasaron todos sus tímidos amigos de Port-Royal. Hizo suyas todas las verdades abstractas y eternas, aprendiendo a reducirlas a una única verdad, por los hombres llamada Dios; aprendió que, entre los hombres, no hubo nunca otro Dios, y que el "poder de las llaves" fue confiado por Dios mismo a aquel que, en una sola noche, renegó de Él tres veces.
En el juicio final Pascal aprendió aún otra cosa. En contestación a su ruego: "Haz (oh Señor) que me considere en esta enfermedad como en una especie de muerte, separado del mundo, privado de todo lo que fue objeto de mi apego, solo ante vuestra presencia", Dios le ha enviado aquella "conversión de su corazón" por él esperada. "Solo ante vuestra presencia": de este deseo que Pascal experimenta de ponerse cara a cara con Dios (Plotino: fughé m´nu pros mónon) nació la decisión de llamar a Roma y al mundo a la presencia de Dios. He aquí lo que lo apartó del camino habitual; lo que le dio fuerza y audacia necesarias para hablar imperiosamente a la razón, que no admite ningún amo; lo que le ha enseñado a aplicar a los juicios netos y precisos su mágico: "Disípate", "humíllate, razón impotente". Se puede, y aún se debe, sacrificar todo para hallar a Dios; y lo primero nuestras "verdades eternas y abstractas", con que la filosofía positiva, en consideración a su abstracción -cierta- y su eternidad solamente presupuesta-, sustituye a Dios. Nunca se le podrá perdonar a Descartes, no se le debe perdonar: los hombres, por su culpa, fueron de nuevo cegados, reconducidos hacia aquel maravilloso "aturdimiento" y hacia aquel "amodorramiento" de que nos ha hablado Pascal. ¿Cómo sustraer el mundo al torpor? ¿Cómo arrancar a los hombres del poder de la muerte? ¿Quién inyectará la fuerza activa al exorcismo "Disípate"? ¿Quién nos ayudará a hacer de la "falta de claridad" nuestra "profesión"? ¿Quién nos dará la gran abundancia de renunciar a los bienes de la razón, de "volvernos autómatas"? ¿Quién hará que el dolor de Job venza en peso a la arena del mar?
Pascal contesta: "Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo". Dios mismo ha agregado sus sufrimientos a los de Job, y, hacia el fin del mundo, el dolor divino y humano, victoriosos, superarán el peso de la arena del mar. Durante esta espera -y aquí se halla lo esencial de la filosofía pascaliana, tan distinta de todo lo que habitualmente designamos con este nombre- "no buscamos la seguridad y la estabilidad" en nuestro mundo embrujado; no quedamos tranquilos; no dormimos…Tal mandamiento no es válido para todos, sino solamente para algunos y raros "elegidos" o "mártires". Si también ellos, a su vez, se duermen, como lo hizo ya el gran apóstol durante la noche memorable, el sacrificio de Dios habrá sido inútil, y la muerte triunfará definitivamente y para siempre. 

La Noche de Getsemaní, León Chestov - Editorial Sur, Buenos Aires 1958




Progreso




Mi corazón al desnudo

La creencia en el progreso es una doctrina de perezosos, una doctrina de belgas.
Es el individuo el que cuenta con sus vecinos para hacer su trabajo.
No puede haber progreso (verdadero, es decir, moral) mas que en el individuo y por el individuo mismo.
Pero el mundo está hecho de gentes que no pueden pensar más que en común, en bandas. Así, las sociedades belgas.
También hay gentes que no pueden divertirse más que en grupo. El verdadero héroe se divierte solo.

Charles Baudelaire - Diarios Íntimos


La Noche de Getsemaní - Capítulo IX




IX

La característica más sorprendente de la filosofía de Pascal (filosofía tan poco semejante a eso que, entre los hombres, se ha convenido en considerar como verdad) consiste en el esfuerzo por librarse de la razón. Por cuanto reprimido el control de Port-Royal y por las tradiciones griegas de la teología, y aplicado a dar a sus afirmaciones carácter "obligatorio" -o sea justificarlas delante del tribunal de la razón-, siempre su "último" pensamiento (a través de la cadena de argumentos de que hizo uso, como conviene a un apologista que tome por principio la hipótesis de que la verdad divina -a igual que la humana- se encuentra en la "ley" a la que cada "Yo odiable" debe obedecer de manera absoluta) termina por estallar en una aguda disonancia. Hasta en su famosa Apuesta, en la que se propone demostrar matemáticamente que la razón quiere del hombre la fe; hasta en ese razonamiento arquitecturado tan "científicamente" pronuncia -como si repentinamente olvidara su tema- esa frase que ha escandalizado tanto: "Naturalmente, ello os hará creer y os volverá autómatas". Si su imaginario interlocutor contesta: "precisamente eso temo", Pascal rebate, con la mirada clara y serena, como si en verdad se tratara de algo del todo natural: "¿Por qué? ¿Qué tienes que perder? ¿Qué pierdes si renuncias a la razón? Si estas palabras la hubiera dicho otro y no Pascal, nos encogeríamos de hombros, con una estruendosa carcajada. Evidentemente, tales palabras son de un tonto o de un loco. Pero no en vano tales expresiones pascalianas, como "volverse autómatas", "¿qué tienes que perder?" provocan alarma tal aún entre nuestros contemporáneos, a medias adormecidos y hechizados por los encantos de las teorías modernas del conocimiento. Así como, según nuestro parecer, en estas palabras -como en la caja de Pandora- están todas las absurdidades posibles, también están todos los horrores. Destapad la caja, y a la luz del sol saldrán todos esos non pudet, quia pudendum est, prorsus credibile quia ineptum, certum quia impossibile, y junto con cada "Yo" humano considerado por la razón sumiso y silencioso, los numerosos "Yo" que el mismo Pascal temía y odiaba con tanta fuerza. Con todo ello Pascal apotolma kai leghei, se atrevió y dijo, olvidando todos los terrores y todas las desdichas que nos amenazan, dijo lo que quería decir. Escribamos mas bien que no olvida y que, con cognición de causa, camina hacia el enemigo. La razón puede muy bien intentarlo todo para convencerlo, pero es inútil. Sus alabanzas o sus amenazas no logran el propósito. ¿De dónde proviene ello? ¿Que sea, según la expresión de Platón, una reminiscencia -anámnesis- o bien eso que nosotros desdeñosamente llamamos hoy atavismo? Pascal recuerda la narración bíblica de la caída, y sobre él la razón no tiene poder. Como les sucede a los demás, como poco antes le sucedía a él mismo, ya no tiene miedo de que se le considere un tonto; se burla de la virtud satisfecha de sí misma, y de sus fieles vasallos, los habitantes de los establos. recordemos su retroceso delante de la única verdad abstracta proclamada por el Renacimiento, el odio por Descartes, el desprecio por el Summum bonum de los antiguos filósofos.
Existe solo un medio para evitar todo esto: renunciar a las veritates aeternae, a los frutos del árbol del conocimiento; "volverse autómatas", no creer en nada de cuanto afirma la razón; evitar aquellos puntos que poseen las "luces", porque la luz hace ver la mentira; amar las tinieblas: No se nos reproche la falta de claridad, porque nosotros la profesamos". Pascal, inspirado por la revelación bíblica, crea una "teoría del conocimiento" que por entero quema las naves con nuestras ideas sobre la esencia de la verdad. La primera, fundamental premisa, el axioma del conocimiento, es éste: todo hombre normal puede ver la verdad cuando se le muestra. Pascal, para quien la Biblia es la principal fuente del conocimiento, declara: "si no se toma como principio el que Dios ha querido (Port-Royal, naturalmente, ha salteado este "querido") cegar a unos para iluminar a otros, nada se puede comprender de sus obras". Nadie, creo, en toda la historia de la filosofía se ha atrevido a proclamar "principio" más ofensivo para nuestra razón, y hasta Pascal nunca llegó a tanta temeridad (excepto cuando habla del Summum bonum de los filósofos y de los caballos que realizan, es sus establos, el ideal de la virtud estoica). Repito que la condición fundamental de la posibilidad del conocimiento consiste en esto: la verdad puede ser vista por todo hombre normal. Así la había formulado Descartes: Dios no quiere ser engañador ni puede serlo. Ahora Pascal afirma que Dios puede ser engañador y quiere serlo. A algunos, algunas veces, revela la verdad; pero ciega deliberadamente a la mayor parte de los demás, para que la verdad no les llegue. ¿Quién tiene razón: Pascal o Descartes? He aquí aún la maldita pregunta que ya muchas veces nos ha embarazado: ¿cómo decidir? ¿y quién decidirá dónde se encuentra la verdad? No podemos dirigirnos a la razón, ni siquiera podemos dirigirnos, a igual que Descartes, a la moral: la moral nos dice que engañar a los hombres sería indigno de Dios; ahora Pascal nos dice que el establo es el lugar de la moral. estamos reducidos a la desesperación, y Pascal triunfa. esperaba este momento. Ebrio de gloria puede gritar: "Humíllate razón impotente; calla naturaleza imbécil. Aprended que el hombre excede infinitamente al hombre, y aprended de vuestro señor vuestra real condición, que ignoráis". era lo que necesitaba Pascal Siente que "esta hermosa razón corrompida ha corrompido todo"; siente que en librarse reside la única salvación del hombre. hasta que la razón se convierta en aquello por lo que nos laudabiles vel vituperabiles sumus; hasta que encontremos el Summum bonum en sus alabanzas, y el Summum malum en sus quejas, no saldremos de nuestra situación desesperada.
"La razón tiene un hermoso gritar: no puede dar valor a las cosas". Nuestra razón, con las verdades que le son propias, hace de nuestro mundo el reino encantado de la mentira. Vivimos como tantos hechizados, y lo sentimos. Pero sobre todo tememos el despertar, y los esfuerzos que hacemos para permanecer en nuestro sopor, cegados por Dios o, para decir mejor, por las "verdades" que nuestro antepasado recogió del árbol prohibido, los consideramos como la actividad natural de nuestra alma. Consideramos como amigos nuestros y benefactores a aquellos que nos ayudan a dormir, que nos acunan, que glorifican nuestro sueño; y en aquellos que tratan de despertarnos vemos a nuestros acérrimos enemigos, casi como malechores. No queremos pensar, no queremos estudiarnos a nosotros mismos, para no ver la realidad verdadera. He aquí por qué el hombre acepta cualquier cosa con tal de evitar la soledad. Busca a sus semejantes, a los hombres que sueñan, con la esperanza de que los "sueños en común" (Pascal no teme decir "sueños en común") lo confirme aún en sus ilusiones. En consecuencia, el hombre odia sobre todo la Revelación, por ser ella el "despertar", la liberación de las cadenas impuestas por las verdades "abstractas", a las que los descendientes del decaído Adán se han habituado a tal punto que no pueden percibir la vida fuera de ellas. La filosofía ve el bien supremo en un reposo perfecto, o sea en un sueño profundo sin visiones inquietantes. Por esto, con mucho cuidado aleja de sí lo incomprensible, lo enigmático, lo misterioso, y evita todas esas preguntas para las que la gente no tiene respuestas listas.
Pascal, en cambio, en las cosas incomprensibles y enigmáticas que nos circundan ve la señal de una existencia mejor, y considera blasfemo cualquier intento que se haga para simplificar la vida, para llevar lo que no se conoce a lo conocido. Recordad lo que nos dice Pascal en sus Pensamientos: A cualquier sujeto a que aplique su mente, la realidad se arranca, se rompe, pierde todo significado, toda unidad interior: si la nariz de Cleopatra hubiera sido un poco más corta, la historia universal habría sido distinta; nuestra justicia tiene por límite un arroyo: de este lado de él no se debe matar; pero del otro lado está permitido matar; los reyes y los jueces son tan miserables como los súbditos y los acusados, etc. Éste no es un "juego de la inteligencia": todo ello tiene raíces profundas en su alma. Realmente está convencido de que la historia universal se encuentra determinada por accidentes ínfimos; y realmente lo ve así. Si viviera en nuestros días, en los que todos ven en la historia universal -repitiendo a Hegel- el desarrollo del espíritu, no renegaría de sus palabras. Si Hegel y Pascal fueran enfrentados (hipótesis admitida por nosotros), ¿quién puede decir que el tribunal supremo no hallaría mayor "penetración" en la breve frase pascaliana que en los grandes volúmenes hegelianos?
¿No podéis comprenderlo, no podéis aceptarlo? Sin embargo, si deseáis estar con Pascal disponéis de un solo camino: "volveros como autómatas" y, con él, repetir continuamente las palabras que encantan: "Humíllate, razón impotente; calla, naturaleza imbécil". El tribunal supremo ignora nuestras veritates aeternae. Precisamente de él recibe Pascal instrucciones y la autorización de repudiar nuestra razón impotente y nuestra naturaleza estúpida. Escuchadlo: "¡Gran asombro produce, sin embargo, cómo el misterio más alejado de nuestro entendimiento, esto es aquel de la transmisión del pecado (original), sea algo sin lo cual no podemos tener conocimiento alguno de nosotros mismos! Porque no hay nada que más choque a nuestra razón cuanto el decir que el pecado del primer hombre haya vuelto culpables a aquellos que parecían incapaces de tener parte en él, tan alejados están de la primera fuente. No solo nos parece imposible una transmisión así, sino que también nos parece injustísima; ¿qué hay, en realidad, más contrario a las reglas de nuestra justicia mezquina que condenar eternamente a un niño incapaz de razón, por un pecado en que parece ha tenido muy poca parte, desde el momento en que ha sido cometido seis mil años antes de su nacimiento?. por cierto, nada nos choca más duramente que una doctrina como ésta; sin embargo, sin este misterio, el más incomprensible de todos, somos incomprensibles a nosotros mismos. El nudo de nuestra condición extrae de este abismo sus giros y sus volutas; de modo que el hombre es más inconcebible sin este misterio de cuanto este misterio es inconcebible al hombre"
El pensamiento que constituye el fondo de esta página nunca llegará a alcanzar esas verdades eternas comunicadas a los hombres por las luces de la razón. Pascal lo sabe exactamente. Nada fuera del misterio de la caída y del pecado original podría indignar más nuestra razón y nuestra conciencia (él mismo nos lo hace notar). El pecado original se nos aparece como una encarnación de todo lo que consideramos inmoral, vergonzoso, absurdo, imposible; sin embargo- nos dice Pascal-, aquí está la verdad mayor. A igual que Tertuliano y que Lutero, claramente ve todos los pudet, ineptum, impossibile que forman la narración bíblica; y ello no obstante nos declara: Non pudet, prorsus credibile est..., y hasta la última palabra, el triunfal: certum. En esta misma afirmación está la "conversión" de Pascal: lo confirma la hoja de papel que llevaba cosida en su ropa. Aquí se aparta definitivamente de la verdad griega: "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos y de los sabios"; de esta manera, con estas frases breves, puestas rápidamente sobre el papel, formula el resultado al que llegó.
Así, siempre es el mismo "abismo", el mismo inextricable nudo de contradicciones inconciliables. Todo hay allí; y también la frase terrible: "Dios, por qué me has abandonado?", y las lágrimas de alegría, y las dudas, y la certidumbre.
Y, por encima de todo esto, un deseo único, loco y apasionado: olvidar el universo, olvidarlo todo, excepto a Dios; olvidar toda regla, toda ley, todas esas verdades eternas y abstractas en que la filosofía coloca nuestro bien supremo; soportar todos los sufrimientos físicos, y también los morales, para alcanzar la meta: "Eternamente en la alegría por un día de prueba en la tierra"
La libertad perdida por Adán y la primera bendición de Dios deben ser restituidas al "Yo odiable". Y junto a estos grandes dones del Creador, ¡no tienen ningún valor nuestras terrenas "verdades eternas", nuestras virtudes!






jueves, 28 de noviembre de 2013

Puntos de vista




Una niña indígena perseguía al director del equipo, silenciosa sombra pegada a su cuerpo, y lo miraba fijo a la cara, de muy cerca, como queriendo meterse en sus raros ojos azules. El director recurrió a los buenos oficios de Ticio, que conocía a la niña y entendía su lengua. Ella confesó: –Yo quiero saber de qué color ve usted las cosas. 

–Del mismo que tú –sonrió el director. 

–¿Y cómo sabe usted de qué color veo yo las cosas?



Eduardo Galeano


El Hacedor




Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

No sé cuál de los dos escribe esta página.



El hacedor - Jorge Luis Borges.
Fragmento


lunes, 25 de noviembre de 2013

La Noche de Getsemaní - Capítulo VIII




VIII

Henos de frente a las mayores dificultades que encuentra la historia del pensamiento humano. El hecho mismo de formular la pregunta, tal como la he formulado parece inadmisible. ¿Qué hay que elegir? ¡Como si la verdad "objetiva" tuviera en cuenta lo que es mejor o lo que es peor! Como si dependiera de los hombres elegir entre Dios, el creador omnipotente que extrajo de la nada el universo con un libre acto de su voluntad, y la "ley", principio eterno y abstracto, del que el universo y los seres derivan con esa igual ineluctabilidad que, en matemáticas, hace brotar toda la serie de los teoremas, de las proposiciones y de los axiomas. ¡Cuál es la fuerza de estos "mejor" y de estos "peor" frente a la verdad objetiva? Y luego -si puede formularse pregunta semejante- ¿a quién le es dado contestar? ¿A Aristóteles y Descartes? ¿A Isaías y san Pablo? por más que sean pensadores geniales o profetas inspirados, son también hombres, y no puede confiarse a ellos el poder de decidir la suerte de la creación. En realidad, los pensadores geniales y los profetas inspirados han sido muchos: ¿quién podrá garantizarnos que lleguen a un acuerdo sobre una misma solución? Por cierto, no se pondrán de acuerdo, puesto que ahora están en desacuerdo. Para que el acuerdo fuera posible sería necesario abolir todos esos "mejor y todos esos "peor". Ellos han sido siempre el principio de la desunión y de la lucha (al igual que cada "Yo" humano). Sería menester por ello someterse a un principio impersonal y carente de pasión, de modo tal que quedara por encima de los "mejor" y de los "peor", y que -al mismo tiempo- poseyera ese carácter obligatorio que asegura la obediencia, in saecula saeculorum, aún de parte de los seres más recalcitrantes. Es el camino elegido por los filósofos y, seguramente, no sin "bastantes razones". Por los elogios y por las amenazas de la razón fueron obligados a olvidar enteramente la existencia del Déspota.
Por completo distinto es el caso de Pascal. Como al profeta Isaías y como a san Pablo, tampoco a él se le concedió elegir. Y no poseía ninguna "razón suficiente" para tomar su decisión. En un momento dado, una fuerza y un choque incomprensibles lo impulsaron justamente en dirección contraria a aquella a que se aferran los hombres. Y el choque enigmático experimentado por Pascal no se asemeja en nada al que ordinariamente tal palabra significa; y en cuanto a la dirección, si queremos comprenderla hay que olvidar los antiguos valores de la palabra. Recordamos lo que nos refieren sus biógrafos y los "solitarios" que se le acercaron: su enfermedad terrible, "incongruente"…Hasta sus directores jansenistas lo habían cuidado de la enfermedad y habían tratado de esconderle el abismo.
Parece que la "enfermedad" y el "abismo" hayan sido ese choque enigmático, ese don benéfico sin los cuales Pascal no habría descubierto nunca sus verdades. Como Nietzsche, puede repetir: "A una enfermedad debo mi filosofía". Todos los Pensamientos no son más que una descripción del abismo. Un gran milagro ha sucedido delante de nuestros ojos. Pascal se acostumbra al abismo y comienza a amarlo. La tierra firme falta debajo de sus pies, y ello asusta, asusta terriblemente. Queda sin sostén, un precipicio se ha abierto bajo sus pies, y brota un grito agudo: "¡Dios, Dios, por qué me has abandonado?" Parece que todo ha terminado. Efectivamente, algo termina, pero otra cosa comienza. Nuevas e incomparables fuerzas se han manifestado, han nacido nuevas revelaciones. Desvanecidos los sostenes sólidos, ya no es posible caminar como una vez se caminaba; hay, entonces, que volar. En una empresa semejante, las viejas verdades abstractas, tan sólidamente entrelazadas por el milenario trabajo del pensamiento, no solamente no ayudan al hombre, sino que lo estorban. Estas veritaes aeternae son para él el estorbo más grave; inexorablemente, no dejan nunca de repetir que el hombre -por su misma naturaleza- debe caminar y no volar; tender hacia la tierra, no hacia el cielo; y repiten que allá, donde reinan el horror y la angustia, no se puede encontrar nada bueno. Al no haber cosa más terrible que la violación de la "ley" y que la desobediencia al soberano autócrata (la razón, qua nos laudabiles vel vituperabiles sumus), es entonces necesario abandonar las tentaciones temerarias, someterse humildemente a lo inevitable, divisar en esta humildad la virtud, y en esta virtud buscar nuestro "Bien Supremo". La sumisión a las leyes de la razón y a la moral razonable es el intento más elevado del hombre. Dios, Dios mismo, delante de todo y por sobre todo, exige del hombre sumisión y obediencia.
A los ojos de los hombres Pascal es uno de esos raros e incomprensibles elegidos que sintieron (o a quienes ha sido concedido sentir) cómo la "obediencia" es el comienzo de todos los horrores terrestres, el comienzo de la muerte. "La ley ha llegado para que el delito aumente", nos dice el apóstol san Pablo; la ley es solamente un martillo en las manos de Dios para romper la natural seguridad del hombre, que cree que hay principios eternos, abstractos y soberanos por encima de los seres vivientes. O bien: la ley llegó cuando el hombre, olvidado del consejo dado por Dios, acercándose al árbol del bien y del mal cogió y saboreó sus frutos: estos innumerables pudet, ineptum, impossibile, que sostienen el edificio de nuestra ciencia. La luz de la ciencia, desconocida antes de la caída hizo conocer al hombre sus límites: le indicó los pretendidos límites de lo posible y de lo imposible, de lo que está permitido y de lo que no lo está; le mostró el principio enigmático y el fin inevitable. Hasta que no tuvo "luz", no tuvo límites; todo era posible, todo era "perfecto", como está escrito en la Biblia; había un principio, pero no había un fin, y la palabra "necesidad" tenía tan poco sentido como el que tiene, hoy, la palabra "libertad". La luz lleva consigo la vergüenza delante de la desnudez paradisíaco, y el miedo de la noche terrenal. Es imposible "explicar" todo esto a los hombres. Toda explicación es una aclaración, y la aclaración muestra hasta aquello de que hay que liberarse, y contra lo que es necesario luchar. Descartes buscaba cosas claras y precisas, los filósofos antiguos hicieron divina a la razón, y todos nosotros queremos la claridad y seguimos a la razón que nos devela todos los misterios, excepto uno: la existencia de un abismo bajo nuestros pies. Hasta los solitarios de Port-Royal, compañeros de Pascal, rehusan aceptar la narración bíblica de la caída en toda su extensión enigmática. de acuerdo con ellos -y alguna vez Pascal habla de la misma manera-, el pecado del primer hombre no ha sido el de haber probado del árbol del conocimiento del bien y del mal; por el contrario, habría sido un bien, porque el saber es el Summum bonum por encima del cual no hay nada en el mundo. La desdicha sobrevino solamente porque Dios tuvo la fantasía de prohibir al hombre que tocara ese árbol. El pecado original consiste en la desobediencia de Adán. Dios, a igual que los hombres, a igual que esas esencias ideales creadas por los hombres -la razón y la moral- perdona todo, menos la desobediencia. Así, si Dios hubiera prohibido comer ciruelas o peras, y si Adán le hubiera desobedecido, las consecuencias no habrían sido distintas: las enfermedades, los dolores, por fin la muerte. Y la raza de Adán habría sido tan responsable de su desobediencia como lo es hoy. Así se interpreta habitualmente la caída, desde que una interpretación semejante ha sido formulada por los hombres formados en el helenismo. En Dios quiere descubrirse el principio "absoluto" y "abstracto"; y este principio -como todos esos que conocemos- castiga automáticamente, por tanto implacablemente, todos los intentos que los seres vivientes hacen para alejarse -siguiendo una elección libre- de las leyes emanadas de él. Así, no obstante las palabras del profeta Isaías y las epístolas de san Pablo, se interpretaba la Biblia. En ello no hay nada que pueda maravillar: desde que la razón (esta razón, llegada a formar parte de un mundo a causa del error de Adán) se pone a interpretar la Biblia, necesariamente sustituye a esa Revelación que le es extraña con sus propias verdades. Y como la Revelación debe ser "razonable", Dios mismo teme los veredictos de la razón, ¡y en sus alabanzas halla el propio Summum bonum!


Cap I: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani.html
Cap II: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-ii.html
Cap III: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iii.html
Cap IV: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iv.html
Cap V: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-v.html
Cap VI: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vi.html
Cap VII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vii.html
Cap IX: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-ix.html
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viernes, 22 de noviembre de 2013

Saint-Exupéry




Hace mucho tiempo, casi treinta años, cuando empecé mis búsquedas, también empecé una tarea que me encantaba y que era guardar las frases, los extractos de alguna lectura que me interesaba, las ideas que estimulaban mi sensibilidad. Las escribía en una libreta, en un cuaderno y, a algunas de ellas, las tenía enchinchadas en un panel, como un recordatorio del camino a seguir. Estas frases han sido como un mapa a seguir en ese camino del que no tengo para nada claro el destino, pero me obliga a seguirlo sin preguntarme si quiero hacerlo...
En este caso son algunas de Saint-Exupéry, un autor que adoro, que siento afín... y del que debería compartir libros enteros. Como muestra, algunas de sus frases:


"Los hombres han olvidado esta verdad - dijo el zorro -, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado."

"Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante."

"No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo."

"Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos."

"Tendré que soportar dos o tres orugas si quiero conocer a las mariposas."

"Si busco en mis recuerdos los que me han dejado un sabor duradero,
si hago balance de las horas que han valido la pena, siempre me encuentro con aquellas que no me procuraron ninguna fortuna."

"El hombre se descubre cuando se mide con un obstáculo."

"Lo que embellece al desierto es que en alguna parte esconde un pozo de agua."

"Una pila de piedras deja de ser una pila de piedras en el momento en que un solo hombre la contempla, concibiendo por dentro la imagen de una catedral."


Este blog no es otra cosa que la continuación de aquella costumbre de ir tirando las piedras que me van guiando, marcando el camino...


Pozo




"Lo que embellece al desierto es que en alguna parte esconde un pozo de agua."

Antoine de Saint-Exupéry


Realidades




"Cuando, después de la revolución china (se refiere Richard Wilhelm, por supuesto, a la revolución de Sun Yat Sen, de 1911), Tsingtao se convirtió en residencia de buen número de los más renombrados eruditos chinos de la antigua escuela, encontré entre ellos a mi venerado maestro Lao Nai Süan, a quien no solo debo una introducción más profunda a las obras de Mencio (Mong Tse), a la Formación Cultural Superior y a mesura y Medio, sino el que también me abriera por primera vez el acceso a las maravillas del Libro de las Mutaciones. Como hechizado atravesé bajo su experta conducción ese mundo extraño y sin embargo tan familiar. Surgía la traducción luego de detenidas discusiones del texto. Del alemán se retraducía al chino, y tan solo una vez lograda una presentación del sentido del texto cabal y exenta de inexactitudes, la traducción se tenía por válida como tal. En medio de estas tareas irrumpió el horror de la Guerra Mundial. Los eruditos chinos fueron dispersados hacia los diversos rumbos de la rosa de los vientos, y también el señor Lao viajó a Küfu, patria de Kung Tse (Confucio), con cuya familia estaba emparentado. Entonces la traducción del Libro de las Mutaciones quedó detenida, aún cuando, junto a mi desempeño en tareas de la Cruz Roja china que yo dirigía durante el asedio de Tsingtao, mi dedicación a la antigua sabiduría china no cesó ni por un solo día. Extraña coincidencia: allá afuera, en el campamento, el general japonés Kamio leía en sus ratos de recreo las obras de Mencio, y yo, alemán, usaba mis horas libres para sumergirme en las profundidades de la sabiduría china. Pero el más feliz de todos era un viejo chino tan absorbido en sus libros sagrados que ni siquiera una granada que cayó junto a él pudo turbar su calma. Extendió la mano para recogerla -se trataba de una granada fallida- pero la retiró diciendo que estaba muy caliente y  volvió a reclinarse sobre sus libros..."

Richard Wilhelm - Prefacio al Libro de las Mutaciones (I Ching)


Razón




"La razón es una puta que sobrevive mediante la simulación, la versatilidad y la desvergüenza."

Emil Cioran


Enfermedad




"El espíritu es el fruto de una enfermedad de la vida y el hombre sólo un animal enfermo. La presencia del espíritu es una anomalía en la vida."

Emil Cioran


La Noche de Getsemaní - Capítulo VII




VII

Pascal se afana demasiado para convencernos de que "el yo es odiable"; en realidad, emplea todas sus fuerzas para defender nuestro "Yo" contra las exigencias de las verdades abstractas y eternas. En esta lucha, su cinturón de hierro es solamente un arma; otras armas son su enfermedad y su "abismo", que los admiradores quisieran eliminar de su biografía. Si no hubiera encontrado el "abismo", podríamos decir que Pascal habría sido el de las Provinciales. Mientras un hombre siente bajo los pies tierra firme no se expone al riesgo de chocar con la razón y la moral. Solamente condiciones de vida excepcionales pueden librarnos de las verdades abstractas y eternas que regulan el universo. Sin "locura" no nos volvemos contra la ley. Recordemos a nuestro Nietzsche, que invoca de los dioses la "locura", pues le era necesario matar la ley; o, para hablar de manera que es la suya, tenía que anunciar a Roma y al mundo su "más allá del bien y del mal"
Hay que tener estas cosas delante de los ojos de la mente para comprender el odio de Pascal por el estoicismo, por los discípulos de Pelagio; para comprender el impulso que lo lleva hacia san Agustín; y, por medio de san Agustín, al apóstol san Pablo; y, por medio de san Pablo, a ese pasaje de Isaías, a esa narración bíblica de la caída a la que se unió san Pablo. La misma pregunta hallada por Lutero un siglo antes se le presenta también a Pascal: ¿de dónde proviene la salvación del hombre? ¿de sus obras, esto es, de su sumisión a las leyes eternas, o bien de esa fuerza misteriosa que se llama -en el no menos misterioso lenguaje de los teólogos- la gracia de Dios? El problema de Lutero hizo sobresaltar a Europa, a todo el mundo cristiano. Entonces parecía que no podía ya existir ningún problema, parecía que la historia -desde mucho tiempo- hubiera logrado resolverlos todos, eliminando así todos esos problemas que se presentan al hombre. Desde más de mil años Pelagio estaba condenado, y san Agustín, era considerado por todos como una incontestable autoridad. ¿Qué se hacía, entonces, necesario? En efecto, la victoria no era con san Agustín, sino con Pelagio: el mundo aceptaba vivir sin Dios, pero no podía existir sin la "ley"; era posible venerar a san Pablo y las Santas Escrituras, pero había que vivir según la moral de los estoicos y la doctrina de Pelagio. Ello apareció muy claramente en la famosa disputa surgida entre Lutero y Erasmo a propósito del libre arbitrio. Erasmo, con la sutileza y la perspicacia que le eran propias, de súbito -en su diatriba de De libero arbitrio- había propuesto a Lutero el terrible dilema: si nuestras buenas obras (o sea una vida de acuerdo con las leyes de la razón y de la moral) no nos salvan, y si para salvarse existe solamente la gracia de Dios, quien arbitraria y libremente da esta gracia a algunos rehusándola a otros, ¿dónde está, entonces, la justicia? ¿Quién se tomará la molestia de una vida justa? ¿Cómo justificar un Dios que del arbitrio mismo hace un principio? Erasmo no quería discutir ni con la biblia ni con san Pablo. Condenaba, a igual que todos, a Pelagio y aceptaba la doctrina de san Agustín sobre la gracia, pero no podía admitir este monstruoso pensamiento: que Dios se encuentre "más allá del bien y del mal"; que nuestro "libre arbitrio", nuestro consentimiento en someternos a las leyes no se tenga en cuenta delante del tribunal supremo; que, por fin, delante de Dios el hombre sea desposeído de toda defensa, hasta de la justicia. Así escribía Erasmo, así pensaban y aún piensan casi todos los hombres; antes bien, sencillamente, podría decirse: todos los hombres.
A la diatriba de Erasmo contestó Lutero con el De servo arbitrio, su libro más fuerte y terrible. Como muy raramente sucede en las disputas, Lutero no solo no busca debilitar la argumentación de su adversario, sino -al contrario- hace todo lo posible por reforzarla. Con una insistencia mayor que la de Erasmo subraya la "incongruencia" de la doctrina de san Pablo respecto de la gracia. Son de Lutero estas afirmaciones, inauditas por su temeridad: Hic est fidei summus gradus, credere illum esse clementem qui tam paucos salvat, tam multos damnal; credere justum qui sua voluntate nos necessario damnabiles facit, ut videatur, referente Erasmo, delectari cruciatibus miserorum et odio potius quam amore dignus. Si igitur possem ulla ratione comprehendere, quomodo is Deus misericors est, qui tantam iram et iniquitatem ostendit, non esset opus fide (El más alto grado de la fe consiste en creer clemente a aquel que salva tan pocas almas y que condena tantas; creer justo a aquel que por su voluntad nos hace necesariamente condenables, de modo que parece -como dice Erasmo- extraer goce de nuestras torturas, y digno mas bien de odio que de amor. Ahora, si se pudiera comprender con un sistema cualquiera cómo puede ser misericordioso un Dios semejante, que muestra tanta cólera y tanta iniquidad, no habría necesidad de fe.)
A Erasmo se lo oía quejarse de la "incongruencia" y de la "injusticia"; a Lutero (lo veis) lo entusiasma; Erasmo, con sus objeciones, le ha dado las alas, le ha inspirado la audacia de decir lo que había callado hasta entonces. Lutero, como Pascal, tenía su "abismo"; y, por muchos años, como Pascal, se había defendido usando una "silla": y la "ley" era su "silla". El repentino descubrimiento de que la ley no salva, que solamente es -en la superficie del abismo- una telaraña delgada que esconde por un período determinado la perdición, fue su más profunda y horripilante experiencia. Lutero era un monje, había aceptado y observado conscientemente los difíciles votos monásticos, en la esperanza de salvar su alma con las propias "obras buenas". Y el mismo Lutero, como contó luego, se convenció de repente que, al aceptar esos votos, había contrariado la voluntad de Dios y perdido su alma. semejante experiencia es tan extraordinaria, tan poco semeja a lo que generalmente sucede a los hombres, que muchos rehusan prestarle fe, o la interpretan de manera tal de poderla "conciliar con nuestras habituales ideas respecto de la vida interior de los hombres". Pero se puede, debe creerse a Lutero. No tenemos el derecho de repudiar una experiencia, aunque sea extraordinaria, aunque sea contraria a todas nuestras ideas a priori. Ya he señalado cómo la misma cosa le ha sucedido a Nietzsche, y cómo aquí se encuentra el origen de su frase "más allá del bien y del mal", que sencillamente es una moderna traducción de la sola fide de Lutero. O nosotros nos engañamos, y por mucho, o bien la visión de san Pablo a lo largo del camino de Damasco es un caso análogo: a san Pablo, que perseguía a Cristo en nombre de la "ley", Él se le apareció de "repente" (¡Oh, cuán precioso es este de "repente" y cuán poco la filosofía sabe utilizarlo, a causa del error de sus métodos tradicionales, y por el temor que experimenta delante del "Yo" irracional!), y está claro que la ley había venido "para que aumentara el delito" (ina pleonáse to paráptoma). Es difícil imaginarnos la sacudida sufrida por el hombre al imaginar semejante "descubrimiento", y más difícil aún el imaginarnos cómo el hombre puede -después- continuar viviendo. La ley, las leyes guían el mundo; recordamos que Horacio, junto con los estoicos, afirmaba: Si totus illabatur orbis,impavidum ferient ruinae; Hegel, a igual que él, se jacta del mismo valor que los filósofos paganos, y de no temer, aunque el cielo se le cayera sobre la cabeza. Pero con las leyes que sostienen el cielo, caen en la misma caída las leyes que sostienen el valor y las virtudes paganas. Sin embargo, estas virtudes ¿son en verdad virtudes? ¿No tiene razón san Agustín cuando dice: Virtutes gentium potius vitia sun? ¿Y Horacio, Epicteto, Marco Aurelio y nuestro Hegel son los hombres menos virtuosos del mundo, dignos de ser imitados? Con Lutero, ¿no deben todos quizá repetir la confesión, la terrible traducción que nos da de su voto monástico: Ecce, Deus, tibi voveo impietatem et blasphemiam per totam meam vitam? (He aquí, Dios mío, que para toda mi vida te consagro la perversidad y la blasfemia). La sumisión a la ley es el original de toda perversidad; y el máximo de la perversidad consiste en hacer divinas las leyes, estas "verdades eternas y abstractas que dependen de la única verdad" de que nos ha hablado Pascal.
Pero también en la Biblia -se nos dirá- hay algunas leyes que Moisés trae del Sinaí: ¿para qué sirven? Dejemos hablar a Lutero, quien nos dirá lo que Pascal oye en el tribunal supremo delante del cual presenta su causa contra Roma y contra el mundo: Deus est Deus humilium, oppressorum, desperatorum et eorum, qui prorsus in nihilo redacti sunt, ejusque natura est exaltare humiles, cibare esurientes, illuminare caecos, miseros et afflictos consolari, peccatores justificare, mortuos vivificari, desperatos et damnatos salvari, etc. Est enim creator omnipotens ex nihilo faciens omnia. Ad hoc autem suum naturale et proprium opus non sinit eum pervenire nocentissima pestis illa, opinio justiciae, quae non vult esse peccatrix, immunda, misera et damnata, sed justa, sancta, etc. Ideo oportet Deum adhibere malleum istum, legem scilicet, quae frangat, contundat, conterat et prorsus ad nihilum redigat hanc belluam cum sua vana fiducia, sapientia, justitia, potentia, ut tandem suo malo discat se perditam et damnatam (Dios es el Dios de los humildes, de los oprimidos, de los desesperados y de aquellos que están enteramente desheredados; su naturaleza es la de exaltar a los humildes, nutrir a los hambrientos, iluminar a los ciegos, consolar a los pobres y a los afligidos, justificar a los pecadores, resucitar a los muertos, salvar a los desesperados y a los condenados… En realidad es el creador omnipotente que de la nada ha hecho todas las cosas. Pero en el llevar a cabo la tarea que le es propia y natural es impedido por la más dañosa de las pestes: la conciencia de la justicia, que no quiere reconocerse pecadora, inmunda, miserable y condenada, sino justa, santa… Es necesario entonces que Dios traiga este martillo -o sea la ley- que rompe, aplasta, maja y reduce enteramente a la nada semejante bestia salvaje con su inútil confianza, su sabiduría, su justicia, su poder, para que se sepa por fin perdida y condenada por su mal). Tales son los orígenes y el destino de la "ley", de eso que los filósofos reputan es la verdad eterna y abstracta, por ello última y divina. Pero he aquí la conclusión de Lutero: Ideo quando disputandum est de justitia, vita et salute aeterna omnino removenda est ex oculis lex, quasi nunquam fuerit aut futura sit, sed prorsus nihil est (Cuando debe discutirse en torno a la justicia, la vida y la salvación eterna, es menester totalmente alejar la ley de nuestros ojos, como si nunca hubiera existido, o no deba nunca existir; como, en una palabra; si nada fuera). Con pesar, no puedo citar todo lo que dice Lutero en su comentario a la Epístola a los Gálatas, a propósito de las palabras de san Pablo: Lex propter transgressionem apposita est. Toda su lucha con Roma, de una audacia nunca vista, ha sido una lucha con la "ley", con las verdades "abstractas y eternas", a las que el catolicismo -aún después de la condena de Pelagio- no ha podido nunca renunciar. Él mismo, mejor aún que sus adversarios, comprendía hasta qué punto se había dejado arrastrar. Claramente veía abrirse bajo sus pies un abismo que amenazaba tragarlo, no solo a él, sino tragar también al mundo. A igual que todos, sabía que la "ley" es la base de todo. Y escribió: Nec ego ausim ita legem appellare, sed putarem esse summum blasphemiam in Deum, nisi Paulus prius hoc fecisset. (No me habría atrevido a definir de esta manera a la ley, sino que la habría considerado la mayor blasfemia a Dios, si ya antes no lo hubiera hecho Pablo.)
No estuvo menos afligido san Pablo por su descubrimiento; tampoco él se habría atrevido a decir lo que dijo, si no se hubiera podido -a su vez- "apoyar" en el profeta Isaías, cuya temeridad lo atraía y lo asombraba al mismo tiempo. "Isaías se atrevió y dijo -Esaias de apotolma kai leghei-: fui encontrado por aquellos que no me buscaban. Claramente me manifesté a aquellos que nada pedían de mí." ¿Cómo aceptar tales afirmaciones temerarias? Dios, Dios mismo falta a la ley suprema de la justicia: se manifiesta a aquellos que no piden, es hallado por aquellos que no lo buscan. ¿Es acaso posible tratar con un Dios hecho de este modo, el Dios de los filósofos, esto es, la verdad abstracta y única? ¿Y no han tenido razón el Renacimiento, que se había apartado del Dios de la Biblia, y Descartes, que -propenso a las aspiraciones de su tiempo- ha intentado "prescindir de Dios"? ¿Y Pascal, que llamaba a los hombres delante del tribunal del Altísimo, no ha traicionado la obra humana común, no es un apóstata? ¿Dónde está la verdad? ¿Qué hay que elegir?


Cap I: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani.html
Cap II: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-ii.html
Cap III: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iii.html
Cap IV: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iv.html
Cap V: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-v.html
Cap VI: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vi.html
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jueves, 21 de noviembre de 2013

Un Cronopio Enamorado




¿Qué hace un cronopio cuando se enamora? 

Pierde la cabeza, eso es lo primero y prácticamente lo único que hace. Se olvida de cambiar el reloj alcaucil, y ni siquiera recuerda cómo funciona. Definitivamente deja de dibujar en las pizarras de las tortugas, y comienza a dibujar en todas partes. ¿Qué hace un cronopio cuando se enamora? Pierde la cabeza, eso y se dedica a cortar margaritas. 

Cuando a un cronopio le rompen el corazón, llora un poco, y luego un poco más. Se sabe desdichado y húmedo. Pero mientras llora, piensa en que a todos alguna vez les rompen el corazón. En que enamorarse significa también llorar un poco. Y que a diferencia de los famas, el cronopio llora cuando tiene ganas, y como tiene ganas, llora un poco más. 

¿Qué hace una fama cuando se enamora? 

Lo anota minuciosamente en una libreta. Lo anota minuciosamente sin olvidar escribir la fecha y la hora en que se enamoro. Lo anota minuciosamente. 

Compra rosas. Seis. Siempre seis. Y las regala. 

Un fama jamás se enamora de un cronopio. Los famas solo se enamoran de famas. 

Cuando a un fama le rompen el corazón, decide que el amor es cosa de cronopios. Corta minuciosamente la hoja de su libreta en la que había escrito “me enamoré” y la envuelve de pies a cabeza en una sabana negra y la coloca parada en una pared con un cartelito que dice «cuando creí (erróneamente) que una fama podía enamorarse». 

¿Qué hace un cronopio encubierto cuando se enamora? 

Pierde un poco la cabeza, pero lo disimula. Lo anota en una libreta minuciosamente, luego olvida la libreta y lo anota en todas partes. No usa reloj, porque no lo entiende. Pero si usara y lo entendiera, olvidaría como usarlo. No corta margaritas pero se tienta. No compra rosas. Se las roba y las regala. No dibuja en tortugas, pinta al oleo y se llama así mismo: artista. 

Un cronopio encubierto jamás se enamora de una fama. Los cronopios encubiertos solo se enamoran de cronopios. Los famas son tentaciones pasajeras. 

Cuando a un cronopio encubierto le rompen el corazón, bebe whisky salado sentado en algún barcito donde nadie lo conozca. Fuma tabaco caro. Y decide que prefiere ser fama. 

Julio Cortázar - Historias de Cronopios y de Famas


Libertad




"-Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota, una idea ilimitada de la libertad -diría Juan por las tardes, en la playa-, y el vuelo de alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza. Tenemos que rechazar todo lo que nos limite. Esta es la única causa de todas estas prácticas a alta y baja velocidad, de estas acrobacias...
... y sus alumnos se dormirían, rendidos después de un día de volar. les gustaba practicar porque era rápido y excitante y les satisfacía esa hambre por aprender que crecía con cada lección. Pero ni uno de ellos, ni siquiera Pedro Pablo gaviota, había llegado a creer que el vuelo de las ideas podía ser tan real como el vuelo del viento y las plumas.
-Tu cuerpo entero, de extremo a extremo del ala -diría Juan en otras ocasiones-, no es más que tu propio pensamiento, en una forma que puedes ver. Rompe las cadenas de tu pensamiento, y romperás también las cadenas de tu cuerpo..."

Richard Bach - Juan Salvador Gaviota


Juan Salvador




"... La mayoría de nosotros progresamos con mucha lentitud. Pasamos de un mundo a otro casi exactamente igual, olvidando enseguida de dónde habíamos venido, sin preocuparnos hacia dónde íbamos, viviendo solo el momento presente. ¿Tienes idea de cuántas vidas debimos cruzar antes de que lográramos la primera idea de que hay más en la vida que comer, luchar, o alcanzar poder en la Bandada? ¡Mil vidas, Juan, diez mil! Y luego cien vidas más hasta que empezamos a aprender que hay algo llamado perfección, y otras cien para comprender que la meta de la vida es encontrar esa perfección y reflejarla. La misma norma se aplica ahora a nosotros, por supuesto: elegimos nuestro mundo venidero mediante lo que hemos aprendido en éste. No aprendas nada, y el próximo mundo será igual que éste, con las mismas limitaciones y pesos de plomo que superar..."

Richard Bach - Juan Salvador Gaviota


La Noche de Getsemaní - Capítulo VI




VI

Pascal se atrevió a hacerlo: de aquí el carácter paradojal, de aquí también la fuerza, el potente atractivo ejercido por su filosofía. Las alabanzas y las aprobaciones, los lamentos y reproches de la razón (de esa razón qua nos laudabiles vel vituperabiles sumus, y que, ateniéndonos a la doctrina de los estoicos y de los discípulos de Pelagio, es única en poder elevar o disminuir a los hombres), de repente se vuelven para él adiáfora, indiferentes.
La inversión es total. Indiferente, según la concepción griega, era lo real; para Pascal, indiferente es el reino de las ideas. El Summum bonum de los filósofos se vuelve para él objeto de burlas continuas y extremadamente mordaces: "Aquellos que os creen", escribe de esos filósofos, "son los más vacíos y los más estúpidos..." Y aún, con tono más provocador y fuerte: "Los animales", dice en alguna parte, "no se admiran entre ellos. Un caballo no admira a su compañero. No es que les falte emulación en la carrera, pero no comporta consecuencias: porque, vueltos al establo, el más lento y desgarbado no cede su avena al otro, como los hombres quieren que se haga con ellos. La virtud de aquellos se satisface en sí misma." De este modo Pascal encuentra el ideal de los estoicos -la virtud como recompensa de sí misma- realizado en los establos. Se sabe que san Agustín experimentaba desmesurado disgusto por el estoicismo, denigrándolo de todas las maneras, siempre, viniera o no viniera a cuento. Si no pronunció la frase que se le atribuyó largamente: virtutes gentium splendida vitia sunt (las virtudes de los gentiles son vicios maravillosos), manifestó por lo menos un juicio casi semejante: virtutes gentium potios vitia sunt (las virtudes de los gentiles son mas bien vicios). Sin embargo, nunca se le ocurrió buscar o encontrar la realización del ideal estoico cerca de los animales: estaba demasiado apegado a la filosofía antigua, y su "cristianismo" estaba demasiado embebido de helenismo.
Tampoco a Pascal le fue fácil sustraerse al poder de la ideología que dominaba en su época. Se ríe de los estoicos; se siente indignado por la virtud "que se satisface en sí misma", o, para decirlo con lenguaje moderno, por la "moral independiente": encuentra que su lugar está en el establo, encuentra que corresponde a los caballos y no a los hombres. Ello no le impide declarar, hasta la saciedad: "El yo es odiable", principio en que la moral está otro tanto contenida plenamente como en este otro que ridiculiza y rechaza: "La virtud se satisface en sí misma". Toda moral, sea la de Epícteto o de Marco Aurelio, de Kant o de Hegel, alcanza la propia fuerza en el odiar el yo humano. ¿Qué quiere decir esto? ¿Pascal vuelve, como san Agustín, a la moral? ¿A las teorías de Pelagio? Así piensan muchos críticos, deseando ver en él un moralista; pero es un grave error.
Por cierto, Pascal había heredado de la filosofía antigua la idea de que "el yo es odiable". Ello no obstante, el odio de nuestro yo tiene para él un significado muy distinto de aquel que le dan todos los filósofos, antiguos y modernos. Su sumisión al destino no tiene nada en común con la de los estoicos; lo mismo su ascetismo, que provocó, y provoca todavía, tanta irritación hasta entre sus más fervientes admiradores. Los estoicos perseguían el "Yo", y realmente lo perseguían, para matarlo y aniquilarlo, porque solamente con este criterio podían asegurar el triunfo de sus "ideas" y de sus principios.
Para que un principio pueda celebrar su victoria definitiva es menester que ya nadie luche contra él, que ya nadie lo contradiga. Ahora, desde el comienzo de los siglos, ¿quién si no este "Yo" se ha opuesto al principio del estoicismo y lo ha combatido? ¿Qué enemigo le ha procurado mayor afán y más inquietud? En la creación del Señor, el "Yo" es la cosa más "irracional": personifica la no sumisión. Pascal lo sabe, no olvida las palabras: Subjicite et dominamini -somete y domina- que Dios, luego de la bendición, había dirigido al primer hombre. ¿Estaría tal vez a punto de abandonar al hombre al poder de los principios absolutos y muertos? Escuchadlo: "Aunque un hombre estuviera persuadido de que las proporciones de los números son verdades abstractas, eternas, dependientes de una primera verdad en que subsisten y que llamamos Dios, no me parecería muy adelantado para su salvación" Así habla Pascal, mientras toda la nueva filosofía, que deriva de la antigua, no ha hecho mas que soñar (después de Descartes, y también antes que él) en poder expresar en fórmulas matemáticas la esencia de la creación. Una verdad única, eterna y abstracta, de donde brotan -con inexorable naturalidad- muchas verdades igualmente abstractas e igualmente eternas: y bien, no podríais hallar definición mejor del ideal de la nueva filosofía. Efectivamente, hasta hoy, trescientos años después de Descartes, los hombres no han progresado ni un paso en la realización de este ideal, pero lo aprecian tanto que lo veneran y lo cuidan como si ya lo hubieran realizado: Nasciturus pro jam nato habetur (Que se considere nacido al que debe nacer). Pero Pascal, que ha llevado un ideal así a la presencia del tribunal supremo, donde no se tiene en cuenta ni nuestra "miserable justicia" ni nuestra "razón incurablemente presuntuosa", declara: Aunque lograseis procuraros estas eternas y abstractas verdades, que tan bien se entrelazan las unas a las otras, su valor sería nulo. No os ayudarían a salvar vuestra alma.
La razón y la moral protestan: Lo cierto, si es inútil al alma, ¿sería quizás menos cierto? ¿lo cierto se pondrá al servicio del alma? ¿hay alguien suficientemente descarado para rehusarse a obedecer a la moral y difamar a la justicia? La verdad y la moral son autónomas, y legisladoras ellas mismas. No se someten, no obedecen: mandan. Han brotado de esa razón de la que Pascal mismo decía no había mas terrible que desobedecerlas. ¿Qué, entonces, se yergue contra la razón, contra sus eternas y abstractas verdades? ¡El alma! O sea este "Yo" ínfimo, que Pascal -pasado a través de la escuela de Epicteto- nos enseña a odiar. En efecto, se ve, con evidencia perfecta, que nada sabría humillar mejor las tendencias "egoístas" del hombre que la verdad abstracta y eterna anunciada por los filósofos; en consecuencia, si fuera necesario buscar el principio capaz de domar la oposición de individuos revoltosos, no se podría inventar un Dios más eficaz que el dios griego, propuesto a Pascal por los "filósofos". Nada podría servir mejor para "domar" que el Summum bonum de ellos, sobre todo el Bien Supremo de Epicteto y de sus discípulos hasta Marco Aurelio, el filósofo laureado. En efecto, vivir a la manera de los estoicos, conforme con la naturaleza -té fúsei- quiere decir: vivir según la razón, esto es, contra la naturaleza. Los estoicos hasta habrían aprobado el cinturón de hierro de Pascal, que simbolizaba su voluntad de someter su "Yo" a una, o más, verdades eternas y abstractas. A igual que Pascal, los estoicos veían claramente esto: sin matar antes nuestro "Yo", no se habría obtenido nunca ninguna unidad, ningún orden. Infinitamente numerosos son estos "Yo" humanos; cada uno se considera como el centro del universo, y exige que nos comportemos en sus relaciones como si fuera el único que existe. Evidentemente, no hay ninguna posibilidad de conciliar y de satisfacer todas estas exigencias. Hasta que no se suprima el "Yo", habrá siempre -en de la unidad y de la armonía- un caos y una "incongruencia" increíbles. Deber de la razón es precisamente el de introducir el orden en la creación, y por ello ha recibido la potestad de exigir obediencia. A ella se debe -siempre para que haya orden en el mundo- la creación de la moral, y con ésta ha codividido sus prerrogativas supremas. La suerte última del hombre consiste en humillarse frente a las exigencias de la razón y de la moral, de someterse a sus principios autónomos. Tal obediencia contiene en sí, contemporáneamente, nuestro supremo bien, Summum bonum.
Los filósofos (hago notar) enseñaron todo esto, y Pascal -después de ellos- lo repite. Pero es singular su modo de seguirlos: aún repitiendo sus palabras, dice exactamente lo contrario de lo que ellos enseñan. Pascal no muestra ningún interés por esa tranquilidad que la razón y la moral prometen a los hombres. A sus ojos significa solamente el fin, el no-ser, la muerte. De aquí proviene esa enigmática regla "metodológica" suya: Buscar gimiendo, de la que no oiréis hablar ni en los manuales de lógica contemporánea de Pascal, y tampoco en las obras modernas. Por lo contrario: el sabio debe olvidar sus deseos, sus temores, sus esperanzas y estar pronto a aceptar una verdad cualquiera, que -por su misma esencia- ignora la necesidad del hombre. Todo ello es de tal modo obvio, que en el Discurso del Método no se dice casi una palabra. Verdad es que en Bacon se hallan varias consideraciones sobre todas las especies de Idola que impiden nuestras investigaciones objetivas; pero solamente Spinoza (casi como si contestara a Pascal, de quien, probablemente, nunca oyó hablar) declara con impaciencia e irritación: Non ridere, non lugere, neque detestari sed intelligere (No hay que reír ni llorar ni odiar, sino comprender).
Pascal pretende otra cosa: hay absolutamente que ridere, hay absolutamente que lugere, hay absolutamente que detestari; si no de nada valdrán vuestras búsquedas. ¿Dónde alcanzó Pascal el poder de hacer brotar semejantes exigencias, que -quizás- no poseen significado alguno? La pregunta es fundamental: nacen aquí todas las divergencias entre Pascal y la filosofía moderna. Adoptando la regla metodológica pascaliana tendréis una verdad; adoptando la de Spinoza tendréis otra, del todo distinta. Spinoza tenía como ideal la inteligencia; y para él, en realidad, el "Yo" ha sido siempre "odiable". En efecto, nuestro "Yo" -nunca debemos olvidarlo- es la cosa menos domable, y por ello la más incomprensible, la más irracional que hay en el mundo. La "comprensión" se vuelve posible solamente cuando el "Yo" humano está despojado de todos sus derechos particulares, de todas sus prerrogativas, cuando se vuelve una "cosa" o un "hecho" en medio de otras cosas o hechos de la naturaleza. Hay que elegir: por una parte el orden ideal e intangible con sus verdades eternas y abstractas, orden rechazado por Pascal y cuya adopción nos lleva a considerar la idea "medieval" de la salvación del alma como la encarnación de todas las absurdidades: por otra parte, un "Yo" caprichoso, descontento, inquieto, agitado, y que no consiente en reconocer por encima de él el poder de "verdades" materiales o ideales. Quien asumiera la tarea de alcanzar la comprensión, debería (con los estoicos y con los otros maestros antiguos) ahuyentar el "Yo", odiarlo y matarlo, para poder así hacer posible la realización del orden objetivo del mundo. Pero ¿puede odiar el "Yo", quien (a igual que Pascal) en la "comprensión" ve solamente el principio de la muerte, y descubre que la vocación propia consiste en luchar contra la muerte? En el "Yo" y únicamente en él, en su irracionalidad, se encuentra la esperanza de que no es imposible llegar a disipar la hipnosis de la verdad matemática propuesta por algunos filósofos (seducidos por aquello que de "abstracto" y de "eterno" hay en ella) para ocupar el lugar de Dios.


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Cap II: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-ii.html
Cap III: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iii.html
Cap IV: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iv.html
Cap V: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-v.html
Cap VII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vii.html
Cap VIII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-viii.html
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La Mala Racha




Mientras dura la mala racha, pierdo todo. Se me caen las cosas de los bolsillos y de la memoria: pierdo llaves, lapiceras, dinero, documentos, nombres, caras, palabras.
Yo no se si será gualicho de alguien que me quiere mal y me piensa peor, o pura casualidad, pero a veces el bajón demora en irse y yo ando de pérdida en pérdida, pierdo lo que encuentro, no encuentro lo que busco, y siento mucho miedo de que se me caiga la vida en alguna distracción.

Eduardo Galeano - El Libro de los Abrazos




Mientras dura la mala racha
se me cae todo
de los bolsillos
y la memoria.

Mientras dura la mala racha
pierdo las llaves,
los documentos,
el tren y el rumbo
tal como si
tuviese al mundo
en contra de mí.

Mientras dura la mala racha...

Tropiezo con
mi propio pie,
me llueve sal
si tengo sed.

Mientras dura la mala racha
todo lo mezclo,
todo lo enredo,
todo lo rompo.

Mientras dura la mala racha
olvido nombres,
confundo caras
y tengo dudas
si eso será
tan solo pura
casualidad.

Mientras dura la mala racha...

O alguien que no
me quiere bien.
Maldito quien
me maldijo.

Mientras dura la mala racha,
dame cobijo.

Joan Manuel Serrat


Los Napoleones del fin de semana

  Hay un brillo inquietante en sus ojos cuando acuden cada sábado a la cita. Llegan uno tras otro, casi furtivamente, con sus cajas y reglam...