sábado, 28 de septiembre de 2013

La Noche de Getsemaní - Capítulo IV




IV

Todo ello lo comprendió Pascal en el tribunal del Altísimo. Lo comprendió y lo aceptó sin oponer resistencia, aunque -por cierto- no lo haya "comprendido" mejor que aquellos que lo critican, indignándose por el carácter pasatista de su pensamiento. Aparecía a los hombres, y aparece aún, como un energúmeno, un fanático. Por tanto, si hubiéramos conservado el derecho de juzgarlo, no nos costaría nada ponerlo en estado de acusación.
Pero (ventajoso o no) hace poco hemos recordado el non pudet quia pudendum est: es decir que, por lo menos alguna vez, no hay que tener vergüenza aún cuando el mundo entero gritara, a una voz: "Es vergonzoso". Y por lo demás, sabemos que Pascal había llevado su propia causa delante del tribunal de Dios, que había aceptado la cosa más vergonzosa entre las que los hombres consideraban vergonzosas. Al escuchar a Pascal estamos obligados, voluntariamente o no, a controlar todos nuestros pudet, ineptum, impossibile, todas nuestras veritates aeternae.
Siempre hay que recordar que Pascal no ha elegido en nada el propio destino, sino que ha sido elegido por el destino. Pascal, al glorificar la crueldad y la implacabilidad, glorificaba a Dios mismo, a ese Dios que lo había sometido -a igual que a Job en tiempos idos- a pruebas inauditas. Al tejer las alabanzas de lo "incongruente", celebraba también a Dios, que lo había privado del consuelo de la razón. Y cuando colocaba todas sus esperanzas en lo "imposible", solo Dios podía inspirarle semejante locura. Recordemos, por otra parte, lo que fue su vida. Sus biógrafos nos dicen: aunque desde 1647 hasta su muerte han transcurrido casi quince años, puede no obstante decirse que bien poco vivió en este lapso, habiéndole las enfermedades y los ininterrumpidos sufrimientos dejado dos o tres años de intervalo, y ni siquiera de óptima salud, pues nunca tuvo salud muy buena. Fue un intervalo de languidez más soportable, y durante el cual no era del todo incapaz de trabajar. Su hermana cuenta: "Algunas veces nos decía que nunca había pasado, desde los dieciocho años, un día sin sufrir". También el prefacio de Port-Royal atestigua: "Durante todo su vida las enfermedades casi nunca le dejaron un día sin dolor"
¿Qué era, quién había creado semejante tortura continua? ¿Y por qué? Queremos creer que no se puede formular la pregunta en esta forma. Nadie había premeditado la tortura de Pascal, y ella no podía servir para nada. Aquí no hay y no puede haber, para nosotros, ninguna pregunta. Pero para Pascal, así como para el mítico Job o para Nietzsche, hasta hace poco vivo entre nosotros, justo aquí y solamente aquí se esconden todas esas preguntas que pueden tener alguna importancia para el hombre. Si no creemos pasatista a Pascal, o mítico a Job, aceptemos por lo menos el testimonio de Nietzsche, que está en una posición de "vanguardia". Nos dirá: "Sin duda alguna, en lo que a mi enfermedad concierne, debo mucho más a ésta que a mi salud. Le debo toda mi filosofía. Solo un gran dolor es el extremo liberador del alma. Enseña una gran duda. Solamente un gran dolor, un largo y lento dolor que parece consumirnos encima de una lenta hoguera; sólo este dolor nos impulsa, a nosotros los filósofos, a descender a nuestras profundidades íntimas y a repudiar todo lo que hay de confiable, de sencillo, de convencional, de medicinal: en suma, todo aquello en que nosotros mismos, tal vez, habíamos otras veces colocado nuestra humanidad". Con igual derecho Pascal habría podido repetir textualmente semejantes palabras de Nietzsche. Por lo demás, el mismo lo dice en su admirable oración "para pedir a Dios el buen uso de las enfermedades". Pascal "creyente" y Nietzsche "descreído"; Pascal, con todos sus pensamientos dirigidos al pasado, al medioevo, y Nietzsche, que vivía solamente en el futuro, están perfectamente de acuerdo en sus testimonios. Y no solo están tan cerca en sus testimonios: sus "filosofías" (para quien sabe apartarse de las palabras y distinguir aún bajo dos apariencias distintas una esencia idéntica) parecen casi coincidir. Solamente hay que recordar lo que los hombres olvidan más voluntariamente, hecho que -una vez- el monje Lutero expresó con mucha fuerza en su comentario a la epístola a los Romanos, escrito bastante tiempo antes de romper con la Iglesia: "Blasphemiae… aliquanto gratiores sonent in aure Dei quam ipsum Alleluya vel quaecumque laudis jubilatio. Quanto enim horribilior et fedior est blasphemia, tanto est Deo gratior" (Las blasfemias resuenan alguna vez más agradables al oído de Dios que el mismo Aleluya o cualquier alabanza. Y cuanto más horrible y repugnante es la blasfemia, tanto más agradable a Dios)
Comparando las horribiles blasphemiae de Nietzsche con las laudis jubilationes de Pascal, tan distintas entre ellas, ambas tan indiferentes al oído del hombre de hoy y (si se da fe a Lutero) tan familiares, tan gratas a Dios, se comienza a pensar que esta vez -quizá- la historia "inteligente" resulte engañada, y que a despecho de sus sentencias ese Pascal por ella eliminado resucite en la persona de Nietzsche, dos siglos después. ¿O bien, a pesar de todo, la historia ha alcanzado su intento?¿Que Nietzsche esté destinado a la suerte de Pascal? Todos lo admiran, pero ¿quién lo comprende? Sin duda, nadie. Puede ser, y probablemente lo sea. También Nietzsche, con la razón, había recurrido a lo contingente, a lo caprichoso, a lo incierto; contra los "juicios sintéticos a priori" de Kant, a la "voluntad de potencia"; también él enseñaba: non pudet quia pudendum est, que había traducido con "mas allá del bien y del mal"; también él encontraba su alegría en lo "incongruente" y buscaba la certidumbre donde los hombres ven lo "imposible".
El abate Boileau nos cuenta que Pascal "creía divisar siempre un abismo a su izquierda y, para tranquilizarse, hacía poner allí una silla: conozco de buena fuente este episodio. Sus amigos, su confesor, su director le decían que no había nada que temer, que solo se trataba de quimeras de una fantasía agotada por un estudio abstracto y metafísico; Pascal admitía todo esto; pero, un cuarto de hora después, nuevamente se abría ese precipicio que lo aterraba".
No es posible verificar hecho semejante; pero, si nos atenemos a la obra de Pascal, hay que convenir en que el abate dice la verdad. Todo cuanto Pascal escribió nos prueba que siempre veía y sentía bajo los pies un abismo en vez de tierra firme (aún una analogía singular entre el destino de Pascal y el de Nietzsche). En esta narración puede advertirse una sola inexactitud: parece que el abismo no se encontraba "a la izquierda" de Pascal, sino debajo de sus pies. El resto está contado o intuido con mucha veracidad.
Parece que es cierto que Pascal, para defenderse del precipicio, usaba una silla: "Corramos alegremente", no lo dice el abate, sino el mismo Pascal, "hacia el precipicio, después de habernos puesto algo delante de los ojos para no verlo". Por ello, si la narración del abate es una paparrucha, es una paparrucha elegida por un clarividente, por un espíritu que sabía ver en esas tinieblas donde, para los demás, todo se confunde en una gris indiferencia.
Resulta cierto que Pascal no ha tenido nunca un solo día carente de sufrimientos, que casi no ha conocido el sueño (también Nietzsche); igualmente resulta cierto que en vez de sentir tierra firme bajo sus pies (sensación común a los hombres), se sentía sin sostenes por encima de un precipicio, y habría caído en un abismo sin fondo cuando se hubiera abandonado a su tendencia "natural". Todos sus Pensamientos cuentan esto, y nada más que esto, De aquí sus temores excepcionales, tan inatendidos (recordad su grito: "El eterno silencio de estos espacios infinitos me aflige..."); esos temores de los cuales ni sus amigos ni sus confesores sabían darse cuenta.
Su "realidad" no se asemeja en nada a la de todo el resto del mundo. Por lo general, todos los hombres están bien, solamente muy raramente experimentan un dolor penoso o una angustia, y conciben temores solo cuando tienen un fundamento; siempre sienten bajo los pies tierra firme, y las caídas al abismo las conocen solo por haberlas oído, o bien - si han tenido experiencia- es experiencia breve, que huye de la memoria.
¿Pero es que la realidad ya no es real cuando no es habitual? ¿ Y tenemos el derecho de no admitir determinadas condiciones de vida solamente porque se encuentran raramente? Los prácticos no se interesan por las excepciones; a ellos solo les importa la regla, y lo que continuamente se repite. Pero los deberes de la filosofía son diversos. Si un hombre, inopinadamente, cayera en la tierra y supiera contarnos cómo viven, en otros mundos, seres que no se nos asemejan, este hombre sería para nosotros algo de inmenso valor. Pascal, al igual que Nietzsche, es el hombre que viene de otro mundo: un mundo que nuestra filosofía solo puede soñar, y tan distinto del nuestro que eso que para nosotros es regla, allá aparece solo como excepción, y donde ocurren continuamente hechos que entre nosotros nunca se verifican, o casi nunca. Entre nosotros nunca ocurre que los hombres caminen sobre un precipicio: entre nosotros se camina sobre tierra firme. Por esto la gravedad y las leyes fundamentales de nuestro mundo: todo tiende hacia el centro. Entre nosotros no se verifica nunca que un hombre viva en tortura perpetua. En general, entre nosotros las cosas fáciles se alternan con las difíciles, y a cada esfuerzo siguen la calma y el descanso. En cambio, allá ninguna cosa es fácil, todas son difíciles; no hay calma, no hay reposo; siempre se está en estado de alarma; no existe el sueño, sino una ininterrumpida vigilia. ¿Hallaremos allí esas verdades que estamos acostumbrados a venerar aquí entre nosotros? Todo nos dice que nuestras verdades habituales son hallá otras tantas mentiras, y lo que nosotros desechamos, allá es recogido, buscado como el intento supremo.
Aquí el tribunal supremo es Roma, y la razón es el criterio supremo. Allá el único juez es aquél a quien Pascal gritó: Ad te, Domine, appello. Por tanto, no busquemos seguridad y estabilidad.


Cap I: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani.html
Cap II: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-ii.html
Cap III: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iii.html
Cap V: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-v.html
Cap VI: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vi.html
Cap VII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vii.html
Cap VIII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-viii.html
Cap IX: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-ix.html
Cap X: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-x-final.html


viernes, 27 de septiembre de 2013

Castalia




Hesse «rememoró» en 1955, en una carta de Rudolf Pannwitz, algunas cosas acerca del «nacimiento» de la obra ("El Juego de Abalorios"): 

«La imagen que encendió en mí la primera chispa fue la reencarnación como expresión de lo estable en lo fluyente, en una palabra: como expresión de la continuidad de la tradición y de la vida del espíritu.

»Cierto día, antes de que intentase la redacción de obra alguna, tuve la visión de un "transcurrir la vida" individual, pero supratemporal.

»Imaginé un hombre que a través de varios "renacimientos" vive las grandes épocas de la Historia humana... Vinieron años dolientes tras una crisis grave, años que coincidieron con los de la recuperación y renovación de la alegría de vivir en aquella Europa y aquella Alemania agotadas por la guerra mundial... En medio de estas amenazas y peligros para la existencia espiritual y psíquica de un escritor de lengua alemana, me agarré al medio de la salvación de todos los artistas: la producción. Y reemprendí el viejo plan, que sufrió una fuerte transformación bajo la presión de aquellos momentos. Tenía que (a pesar de la mala estampa que ofrecía el tiempo aquel) hacer visible el reino del espíritu y del alma, mostrándolos como existentes e insuperables.

»Así fue como mi obra se transformó en utopía, la imagen fue proyectada hacia el futuro, y el desgraciado presente trasladado a un pasado ya superado. Y para sorpresa mía surgió como por sí mismo el mundo castálico. No necesitó ser pensado y construido. Sin que yo lo supiese, hacía largo tiempo que se había preformado en mí.

»Con ello encontré para mí el espacio para respirar.»

Hesse lo que pretendía sobre todo, con su obra, era contraponer a un mundo que se desintegra en la anarquía, una provincia donde reina la mesura, el orden espiritual, la educación y el respeto.

Hesse quería estructurar «panoramas normativos» y Castalia debería representar un panorama de esta índole para un mundo que había perdido su dignidad.

Aunque esta provincia se haya proyectado para un futuro, no es un «lugar futuro» ni una profecía o un postulado utópico, sino una idea cuyo «interior» no posee realidad ligada a ningún tiempo determinado y representa una posibilidad de vida espiritual.


A los peregrinos de Oriente

 ... non entia enim licet quodammodo levibusque hominibus facilius atque incuriosius verbis reddere quam entia, verumtamen pio diligentique rerum scriptori plane aliter res se habet: nihil tantum adeo necesse est ante hominum oculos proponere ut certas quasdam res, quas esse neque demonstrari neque probari potest, quae contra eo ipso, quod pio dilegintesque viri illas quasi ut entia tractant, enti nascendique facultati, paululum appropinquant.

ALBERTUS SECUNDUS
(Tract. de cristall. spirit. ed. Clangor 
et Collof, lib. I, cap. 28.)



 En la traducción de puño y letra de Josef Knecht:

... pues, aunque en cierto aspecto y para hombres frívolos las cosas no existentes son más fáciles y menos riesgosas para ser representadas con palabras, en cambio, para el historiador fiel y escrupuloso son todo lo contrario: nada escapa tanto a la descripción verbal y nada es, sin embargo, tan necesario colocar ante los ojos humanos, como determinadas cosas cuya existencia ni puede demostrarse ni es verosímil, pero que justamente por el hecho de ser consideradas existentes en cierta medida por hombres devotos y conscientes, pueden ser aproximadas un paso más a la existencia y a la posibilidad de nacer.

Extraído de:

jueves, 26 de septiembre de 2013

La Noche de Getsemaní - Capítulo III




III

Pascal cita delante del tribunal de Dios no solamente a Roma, sino a la razón misma. Justo delante del tribunal de Dios, y no ya delante del de la razón como, antes que él, lo habían hecho otros filósofos (y algunos lo hacen aún ahora). Si bien, a decir verdad, Pascal no conoció a muchos, a éstos los conocía. No era un erudito; y casi solo de Montaigne extraía toda su sabiduría de historiador y de filósofo. Pero, aunque alabara a Montaigne, aunque se arrodillara delante de él, comprendía muy claramente cuan inútil era recurrir a la razón en la lucha con la razón: porque al ser la razón juez supremo, se puede estar seguros de que no se rendirá voluntariamente y que se justificará siempre.
Pero ¿cómo debe interpretarse el juicio de Dios respecto de la razón? ¿En qué consiste semejante juicio; qué puede traer a los hombres? La razón nos da seguridad, certeza, invariabilidad; nos procura juicios claros y precisos, concretos y definidos. Al haber renegado de la razón y al haberla arrojado de su trono, ¿es posible confiar en alcanzar una invariabilidad y certeza mayores? Si así fuera, por cierto que seguiríamos voluntariamente a Pascal. Nos resultaría accesible, cercano, comprensible. Pero el juicio final en nada se asemeja a los juicios a que estamos acostumbrados en la tierra, y las sentencias del tribunal supremo en nada recuerdan las de los tribunales terrenos: precisamente como la verdad celeste en nada se asemeja a la terrena. Esta última es siempre igual a sí misma: ésta es la ley primera y constante no solo de nuestro pensamiento, sino de nuestra misma vida: lo saben el filósofo más sabio y el jornalero más humilde. La esencia de la verdad reside en su estabilidad y en su invariabilidad. Los hombres están convencidos de ello, hasta el punto de no saber imaginarse otro género de verdad. "Se aman las cosas seguras", dice Pascal; "gusta que el Papa sea infalible en la fe, y que los graves doctores lo sean en las costumbres, de modo de sentirse seguros". Nada en la tierra es más estimado que esta invariabilidad y esta seguridad. La estima que a ellas se tributa fue enseñada a los hombres por la razón, precisamente por esa razón que provee todas las seguridades y certidumbres necesarias para vivir tranquilamente y para dormir profundamente. Recordemos que las llaves terrenas del reino de los cielos le correspondieron en suerte a San Pedro y a sus sucesores precisamente porque Pedro sabía dormir, y dormía mientras Dios -descendido entre los hombres- se preparaba a morir en la cruz. Pero la agonía de Cristo no ha terminado aún. Continúa y durará hasta el fin del mundo. "No hay que dormir", nos dice Pascal. Nadie debe dormir. Nadie debe buscar lo que es estable y seguro. "Si no se debiera hacer nada, excepto por las cosas ciertas, no se debería hacer nada por la religión: puesto que no es cierta". Solo quien ha asumido el deber de distraer y no de atraer a sus semejantes hacia la "religión" podría hablar así. Parece que hubiera aquí algún error, un equívoco; parece que Pascal hubiera dicho otra cosa de la que quería decir. Pero no, no hay ningún error; en otro punto se expresa en modo más rudo, aún más decisivo: "Ardemos por el deseo de hallar un lugar estable y una base última de seguridad para construir una torre que se eleve al infinito. Pero todos nuestros cimientos se derrumban, y la tierra se abre hasta los abismos. NO BUSCAMOS, PUES, NINGUNA SEGURIDAD, NINGUNA ESTABILIDAD". He aquí lo que siente, lo que ve y prueba aquel que se ha decidido o, mejor, que ha sido condenado a no dormir hasta el fin de los sufrimientos de Cristo; y este fin llegará solamente con el fin del mundo. Tales son los mandamientos, éstas las verdades que se le revelan. Pero ¿podemos llamar verdad a lo que se le ha revelado a él? La verdad tiene por primera señal de reconocimiento la "seguridad" y la "invariabilidad". Una verdad que no es segura e inmutable es una contradictio in adjecto, porque justamente tales señales sirven para reconocer la mentira. La mentira no permanece nunca fiel a sí misma: ya es esto, ya aquello.
¿Ha llegado entonces Pascal a adorar la "mentira" y a repudiar la verdad?
No podría ser de otro modo, desde que el momento que la victoria sobre la razón le ha dado un punto de arranque para tal triunfo. Hace poco nos dijo: "Cuánto me gusta ver a esta razón soberbia humillada y suplicante". Y precisamente él, que ha hecho tanto ruido y suscitado mucha indignación, no tiene miedo de recomendar a los hombres un reniego total de la razón, como medio para llegar a lo cierto: "Ello os hará creer y os volverá autómatas". Sabemos de muchos intentos hechos para mitigar el valor de estas palabras: pero ninguno satisface, como, por lo demás, ninguno es necesario. Una vez para siempre renunciamos a estimar a Pascal "históricamente". No lo juzgamos. No nos convence que "sepamos" más o mejor que él, y por esto no tenemos derecho a extraer de él solo lo que responde al nivel de la ciencia de nuestro tiempo. Tal orgullo al juzgar, o tal insolencia, podría ser justificada en caso de que fuéramos atacados desde el punto de vista hegeliano, si buscáramos en la historia las huellas de un "desarrollo". Entonces, los hombres del pasado serían para nosotros como acusados, y nosotros -hombres del presente- seríamos para ellos como jueces aplicados a cumplir sin pasión las órdenes de la razón eterna e inmutable, sin tener que rendir cuentas a nadie. Pero Pascal no quiere reconocer por encima de él el poder legislativo de la razón; no nos reconoce el derecho de juzgar y pretende que comparezcamos -con él- delante del tribunal del Altísimo. Y nuestra seguridad, la seguridad de quien ha llegado al mundo después que él, no lo inquieta en nada, tal como lo deja indiferente el hecho de que nosotros estemos vivos y él, muerto. Su voz severa e imperiosa nos llega del más allá, donde su alma, sin paz en la tierra, halla asilo. Nuestras más incontestables, mejor probadas, más evidentes verdades, las veritatis aeternae, como a Descartes, antes que Pascal, gustaba llamarlas; éstas "verdades de la razón" como, después de Pascal, dirá Leibniz y, a continuación, los otros custodios legítimos de las ideas heredadas del Renacimiento; estas verdades nuestras nunca influyeron en él. Se puede estar seguros de que en él tendrían hoy una influencia aún menor que en un tiempo; ciertamente, el Pascal de ultratumba es mucho más libre y mucho más audaz de cuanto pudo serlo, cuando, vivo y entre los hombres, citaba a Roma y a la razón y a la humanidad y al universo al tribunal del Señor.
Órdenes llegan de Roma y de la razón: con que, no es menester seguirlas. Ésta es la lógica de Pascal. En otros tiempos, algo semejante le ocurrió a Tertuliano cuando exclamó, casi como si presintiera a Pascal: Crucifixus est Dei filius; non pudet, quia pudendum est. Et mortuus est Dei filius; prorsus credibile est, quia ineptum est. Et sepultus resurrexit; certum est, quia impossibile est. O sea, con otras palabras: No hay que avergonzarse cuando la razón dice: es vergonzoso; y cuando afirma: no tiene sentido, entonces la verdad se muestra; y donde indica una imposibilidad absoluta -allí y solo allí- se encuentra la certidumbre perfecta. Estando vivo, Tertuliano hablaba en esta forma, y han transcurrido casi dos mil años. ¿Pensais quizá que, una vez muerto, ha renegado de sus palabras, y que, por tanto, si hoy la razón declara "es vergonzoso", él considera que tengamos que avergonzarnos? ¿Y cuando decide: "es incongruente", debamos apartarnos? ¿Y que cuando decide: "es imposible", debamos cruzarnos de brazos? ¿Pensáis quizá que Descartes, Leibniz y nuestro maestro Aristóteles continúan aún hoy sosteniendo sus "verdades eternas", y que la lógica de ellos resulte delante de Dios tan irresistible como ya lo fue para los hombres?
Todo esto, se dirá, es hasta demasiado fantástico. No es posible comparar entre ellos a hombres que hace mucho tiempo han muerto: ni Pascal ni Tertuliano ni Descartes ni Leibniz defienden ya causa alguna. Si tenían una para defender, debían hacerlo aquí, en la tierra, y la historia -nacida en la tierra- no se deja en absoluto arrastrar hacia el cielo.
Hoy, y entre los hombres, todo eso puede ser justo, o sea que puede considerarse como verdadero. Pero nosotros, junto con Pascal (¿debo recordarlo aún?), hemos decidido llevar la controversia delante de otro tribunal. Ya no nos juzga la razón con sus "está permitido", "está prohibido", "es vergonzoso", y otras leyes y principios. Nos hemos colocado en el banquillo de los acusados, y, con nosotros, están ahí las leyes y los principios. Hemos reconocido iguales derechos a muertos y vivos: el juicio ya no compete a los hombres. Puede suceder también que no se comprenda la sentencia: Pascal nos dijo que no hay ni estabilidad ni seguridad; quizá, no hay mayor justicia. Deben olvidarse todos estos bienes terrenos. Lo que os será revelado "os hará creer y os volverá autómatas".
¿Deseais continuar siguiendo a Pascal? ¿o bien, en el límite de vuestra paciencia, preferís buscar otros maestros, más comprensibles y menos exigentes? No esperéis de Pascal ninguna dulzura, ninguna indulgencia. Tal como es infinitamente cruel hacia sí mismo, lo es hacia los demás. Si deseaís investigar en compañía suya os tomará consigo, pero declarandoos en seguida que tales búsquedas no os procurarán alegría alguna: "Apruebo solamente a aquellos que buscan gimiendo". Sus verdades (o las que él define sus verdades) son duras, penosas, implacables. No lleva consigo ningún aliento, ningún consuelo. Aniquila cualquier clase de consuelo. Apenas el hombre se detiene para descansar y volver en sí, aparece en seguida con su angustia: no hay que detenerse, no hay que descansar; hay que caminar, y caminar ininterrumpidamente. Estás cansado, extenuado; precisamente esto se quiere: hay que estar cansados, hay que hallarse en el límite de las fuerzas. "No daña el estar extenuados por la búsqueda inútil del verdadero bien, con tal que se puedan tender los brazos al liberador" Según Pascal, el mismo Dios lo ordena. "La guerra más cruel que Dios pueda hacer a los hombres mientras se hallen en esta tierra consiste en dejarlos sin la guerra que ha venido a traernos. 'He venido a traer la guerra', dice; y para iluminarnos respecto de esta guerra: 'He venido a traer el hierro y el fuego'. Antes de su llegada, el mundo vivía en esta falsa paz.
Tal es la lección de Pascal, para ser más exactos, de este modo nos participa todo lo que ha oído en el tribunal de Dios. Evita todo lo que es querido a los hombres. Los hombres aman la firmeza, él acepta la inconstancia; los hombres aman la tierra sólida, él elige el abismo; los hombres aprecian, sobre todo, la paz interior, él celebra la guerra y la tempestad; los hombres aspiran al descanso, él promete la fatiga, una fatiga sin término; los hombres van a la caza de verdades claras y precisas; él confunde todos los papeles, lo confunde todo, transformando la vida terrena en un caos horrible. ¿Qué le es necesario? Ya lo dijo: nadie debe dormir.


Cap I: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani.html
Cap II: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-ii.html
Cap IV: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iv.html
Cap V: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-v.html
Cap VI: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vi.html
Cap VII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vii.html
Cap VIII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-viii.html
Cap IX: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-ix.html
Cap X: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-x-final.html


miércoles, 25 de septiembre de 2013

La Noche de Getsemaní - Capítulo II






II


La agonía de Jesús continuará hasta el fin del mundo; por ello, durante todo este tiempo es menester no dormir. Desde el momento en que todo es decible, también puede decirse algo así. Pero ¿puede un hombre asumir, puede desempeñar tal tarea? Si no puede, ¿qué sentido cabe a estas palabras? A igual que Macbeth, Pascal "quiere asesinar el sueño"; más, parece pretender que todos los hombres se unan para llevar a cabo una empresa tan horrible. Sin vacilar, la razón humana declara irrealizable e insensato cuanto exige Pascal. Y no puede desobedecerse a la razón. Pascal mismo nos lo enseña: "La razón nos manda mucho más imperiosamente que un amo: porque, al desobedecer a éste, se es infeliz, y, desobedeciendo a aquella, se es tonto." ¿Cómo entonces rehusar obediencia a la razón? ¿Y quién se atreverá a hacerlo? El apóstol san Pedro no tuvo la fuerza de vencer el sueño cuando Jesús le pidió que se quedara a su lado para aliviarle los sufrimientos. Pedro dormía mientras Jesús oraba: "Apartad de mí este cáliz...", mientras gritaba: Tristis est anima mea usque ad mortem. Cuando Jesús fue aprisionado por los soldados y arrastrado delante de sus verdugos, Pedro continuaba durmiendo; y solo durmiendo un hombre ha podido renegar tres veces de su Dios en el transcurso de una noche. Ello no obstante, Él, que sabía que Pedro debía dormir y, en el sueño, renegar de Dios, justamente Él lo designa como vicario suyo en la tierra, entregándole las llaves terrenas del reino celestial. Entonces, ateniéndose a las inescrutables decisiones del Creador, su vicario en la tierra puede ser solamente aquel que sabe dormir tan profundamente, aquel que a tal punto se ha entregado a la razón que no se despierta ni siquiera cuando -en una pesadilla- reniega de su propio Dios.


En realidad, parece que ha sucedido así, y que así era el pensamiento de Pascal cuando componía sus cartas provinciales y cuando escribía las notas para la Apología del Cristianismo; esas notas que, trasmitidas hasta nosotros, forman sus Pensamientos. Por esto, creemos, Arnauld, Nicole y los otros solitarios de Port-Royal, sus amigos, al publicar el libro después de su muerte debieron abreviar y cambiar y cortar muchas cosas. Ese pensamiento, monstruoso según el entendimiento humano, se manifestaba de manera muy chocante en la noche que había dejado: el juicio final, que nos espera, no se halla en la tierra, sino en el cielo; o sea que los hombres no deben dormir, nadie debe nunca dormir. Arnauld, Nicole y ni siquiera Jansenio habrían aceptado semejante pensamiento. Aún para el mismo Pascal parece que fue una carga insoportable. Alternativamente lo rechazaba y lo aceptaba, sin poder nunca abandonarlo. Si se consulta a San Agustín, se convencerá uno de que ni siquiera él -no obstante su devoto respeto por San Pablo- se atrevía a considerar a fondo la palabra de Dios. En efecto, dijo, y repitió frecuentemente: Ego vero evangelio non crederem, nisi me catholicae (ecclesiae) commoveret auctoritas.


El hombre no puede, no se atreve a mirar el mundo con sus propios ojos: le son indispensables los ojos "comunes", el apoyo, la autoridad ajena. Más fácilmente acepta lo que le es extraño, hasta odioso, pero aceptado por todos, que no lo que le es conforme y querido, pero rechazado por todos. Y San Agustín -ya se sabe- fue el padre de la fides implicita, esto es, de esa doctrina según la cual el hombre no necesita comulgar personalmente con la verdad del cielo, bastándole observar esos principios declarados verdaderos por la Iglesia. Traduciendo la expresión fides implicita al lenguaje filosófico, o bien -lo que no cambia nada- al lenguaje del buen sentido, querrá decir que el hombre tiene el derecho, que el hombre está obligado a dormir mientras la Divinidad agoniza: cosa solicitada imperiosamente por la razón, a la que nadie puede desobedecer. En otras palabras: la curiosidad humana, superados ciertos límites, se vuelve inoportuna. Aristóteles dijo, en una célebre frase: no aceptar nada sin pruebas denota falta de educación filosófica.


En realidad, solamente quien no está educado desde el punto de vista filosófico, o quien está privado de buen sentido, podría pretender formular preguntas e investigar hasta el infinito. Porque -y resulta evidente- una vez que se comienza a formular preguntas en esta forma no es posible llegar a una respuesta definitiva. Pero como -y también esto es por igual evidente- se formulan preguntas solo para tener respuestas, es menester entonces saber detenerse a tiempo, renunciando a las preguntas. Es necesario estar preparados y dispuestos -en cierto momento- a una renuncia así, sometiendo la propia libertad individual, peligrosa e inútil, a una personalidad, una institución cualquiera, o bien a un principio inconmovible. En lo que a esto concierne, como a otras muchas cosas, San Agustín a permanecido fiel a las enseñanzas de la filosofía griega. En el lugar del principio o de los principios generales, cuyo conjunto constituía para los antiguos la Razón, coloca él la idea de la Iglesia, tan infalible, desde su punto de vista, como la Razón desde el punto de vista de los antiguos. Pero el valor teórico y práctico de la idea de la Iglesia era esencialmente igual al de la Razón. La Razón garantizaba a los antiguos la seguridad y la estabilidad, o sea ese derecho al sueño que el medioevo encontraba en la Iglesia Católica. En gran parte la importancia "histórica" de San Agustín está determinada por el deseo y por la fuerza mostrados al crear aquí abajo (porque poco se piensa en el cielo; hasta entre nosotros creyentes, no hay quien no aprecie la tierra mas de todo lo que pueda creerse)un tribunal que sea, o por lo menos que parezca serlo, tan fuerte que ni siquiera el infierno pueda sacudirlo. Nunca habría San Agustín repetido con Pascal: ad tuum, Domine, tribunal appello, y Port-Royal a lo más habría tenido valor de apelar al futuro concilio ecuménico. ¿o equivalía a atentar contra la "unidad" de la Iglesia el recurrir a Dios con un llamado? Lo mismo le ha sucedido a Lutero. Cuando, como Pascal, vio con sus propios ojos que las llaves terrenas del reino celestial estaban en las manos de quien -por tres veces- había renegado de Dios; cuando, aterrado por su descubrimiento, apartó la mirada de la tierra buscando la verdad en el cielo, se desarrolló en él la crisis y rompió sus relaciones con la Iglesia.


Lutero, como Jansenio y como Pascal, se remitía siempre a San Agustín. Verdaderamente, ni Lutero ni Jansenio ni Pascal estaban autorizados para un paso semejante. San Agustín, luego de contender con Pelagio obtuvo que fuera condenado; pero, cuando advirtió que la Iglesia, a semejanza de todas las instituciones humanas, no podía existir sin esa moral griega predicada por Pelagio, defendió esas mismas tesis que había combatido genialmente. Pascal, remitiéndose al tribunal de Dios, había ido mucho más lejos de todo lo que parecía necesario a sus amigos de Port-Royal. Para esos jansenistas, el verdadero Pascal (tal como se nos manifiesta ahora a nosotros) era más peligroso que los jesuitas y hasta que Pelagio. Porque, en efecto, ¿qué ideas no podría inventar alguien que no necesita nada, que nada teme, que ninguna autoridad reprime, pero que piensa sin tener en cuenta a nadie y sin conformarse con nada? Hoy estamos acostumbrados a Pascal, desde la infancia todos lo leen, aprenden de memoria algunos pasajes de sus Pensamientos. ¿Quién no conoce su "junco pensante"; quién no ha oído: "finalmente nos arrojan un poco de tierra sobre la cabeza, y está terminado para siempre"; quién no ha admirado su paradoja sobre la historia universal y la nariz de Cleopatra?, etc. Se oye todo esto como si sólo fueran observaciones innocuas, inteligentes y agradables; se piensa que, luego de haberlas leído, se puede vivir y dormir tranquilamente como después de cualquier otra lectura entretenida. Se le perdona todo al "sublime misántropo", y, probablemente, esta apatía, de la que hacemos gala, ha permitido a la historia "inteligente" hacer llegar hasta nosotros las obras de Pascal, aunque no respondan en nada a los "fines elevados" que ella se prefija. La historia "sabe" que los hombres no verán nunca lo que no han sido llamados a ver, aunque ello se les mostrara. Pascal lo dice con esa franqueza propia de quien nada teme y nada espera del mundo: "El mundo juzga muchas cosas que están en la ignorancia natural, verdadera sabiduría del hombre". Y parece que no hay ningún medio a nuestra disposición para combatir tal ignorancia natural, que constituye la verdadera sabiduría de la tierra. "No es éste el país de la verdad: vaga desconocida entre los hombres". Si la verdad, del todo develada, se mostrara hoy al hombre, éste no la reconocería, porque -acorde con el "criterio" de la verdad (o sea con ese conjunto de signos que, según nuestras convicciones, distinguen la verdad del error)- el hombre estará obligado a considerarla un error. Antes que nada se convencerá de que le es inútil; y luego, de que le es nociva. Casi todas las verdades descubiertas por Pascal, desde que debió recurrir contra el tribunal terreno y el de Roma al del Señor, aprendiendo de este último tribunal que el hombre no debe dormir hasta el fin del mundo, casi todas estas verdades son nocivas, peligrosas, y en modo excepcional, aterradoras y destructoras. Repitámoslo: por esto Port-Royal y hasta el indómito Arnauld estaban convencidos de que las verdades deben ser útiles y no nocivas. Estoy pronto a admitir que aún el mismo Pascal poseía una convicción semejante. Pero no tenía muy en cuenta las propias convicciones, como no tenía en cuenta casi nada (este "casi", ay, no exeptúa a nadie, ni siquiera al mismo Pascal) de lo que era querido a los hombres. Tal capacidad de sacrificar sus propias convicciones como las de los otros es, quizás, uno de los aspectos más enigmáticos de su filosofía y -digámoslo francamente- tal aspecto nos habría quedado probablemente desconocido si, en vez de las desordenadas notas que componen los Pensamientos, tuviéramos un libro cumplido, esto es la Apología del Cristianismo. En efecto, una "apología" debe defender a Dios frente a los hombres: es por tanto necesario, quiérase o no, reconocer como última instancia a la razón humana. Si Pascal hubiera logrado llevar a término su obra, habría podido expresar solamente lo que es aceptable a los hombres y a su razón. Hasta en sus pensamientos fragmentarios recuerda a veces los derechos soberanos de la razón. Entonces se apresura a testimoniarle sus sentimientos de sumisión: tiene miedo de aparecer, ante los ojos del prójimo, y de sí mismo, como un tonto. Pero esta sumisión queda por todo exterior. En lo íntimo de su alma desprecia y odia a esa autócrata, y solo piensa en romper el yugo del tirano detestado al que voluntariamente obedecían sus contemporáneos y hasta el gran Descartes: "Cuánto me place ver a esta soberbia razón humillada y suplicante". Pascal ha pensado solamente en humillar nuestra razón tan orgullosa y tan segura de sí misma, en quitarle el poder de juzgar a Dios y a los hombres. Todos hallan -para usar el lenguaje de los discípulos de Pelagio- que a la razón le está permitido dictar leyes:quibus nos (y no solo nosotros, sino también Dios mismo)laudabiles vel vituperabiles sumus. Pascal dibuja sus alabanzas y permanece indiferente a su vituperio "La razón puede gritar hasta que le plazca, pero no puede dar valor a las cosas".

Cap I: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani.html
Cap III: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iii.html
Cap IV: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/09/la-noche-de-getsemani-capitulo-iv.html
Cap V: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-v.html
Cap VI: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vi.html
Cap VII: http://castalia-tegularius.blogspot.com.ar/2013/11/la-noche-de-getsemani-capitulo-vii.html
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martes, 24 de septiembre de 2013

La Noche de Getsemaní




De León Chestov

Traducción de Lido Monti - Editorial Sur, Buenos Aires, 1958

A modo de introducción personal a este libro hermoso que leí por primera vez en La Plata, en los 80, extraído de la Biblioteca Dardo Rocha, y al que nunca más volví a ver, a pesar de haberlo buscado en infinidad de librerías. Hace un tiempo conseguí este ejemplar en una librería de La Plata, un caso más de sincronicidad, como me gusta pensarlo a mí.

Toda la vida he vivido construyendo corazas y escudos, como me gusta decirles a esas protecciones menesterosas que me inventaba para protegerme de los desengaños del mundo. Siempre cortando lazos para no involucrarme más de la cuenta, tratando, creo yo, de no exponer una sensibilidad exagerada a las vicisitudes normales de la vida en este planeta. En fin, este libro toca uno de los temas que formaron parte de esa coraza que he ido construyendo, parte de esos escudos tras los que me escondía y que, desde hace un tiempo, intento destruir (debo decir que con algunos resultados que justificaban esas construcciones). Toca, de una manera que siento propia, una de las búsquedas que más horas de mi vida llevó y por eso me es tan querido, lo comparto por si algún constructor de corazas cree ver en él material para su construcción... y porque es hermoso e inútil, como Pascal.

I



Trescientos años transcurrieron desde el nacimiento de Pascal, y poco menos desde su muerte; no vivió mucho, solo treinta y nueve años.
La humanidad, durante estos tres siglos recorrió bastante camino: ¿Qué podemos, entonces, aprender de un hombre del siglo XVII? Si volviera a la vida, nosotros le enseñaríamos algo a él y no él a nosotros. Tanto más cuanto que entre sus contemporáneos Pascal era un "pasatista": no era, como todos los demás, impulsado hacia adelante, hacia un porvenir "mejor", sino hacia atrás, a las profundidades del pasado.
Al igual que Juliano el Apóstata quería hacer girar hacia atrás la "rueda del tiempo". En realidad, Pascal era un apóstata: lo había abandonado todo, había renegado de todo lo que la humanidad -con un esfuerzo común- había conquistado durante los dos siglos maravillosos, esos siglos que la posteridad agradecida llamaría "Renacimiento". Todo se renovaba, y todos en tal renovación, percibían su destino histórico. Pero Pascal temía la novedad. Constantemente tendía su pensamiento -tan inquieto como, al mismo tiempo, profundo y concentrado- a resistir a las corrientes de la historia, a no dejarse arrastrar por ellas.
¿Se puede luchar, y es sensato luchar contra la historia? ¿Puede tener para nosotros algún interés quien trata de obligar  al tiempo a retroceder? A priori ¿no se halla éste condenado (y con él toda su obra) a la derrota, al fracaso, a la esterilidad?
Ante semejante pregunta no pueden existir dos respuestas. La historia es implacable con los apóstatas. Pascal no se sustrajo al destino común. No puede negarse que sus obras continúan publicándose, que aún hoy se lo lee, que hasta se lo alaba y se lo celebra, que muchos cirios arden continuamente delante de su imagen: y continuarán ardiendo, muchísimos años. Pero nadie lo escucha; se escucha, en cambio, a aquellos con los que Pascal combatía, a aquellos que Pascal detestaba. En otros, y no en él, se busca esa verdad a la que sacrificó la propia vida. Se lo considera a Descartes padre de la filosofía, no a Pascal; y de Descartes aceptamos la verdad, no de Pascal: en efecto, ¿dónde buscar la verdad sino en la filosofía?. Tal es el juicio de la historia; se admira a Pascal y se lo deja a un lado. Es una sentencia que no ofrece posibilidades de apelación.
Si se pudiera volver a Pascal a la vida, ¿qué contestaría a semejante sentencia de la historia?. se dirá: pregunta ociosa, puesto que la historia consulta con los vivos, no con los muertos. Lo sé; pero creo que es propio -desde el momento que se trata de Pascal- obligarla por una vez a consultar con los muertos. En verdad, la empresa es muy difícil y muy embarazosa; también, en verdad, para justificarse, la historia deberá elegir una nueva filosofía, puesto que la de Hegel (todos la emplean, hasta aquellos que no tienen a Hegel como maestro; y, mucho antes que él, ya eran varios los que la profesaban) se demostrará inaplicable.
Pero semejante obstáculo, después de todo, ¿es en verdad tan temible? ¿y es necesario defender a Hegel a cualquier precio?. Hasta hoy se escribía la historia partiendo de la hipótesis (por nadie comprobada, por lo demás) de que los hombres una vez muertos, ya no existen de ningún modo y que por ello -desarmados como están ante el juicio de la posteridad- no pueden influir en la vida. Pero, quizás, llegará el tiempo en que los mismos historiadores, entreviendo hombres semejantes a ellos en aquellos que cesaron de vivir, se volverán más cautos y más circunspectos en sus juicios. He aquí nuestro pensamiento y hasta nuestra convicción: los muertos callan, y callarán para siempre, digase lo que se diga de ellos, tráteselos como se los trate. pero si un día se nos quitara tal convicción, si sientieramos que los muertos pueden en cualquier momento volver a la vida, salir de la tumba, irrumpir en nuestra existencia, presentarse delante de nosotros como nuestros iguales, entonces, ¿en qué términos hablaríamos?
Es necesario reconocer que ello es posible: posible, quiero decir, que los muertos no estén tan indefensos, tan desarmados,  tan muertos como nosotros los creemos. de cualquier manera, la filosofía (que, de acuerdo con todo lo que nos ha enseñado, no debe emitir juicios cuando no tiene pruebas) no podría dar a los historiadores, in saecula saeculorum, esa certidumbre en que hoy se deja a los muertos. En una sala de cirugía se puede tranquilamente anatomizar los cadáveres. Pero la historia no es una sala de cirugía, y puede imaginarse que algún día los historiadores estarán obligados a rendir cuentas a los muertos. Si temen su responsabilidad, y no quieren verse trocados de jueces en acusados, deben -repudiando a Hegel- buscar nuevos métodos. No sabría decir si el emperador Juliano consentiría en aceptar el juicio de la historia; pero Pascal, cuando se hallaba en la tierra, había preparado su respuesta a las generaciones pasadas y futuras. hela aquí:
"También vosotros sois corruptibles. Conviene obedecer a Dios y no a los hombres. Al verme condenado, temo que al escribir me equivoque, pero el ejemplo de muchos escritos devotos me hace creer lo contrario..."
Y finalmente:
"Si se condenan mis cartas en Roma, lo que yo condeno se condena en los cielos: Ad tuum, Domine Jesu, tribunal appello."
De esta manera, y vivo, Pascal contestó a Roma, que lo amenazaba; así, sin duda alguna, contestaría a la sentencia de la historia. Perentoriamente había declarado, en sus Cartas Provinciales: "Nada espero del mundo, nada temo, nada quiero de él; no necesito, a Dios gracias, ni bienes ni autoridad de nadie". A un hombre que nada espera del mundo, que nada teme, que no necesita ni bienes terrenales ni ayuda de ninguna índole, ¿es posible asustarlo con algún juicio? ¿U obligarlo, con alguna amenaza, a renegar de sí mismo? ¿La historia podrá ser para él como una demanda de la verdad, como la última demanda?

Ad tuum, Domine, tribunal appello

En estas palabras, creo, está la solución del enigma que ofrece la filosofía de Pascal. En todas las controversias el juez supremo no es el hombre, sino Aquel que está por encima de los hombres. Y, por esto, si se quiere encontrar la verdad, es menester librarse de aquello que, habitualmente, los hombres reputan como cierto.
Largamente prevaleció la leyenda de que Pascal fue un cartesiano. Hoy todos admiten que ello no es exacto. No solo que Pascal no fue nunca un partidario de Descartes, sino que, por lo contrario, a sus ojos Descartes personificaba precisamente lo que él combatía. Abiertamente, en sus Pensamientos, dice: "Escribir contra quien profundiza demasiado en las ciencias, Descartes" Y también: "Descartes inútil e inseguro" Y por fin, de manera verdaderamente decisiva, revelando los motivos del juicio: "No puedo perdonar a Descartes; habría deseado, en toda su filosofía, omitir a Dios; pero logró solamente dar un ligero empujón para poner en movimiento el mundo; luego, ya no supo qué hacer con Dios". Aparece claramente explícito que ese "no puedo perdonar" está dicho no solo por Descartes, sino por toda la antigua filosofía en que había sido criado Descartes, y por toda la futura filosofía, de la que Descartes colocaba los cimientos. ¿Tal filosofía no exponía quizá la convicción de que el mundo es "explicable naturalmente"; que el hombre puede "prescindir de Dios"? (Los discípulos de Pelagio, en la frase: homo emancipatus a Deo, habían formulado un pensamiento igual) ¿Y acaso la idea dominante de Roma no consistía en esta misma convicción, desde el momento que Pascal debió recurrir al juicio de Dios?
Pascal lo había intuido enseguida, y los últimos años de su vida fueron consumidos en una continua y penosa lucha contra el mundo y contra Roma, que tendían a emanciparse de Dios. Y de aquí el carácter paradojal, casi enigmático, de su filosofía y de cómo concebía la vida. Lo que de costumbre tranquiliza a los hombres suscita en él la mayor angustia; y, al contrario, lo que mayormente temen los hombres hace  nacer en él las grandes esperanzas. Y cuanto más adelanta, tanto más se fortifica en una concepción semejante de la vida. de esta manera se vuelve cada vez más extraño y cada vez más asustador para los hombres. Nadie lo discute: Pascal es grande, genial e inspirado; cada línea de sus escritos es testimonio de ello. Pero cada línea tomada separadamente, y todos sus escritos tomados en conjunto son inútiles y hostiles para los hombres. No solo porque no ofrecen nada, sino porque se lo llevan todo. Los hombres necesitan de algo que sea "positivo", de algo que ofrezca una solución y que dé la paz. ¿Qué puede esperarse nunca de Pascal, quien -en el rapto de una inspiración sombría- proclama o, mejor, lanza este gran grito: "Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo: menester es no dormir durante este tiempo"?

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sábado, 21 de septiembre de 2013

El sol




En algún lugar de Pennsylvania, Anne Merak trabaja como ayudante del sol.
Ella está en el oficio desde que tiene memoria. Al fin de cada noche, Anne alza sus brazos y empuja al sol, para que irrumpa en el cielo; y al fin de cada día, bajando los brazos, acuesta al sol en el horizonte.
Era muy chiquitita cuando empezó esta tarea y jamás ha faltado a su trabajo.
Hace medio siglo, la declararon loca. Desde entonces Anne ha pasado por varios manicomios, ha sido tratada por numerosos psiquiatras y ha engullido muchísimas pastillas. 
Nunca consiguieron curarla.
Menos mal.

Bocas del tiempo - Eduardo Galeano

Los juegos del tiempo




Dizquedicen que había una vez dos amigos que estaban contemplando un cuadro. La pintura, obra de quién sabe quién, venía de China. Era un campo de flores en tiempo de cosecha.
Uno de los dos amigos , quién sabe por qué, tenía la vista clavada en una mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas. Ella llevaba el pelo suelto, llovido sobre los hombros.
Por fin ella le devolvió la mirada, dejó caer su canasta, extendió los brazos y, quién sabe cómo, se lo llevó.
Él se dejó ir hacia quién sabe dónde, y con esa mujer pasó las noches y los días, quién sabe cuántos, hasta que un ventarrón lo arrancó de allí y lo devolvió a la sala donde su amigo seguía plantado ante el cuadro.
Tan brevísima había sido aquella eternidad que el amigo ni se había dado cuenta de su ausencia. Y tampoco se había dado cuenta de que esa mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas, llevaba, ahora, el pelo atado en la nuca.

Eduardo Galeano - Bocas del tiempo

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Autorretrato




A Vincent le gustaba pintar principalmente retratos, según confiesa a su hermana Wil: "Lo que me causa mayor pasión -mucha más que el resto de mi trabajo- es el retrato, el retrato moderno", y a Theo: " . . . ¡Ah!, ¡el retrato, el retrato con el pensamiento, el alma del modelo, esto me parece de tal manera que debe venir!" "¡Ah. . . . pintar rostros como Claude Monet pinta los paisajes!".


A mi, como a Van Gogh, me gustan los retratos... el retrato. Tengo la pretensión, quizás una tarea imposible, de realizar mi propio retrato, mi autorretrato. No pintando, para lo que no tengo talento alguno, pero si utilizando la técnica del collage, utilizando todo lo que de alguna manera me llama la atención, me gusta, me disgusta, me es indiferente... quizás vivir no sea otra cosa, para mí, que poder realizar este autorretrato, expresarme lo más cabalmente posible, sacar a la luz eso que soy, eso que presiento e intuyo tras las máscaras. En la consecución de este objetivo estoy desde hace varios años y todo lo que vivo, lecturas, música, escritos, fotografías, amistades, amores, desengaños... son las excusas, los reveladores, que me ayudan a intentar, una y otra vez, a aproximarme a su realización.


domingo, 1 de septiembre de 2013

La mejor espada




Hace mucho tiempo vivían, en Japón, dos grandes artesanos que se dedicaban a la fabricación de espadas. Debería recordar sus nombres pero, como no es así,  les llamaremos Matsushima y Yamaguchi y, aunque la gente nunca se ponía de acuerdo en cuál de ellos era el mejor, se trataba, no obstante, de dos auténticos maestros. Cierto día, un grupo de samurais quiso ponerlos a prueba. En su opinión, Matsushima era el mejor seguido, a corta distancia, por Yamaguchi, de modo que cogieron sendas espadas fabricadas por cada uno de ellos y se las llevaron a un río. Primero colocaron la espada de Yamaguchi verticalmente y dejaron caer una hoja de papel corriente abajo que, al llegar al filo, se cortó limpiamente en dos trozos que río abajo , volvieron a juntarse. Y, aunque la demostración parecía insuperable, cuando repitieron la misma operación con la espada de Matsushima, la hoja de papel se desvió ligeramente de su curso al llegar al filo para volver a retomarlo un poco más abajo.
Obviamente, Matsushima era el mejor. Y ello es así porque la mejor escuela de esgrima es la llamada "escuela de la no espada", es decir, aquella que capacita al practicante a no tener que recurrir nunca a la espada.


Los Napoleones del fin de semana

  Hay un brillo inquietante en sus ojos cuando acuden cada sábado a la cita. Llegan uno tras otro, casi furtivamente, con sus cajas y reglam...